Mucho se ha escrito sobre las lecciones que proporcionó la 1a batalla del Somme (julio-noviembre 1916) en cuanto a táctica militar y lo mucho que sirvieron para conseguir la victoria final. La historiografía británica de entreguerras se encargó de elevar dichas enseñanzas a la categoría de mito a través de la teoría del aprendizaje progresivo. 'The learning curve', como así se bautizó el nuevo paradigma, explicaba la adopción de una serie de procedimientos y operaciones militares que permitieron la derrota de las potencias centrales en otoño de 1918. Discutir sobre la credibilidad de esa teoría o enzarzarse a defender las líneas revisionistas no es objeto de este humilde trabajo. Desearía matizar, sin embargo, la afirmación de que existe una línea ascendente de mejoría -sin solución de continuidad- desde la 1a batalla del Somme hasta la 2a segunda en agosto del 1918. No considero esta tesis del todo exacta.
Las victorias en Vimy Ridge, Cambrai, o la ofensiva
final de los Cien Días son coetáneas de episodios más bien desastrosos como
Passchendaele (3a batalla de Ypres), Bullecourt (1917) o las ofensivas alemanas
de 1918 (Kaiserschlacht). La coexistencia entre victorias y desastres no anula
el hecho de que la experiencia bélica fuese modificando los usos y las prácticas
en la táctica militar. Bien al contrario. Simplemente demuestra que la ciencia
militar no es un ámbito de estudio infalible y que en el transcurso de una
guerra, el valor y el orden de los factores sí que alteran el producto, como es
el caso del humano.
Podría trabajarse en ucronías del tipo 'que hubiese
pasado si en Jutlandia al frente de la Grand Fleet se hubiese encontrado Beatty
y no Jellicoe' o 'si en septiembre de 1914 Ludendorff hubiese estado en la
silla de Moltke' pero sería imposible determinar el resultado. Sin embargo, y a
pesar de la futilidad, el establecimiento del factor humano como elemento
central nos permite elucubrar conclusiones relacionadas con las características
más determinantes de los jefes militares que estaban al mando de sus ejércitos.
Hoy en día, y dejando de banda la visión más
historicista, es impensable imaginarse la resistencia francesa en Verdun sin el
temple y el carácter organizativo de Pétain. Como tampoco es posible imaginarse
un desenlace tan victorioso en Tannenberg sin el dueto Hindenburg-Ludendorff
(planes de Hoffmann a banda) o un descalabro tan desastroso en vidas y material
como la ofensiva francesa en Chemin de Dames llevada a cabo por Nivelle. Se
podría llegar a un sinfín de ejemplos como la impresionante campaña africana de
Lettow-Vorbeck, la defensa numantina de Kemal Ataturk en Gallipoli o los paseos
militares de Von Hutier en Riga o los de Von Dellmensingen en Caporetto. El
hecho crucial en todos ellos, como decía, es el factor humano. Nadie puede
disociar según que campañas o hazañas de estos nombres, y aún más difícil, de
las singularidades de cada uno de estos militares y estrategas. Todos ellos,
sin embargo, comparten un elemento común y es la adaptación de su doctrina
militar a la evolución de la guerra moderna. Todos ellos, incluido Nivelle,
usaron conceptos o ideas nuevas para el despliegue de su pensamiento
estratégico o táctico. Bien fuese para la defensa (Pétain o Ataturk), para el
hostigamiento (Lettow-Vorbeck) o para la ofensiva (Nivelle, Von Dellmensingen o
Von Hutier) todos estudiaron con detenimiento su misión, el contexto y la
situación en la que se encontraban, los medios con los que contaban y los
resultados que querían obtener.
La historia militar de la Gran Guerra, y
especialmente después del Somme, fue protagonista en la alternancia entre
militares brillantes y jefes mediocres o caducos. La distinción entre ellos no
fue la edad, como siempre se suele reseñar, sino la adaptación o no al nuevo
escenario de guerra dominado por la tecnología con nuevos armamentos y recursos
técnicos. La Gran Guerra, y su especificidad, fueron el escenario propicio para
un cambio de mentalidad táctico, aún
anclado en conceptos de raigambre napoleónica. Las batallas u ofensivas de
1914, 1915 y 1916 en el bando aliado ofrecieron duras lecciones que solo
algunos aprendieron, otros desdeñaron y los más se empeñaron en repetir. Ataque
en formación cerrada, fila tras fila; disposición de tropas de reserva a
kilómetros del frente; ausencia de sorpresa; nulo trabajo de contrabatería
artillera; mala praxis o ausencia de las cortinas de fuego o 'creeping
barrage'; etc., etc., etc.. Todos estas pésimas decisiones se volvieron a
reiterar en algún que otro frente y volvieron a producir terribles resultados
en bajas humanas por apenas decenas o cientos de metros de terreno conquistado.
