"El Mariscal Pétain ha escrito en las páginas de nuestra historia algunos pasajes que permanecen luminosos mientras que otros permiten elucubrar interpretaciones que enconan pasiones encontradas. Debemos celebrar los primeros. No podemos olvidar los segundos."
Así se expresaba André François Poncet cuando sustituyó a Pétain en la Académie française.
Así se expresaba André François Poncet cuando sustituyó a Pétain en la Académie française.
Cuando se recibieron las primeras noticías de la designación de Pétain en su cuartel general, la consternación hizo acto de presencia en Noailles. Pétain debía presentarse a las ocho de la mañana en el despacho de Joffre, pero al general no se le encontraba en ningún lugar. Serrigny, el capitán de su estado mayor, intuía donde localizarlo. Rápidamente subió a un coche que lo llevó a París, al hotel Terminus. Eran las tres de la mañana, y después de estar discutiendo con la dueña del establecimiento le indicó la habitación del general. Al poco, ambos mantuvieron una breve conversación el pasillo del hotel, al día siguiente los dos irían a ver a Joffre.
Pétain, en ese momento era un soltero de sesenta años de envidiable vigor y estado físico. Al observar juntos a De Castelnau y a Pétain, se podía observar que el aristócrata era Pétain y De Castelnau un hijo de campesinos. La realidad era inversa.
Jean Pierrefeu en una de sus observaciones sobre Pétain:
"Tenía la impresión que era una estátua de mármol, un senador romano en un museo. Grande, vigoroso, de imponente figura, gesto impasible y con una mirada directa y reflexiva."
Poncet lo describía así:
"... un porte mayestático, noble... sus ojos azules contenían cierto misterio. Uno podía pensar que estaban hechos de hielo, todo él emanaba un aire de majestad. Donde iba, imponía... Una vez se veía su figura era imposible olvidarla."
Muchas de las características del terruño de Pétain permanecieron toda su vida. Una era su simplicidad, rasgo que compartía con Joffre, quizás el único. Gustaba de acostarse tarde y levantarse temprano. Acostumbraba a pasear a menudo por jardínes, y comentaba que cuando se retirase se iría al campo a vivir. Uno de sus pasatiempos predilectos por las noches era hojear álbumes de personajes históricos del último medio siglo. Raramente se acostaba antes de medianoche, solía releer a los clásicos franceses hasta las dos o las tres de la madrugada. En contraste con la presunción de Foch, Pétain no gustaba de ser fotografiado o retratado, la única fotografía oficial es la que apareció en 1918 en The Times, aparece mirando fijamente a la cámara.
Enemigo a ultranza de diplomacia de corredores y de colaboración e intrigas con políticos, no seguía la costumbre de sus compañeros de armas de adular a los políticos. Como recuerdan algunos, Pétain hizo detener a un diputado de la Asamblea por un pequeño delito relacionado con la Res militaria. Era notorio su desprecio por la clase política, una de sus ocurrencias dirigida al mismo Poincaré: en 1917, Pétain culpó a los políticos y sus continuas visitas al frente de ser parte de las causas de los motines que incendiaron parte de l’Armée ese mismo año. El disgustó entre partes era mutuo: uno de los políticos más notorios de la época, Abel Ferry, comentaba del general:
“Pétain es un bastardo. Tiene el mando, pero se cierra a todo aquello que no sea militar. Sólo se fija en los defectos de la política y los políticos.”
La desconfianza en sus relaciones con los políticos se podían deber a su timidez procedente de sus humildes orígenes. Pétain permanecía detrás de un inexpugnable muro de hiriente y fría ironía. En muchos aspectos, Pétain fue una especie de outsider dentro de la jerarquía militar francesa de la Primera Guerra Mundial. Mientras Joffre, Foch y De Castelnau eran de raíces pirenaicas y meridionales, Pétain procedía de una familia campesina del Pas-de-Calais y tenía todas las características de la gente del norte. Los Pétain no tenían pedigrí castrense. Pétain tenía quince años cuando finalizó la Guerra Francoprusiana, en cambio Joffre y De Castelnau sí participaron en ella. En su decisión de entrar en el ejército influyeron, parece ser, las batallitas que le contaba un tío-abuelo que había formado parte de la Grande Armée de Napoleón. Durante su espartana estancia en St. Cyr trabajó muy duramente y al final de este periodo optó por unirse a los recién creados Chausseurs alpins (Cazadores alpinos). Los cinco años que pasó entre ellos le proporcionaron el excepcional estado físico que le acompañaría el resto de su vida. Después de los Chaussseurs fue destinado a un regimiento de infantería en Besançon donde trabaría amistad con el entonces teniente Herr, y que reencontraría en una situación muy diferente el año 1916, en Verdún. Pétain era enormemente trabajador, aunque su avance en el escalafón militar fue demasiado lento, incluso para tiempos de paz: cinco años para subteniente, siete para teniente y diez para capitán. No fue hasta los cuarenta y cuatro años que tuvo su primer batallón. Cuando estalló la guerra tenía cincuenta y ocho años y la graduación de coronel. Su jubilación después de una mediocre carrera militar estaba próxima. Para su retiro ya había comprado una casa solariega en St. Omer.
Los caprichos del destino. En el espacio de tiempo de dieciocho meses, pasó de comandar un regimiento de unos miles de hombres a ser elevado a comandante en jefe de un cuerpo de ejército de más de medio millón de soldados.
Pétain intentó siempre permanecer alejado de promociones y méritos gratuitos. Cuando se le ofreció el puesto de jefe de la Escuela de tiro se negó a tener un cargo que lo encumbrase por encima de oficiales más veteranos. No obstante, una de las características más genuinas de Pétain era su firme voluntad y su peculiar idea de lo castrense. Al contrario de sus colegas Joffre, Foch y De Castelnau, Pétain permaneció firme en sus ideas de la estrategia militar y no se dejó llevar por las tesis de la ofensiva a ultranza de Grandmaison. Mientras los demás permanecían obsesionados con el desastre de 1870, Pétain estudiaba conflictos más modernos y próximos, la guerra de los Boers o el conflicto ruso-japonés de 1905, en los cuales la estrategia defensiva jugó un crucial papel. Incluso el nuevo armamento, que los Grandmaisonitas desestimaban, como las ametralladores, los obuses e incluso el rifle moderno eran objeto de admiración de Pétain. El principal foco de atención de Pétain era la llamada potencia de fuego mortal. Sus teorías se basaban en que el attaque à outrance podía ser aniquilado y desmontado por una organizada defensa.
Sus ideas contrarias a las tesis de Grandmaison le condujeron a una especie de ostracismo, hasta que en 1906 obtuvo un puesto como instructor en l’École de guerre. Allí se enfrentó a las tesis de sus colegas. Sus estudiantes lo bautizaron el mote de Précis-le-sec. Tenía, no obstante, sus discípulos. Uno de ellos era un joven llamado Charles de Gaulle. Éste, impresionado por las teorías de su maestro, decidió incorporarse al regimiento que fue destinado como comandante Pétain, el 33º. La guerra, su desarrollo y el estrepitoso fracaso del Plan XVII le ofrecieron una inesperada oportunidad de probar sus teorías.
Pétain, en ese momento era un soltero de sesenta años de envidiable vigor y estado físico. Al observar juntos a De Castelnau y a Pétain, se podía observar que el aristócrata era Pétain y De Castelnau un hijo de campesinos. La realidad era inversa.
Jean Pierrefeu en una de sus observaciones sobre Pétain:
"Tenía la impresión que era una estátua de mármol, un senador romano en un museo. Grande, vigoroso, de imponente figura, gesto impasible y con una mirada directa y reflexiva."
Poncet lo describía así:
"... un porte mayestático, noble... sus ojos azules contenían cierto misterio. Uno podía pensar que estaban hechos de hielo, todo él emanaba un aire de majestad. Donde iba, imponía... Una vez se veía su figura era imposible olvidarla."
Muchas de las características del terruño de Pétain permanecieron toda su vida. Una era su simplicidad, rasgo que compartía con Joffre, quizás el único. Gustaba de acostarse tarde y levantarse temprano. Acostumbraba a pasear a menudo por jardínes, y comentaba que cuando se retirase se iría al campo a vivir. Uno de sus pasatiempos predilectos por las noches era hojear álbumes de personajes históricos del último medio siglo. Raramente se acostaba antes de medianoche, solía releer a los clásicos franceses hasta las dos o las tres de la madrugada. En contraste con la presunción de Foch, Pétain no gustaba de ser fotografiado o retratado, la única fotografía oficial es la que apareció en 1918 en The Times, aparece mirando fijamente a la cámara.