Volviendo al Somme y a sus duras enseñanzas en el
bando británico, incluyendo australianos y canadienses, sí que coincido en que
supuso un punto de reflexión de no-retorno. Las conclusiones extraídas desde julio de 1916 señalaban que sin un excelente trabajo artillero, tanto en la
protección del avance como en la destrucción de la artillería enemiga
(contrabatería) poco se podía hacer. La cuestión, no era tanto la anchura o
profundidad de los objetivos en el terreno, que también, sino la minuciosidad y
ejecución con la que debía llevarse a cabo. Pocos mandos de la BEF, como Plumer
o Allenby, llegaron de forma natural a la conclusión de que algo debía de
cambiar. No sería hasta abril del año siguiente, 1917, que se tendría una
visión clara y práctica de lo que significaban los nuevos usos de la infantería
y la mejora -rayando la excelencia- del potencial artillero como apoyo
indisociable de la táctica militar. Lo curioso en este caso es que los éxitos
llegaron de parte del Cuerpo Expedicionario Canadiense (CEF) y es por esta
razón - y por otras más ocultas - que la trascendencia de los éxitos y su
futura emulación tardarían en llegar al resto del contingente británico.
Byng & Currie
En junio de 1916, y después de diversos y exitosos
trabajos de 'fontanería' militar (véase 1a batalla de Ypres, retirada de
Gallipoli o defensa del Canal de Suez), Sir Julian Byng - posteriormente
reconocido como 1r vizconde de Vimy - fue destinado a comandante en jefe del
Cuerpo Expedicionario Canadiense (CEF). Las razones de tal destino, a parte del
hecho de que Byng hubiese sido el comandante en jefe del XVIIº cuerpo británico
en el área de Vimy, se desconocen parcialmente pero vistos los resultados y su excelente
colaboración con su segundo, el quizá mejor militar aliado durante la Gran
Guerra, el general de división Sir Arthur Currie, se intuyen. Desde un punto de
vista táctico, Byng y Currie coincidieron al instante. Cualquier ataque, por
menor que fuese menor, requería una máxima y concienzuda preparación, un
secretismo absoluto (algo que olvidaría Nivelle en su preparación de Chemin des
Dames) y una milímetrica ejecución, tanto de la infantería como del apoyo
artillero. A estos tres elementos, cabía sumarle el grado de importancia que le
dieron ambos a las duras enseñanzas del Somme y a las esperanzas surgidas de
Verdun. Tanto es así que cuando se confirmaron los rumores sobre una ofensiva
en todo el frente de Arras en marzo de 1917, Currie pidió informes a sus mandos
intermedios de los métodos utilizados por franceses (y alemanes) durante la
batalla de Verdun.
Currie era militar atípico. Enrolado en las fuerzas
canadienses desde los escalafones más bajos (arma de artillería en el servicio
pre-militar) alcanzó el grado de comandante en jefe de la CEF en junio de 1917
(después del ascenso de Byng al mando del 3r ejército británico). Sus acciones
en el frente occidental desde mayo de 1915 hasta el mismo día del Armisticio
estuvieron marcadas por la acción, la contundencia y el temple. La fama de
Currie se acrisoló con la 2a batalla de Ypres, se cimentó en el Somme y se
engrandeció en Vimy Ridge (la cresta de Vimy). Des de un primer momento, y
observador de los cambios en la guerra moderna, Currie cayó en la cuenta que
los manuales y los protocolos no servían de nada. Fue precisamente ese
desprecio por la rigurosidad y el encorsetamiento en el campo de batalla lo que
le permitió aplicar una serie de principios tácticos que apenas dejaría hasta
el final de la guerra.
Gracias a sus experiencias en Ypres y en el Somme,
junto a los informes recabados por algunos oficiales del frente de Verdun,
Currie determinó llevar a cabo pequeños golpes de mano no muy extensos en tiempo
y en el terreno, con una preparación artillera muy contundente, municiosa y no
dilatada en el tiempo que tenía como objetivo aniquilar la artillería enemiga
de cobertura. La artillería debía disponerse en un frente muy delimitado,
preferiblemente no muy ancho, que tuviese como objetivo destruir las primeras
líneas enemigas, así como los campos atrincherados. Una vez se iniciase el
ataque de la infantería (en pelotones y en compañías y lo más cerca de la línea
enemiga), la artillería debía iniciar sincronizadamente una cortina de fuego de
cobertura que despejase el camino a la infantería para ocupar el frente
enemigo. De forma complementaria, y como respuesta al fuego enemigo, se debia
iniciar un fuego de contrabatería que eliminase el potencial artillero enemigo
facilitando doblemente el ataque de la infantería, y eliminando la posibilidad
de que el enemigo iniciase un contraataque para recuperar el terreno perdido.