Enemigo a ultranza de diplomacia de corredores y de colaboración e intrigas con políticos, no seguía la costumbre de sus compañeros de armas de adular a los políticos. Como recuerdan algunos, Pétain hizo detener a un diputado de la Asamblea por un pequeño delito relacionado con la Res militaria. Era notorio su desprecio por la clase política, una de sus ocurrencias dirigida al mismo Poincaré: en 1917, Pétain culpó a los políticos y sus continuas visitas al frente de ser parte de las causas de los motines que incendiaron parte de l’Armée ese mismo año. El disgustó entre partes era mutuo: uno de los políticos más notorios de la época, Abel Ferry, comentaba del general:
“Pétain es un bastardo. Tiene el mando, pero se cierra a todo aquello que no sea militar. Sólo se fija en los defectos de la política y los políticos.”
La desconfianza en sus relaciones con los políticos se podían deber a su timidez procedente de sus humildes orígenes. Pétain permanecía detrás de un inexpugnable muro de hiriente y fría ironía. En muchos aspectos, Pétain fue una especie de outsider dentro de la jerarquía militar francesa de la Primera Guerra Mundial. Mientras Joffre, Foch y De Castelnau eran de raíces pirenaicas y meridionales, Pétain procedía de una familia campesina del Pas-de-Calais y tenía todas las características de la gente del norte. Los Pétain no tenían pedigrí castrense. Pétain tenía quince años cuando finalizó la Guerra Francoprusiana, en cambio Joffre y De Castelnau sí participaron en ella. En su decisión de entrar en el ejército influyeron, parece ser, las batallitas que le contaba un tío-abuelo que había formado parte de la Grande Armée de Napoleón. Durante su espartana estancia en St. Cyr trabajó muy duramente y al final de este periodo optó por unirse a los recién creados Chausseurs alpins (Cazadores alpinos). Los cinco años que pasó entre ellos le proporcionaron el excepcional estado físico que le acompañaría el resto de su vida. Después de los Chaussseurs fue destinado a un regimiento de infantería en Besançon donde trabaría amistad con el entonces teniente Herr, y que reencontraría en una situación muy diferente el año 1916, en Verdún. Pétain era enormemente trabajador, aunque su avance en el escalafón militar fue demasiado lento, incluso para tiempos de paz: cinco años para subteniente, siete para teniente y diez para capitán. No fue hasta los cuarenta y cuatro años que tuvo su primer batallón. Cuando estalló la guerra tenía cincuenta y ocho años y la graduación de coronel. Su jubilación después de una mediocre carrera militar estaba próxima. Para su retiro ya había comprado una casa solariega en St. Omer.
Los caprichos del destino. En el espacio de tiempo de dieciocho meses, pasó de comandar un regimiento de unos miles de hombres a ser elevado a comandante en jefe de un cuerpo de ejército de más de medio millón de soldados.
Pétain intentó siempre permanecer alejado de promociones y méritos gratuitos. Cuando se le ofreció el puesto de jefe de la Escuela de tiro se negó a tener un cargo que lo encumbrase por encima de oficiales más veteranos. No obstante, una de las características más genuinas de Pétain era su firme voluntad y su peculiar idea de lo castrense. Al contrario de sus colegas Joffre, Foch y De Castelnau, Pétain permaneció firme en sus ideas de la estrategia militar y no se dejó llevar por las tesis de la ofensiva a ultranza de Grandmaison. Mientras los demás permanecían obsesionados con el desastre de 1870, Pétain estudiaba conflictos más modernos y próximos, la guerra de los Boers o el conflicto ruso-japonés de 1905, en los cuales la estrategia defensiva jugó un crucial papel. Incluso el nuevo armamento, que los Grandmaisonitas desestimaban, como las ametralladores, los obuses e incluso el rifle moderno eran objeto de admiración de Pétain. El principal foco de atención de Pétain era la llamada potencia de fuego mortal. Sus teorías se basaban en que el attaque à outrance podía ser aniquilado y desmontado por una organizada defensa.
Sus ideas contrarias a las tesis de Grandmaison le condujeron a una especie de ostracismo, hasta que en 1906 obtuvo un puesto como instructor en l’École de guerre. Allí se enfrentó a las tesis de sus colegas. Sus estudiantes lo bautizaron el mote de Précis-le-sec. Tenía, no obstante, sus discípulos. Uno de ellos era un joven llamado Charles de Gaulle. Éste, impresionado por las teorías de su maestro, decidió incorporarse al regimiento que fue destinado como comandante Pétain, el 33º. La guerra, su desarrollo y el estrepitoso fracaso del Plan XVII le ofrecieron una inesperada oportunidad de probar sus teorías.
Continua en: Pétain según Alistair Horne (2)
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