La infantería, por su parte, debía prepararse minuciosamente no solo desde el
punto de vista de la instrucción, sino de la asimilación de sus objetivos
concretos - previamente conocidos -. Currie también expidió órdenes para que en
caso de confusión o caos los mandos
intermedios pudiesen actuar casi autónomamente otorgándoles poder de decisión y
maniobra. La prensa y los propios medios militares denominaron a este tipo de
golpes de mano minuciosos y resueltos 'bite-and-hold' (morder y resistir), no
solo por su rapidez y contundencia ejecutiva sino porque también llevaban
aparejada la doctrina de aguantar en el terreno y resistir el contraataque
enemigo a la espera de nuevas reservas. De ahí la importancia que daba Currie
tanto a la disposición de unidades de reserva muy cercanas a la línea de frente
como al trabajo de zapa en la creación de túneles o rampas de ataque muy
cercanas a las primeras líneas enemigas, tanto para el primer ataque como para
la afluencia contínua de nuevos contingentes de cara a asegurar el terreno
reconquistado. Los pruebas de fuego serían Vimy Ridge y la Hill 70 (la colina
70).
Vimy Ridge proporcionó al 'fontanero' Byng un vizcondado y la estimación del pueblo canadiense, a Currie lo elevó a héroe nacional y a Canadá le proporcionó el orgullo y la dignidad patriótica necesaria para olvidar su estatuto de dominion y ganarse la categoría de nación. La batalla de la Colina 70, por su parte, elevó los métodos de Currie y su 'bite & hold' a dogma militar y, lo más importante, descubrió en él a un gran estratega.
Vimy Ridge proporcionó al 'fontanero' Byng un vizcondado y la estimación del pueblo canadiense, a Currie lo elevó a héroe nacional y a Canadá le proporcionó el orgullo y la dignidad patriótica necesaria para olvidar su estatuto de dominion y ganarse la categoría de nación. La batalla de la Colina 70, por su parte, elevó los métodos de Currie y su 'bite & hold' a dogma militar y, lo más importante, descubrió en él a un gran estratega.
Vimy ridge, 9-12 abril de 1917
En noviembre de 1916 el general Julian Byng recibió órdenes de preparar un ataque para la primavera siguiente en el sector norte de Arras como parte de un ataque global británico en todo el sector como cobertura a una ofensiva francesa de principios de mayo. La cobertura británica se conocería como la batalla de Arras (1917) y la ofensiva francesa sería la tristemente famosa batalla de Chemin de Dames u 'ofensiva Nivelle'. La parte reservada al contingente canadiense se denominaría la batalla de Vimy Ridge.
La cresta de Vimy o Vimy Ridge (alternaremos ambas
nomenclaturas) se encontraba situada al nordeste del sector denominado de
Arras, y al suroeste del ya tristemente famoso sector de Notre-Dame de Lorette
(Nuestra Señora de Loreto). Se trataba de un enclave de gran valor estratégico,
no solo por los puntos elevados y de observación, sino por que en las
vertientes que caían hacia el este, hacia terreno enemigo, se hallaban
dispuestas numerosas grupos de artillería que ofrecían una cobertura excelente
a las tropas situadas en los puntos elevados haciendo casi imposible su
conquista o incluso aproximación. La toma de Vimy Ridge tenía un doble
objetivo. El primero eliminar un punto de hostigamiento y de tiro enfilado
hacia la ofensiva que debía llevarse a cabo más al sureste, hacia Chemin des
Dames y, de otra parte, obtener un punto estratégico y de observación futuro que
proporcionaría un control artillero a más de diez kilómetros en dirección este
y por tanto hacia terreno alemán.
Preparación
Estudiados el terreno y la proyección del ataque, Byng & Currie decidieron aplicar gran parte de las conclusiones a las que habían llegado oficiales canadienses y británicos durante las clases recibidas de sus colegas en Verdun. Las reconquistas francesas en otoño y diciembre de 1916, así como las precedentes victorias alemanas en febrero-mayo del mismo año, habían puesto de relieve que cualquier avance debía ser muy veloz, realizado por pequeñas unidades de infantería cubiertas (antes y durante el ataque) de un certero y contundente fuego de artillería y con un alto grado de precisión para lo cual era imprescindible un conocimiento previo del terreno, de las líneas enemigas y de sus posiciones fortificadas en caso de haberlas.
No se escatimó el más mínimo detalle en ninguno de
los aspectos del ataque. A las cuatro divisiones que formaban el CEF (por
primera vez iba a luchar al completo el contingente canadiense) se las sometió
a un completo entrenamiento no solo físico, sino táctico a nivel de pelotón y
compañía con objetivos muy precisos. Se construyeron, incluso, réplicas a
escala de las posiciones alemanas en la retaguardia para explicar con detalle
todas las fases de la operación. Con el objetivo de delimitar las áreas de
ataque, el sector de Vimy se dividió en cuatro sectores (con 4 colores) que se
asignaron a cada una de las 4 divisiones participantes. A banda del
entrenamiento táctico, cada soldado contó con un mapa detallado de su zona de
ataque con la posición a conquistar y la ruta que debían seguir para tomarla.
Por lo que hace referencia a la artillería, el cuerpo
divisionario canadiense de artillería no contaba con más de ocho brigadas de
artillería de campaña y dos de artillería pesada por lo que pidió ayuda al
mando británico para conseguir una potencia de fuego adecuada a las
expectativas depositadas en el ataque. El resultado fue que el ejército
británico cedió a los canadienses casi un millar de piezas de artillería, entre
calibres pesados, medios y morteros de trinchera permitiendo que el ataque
canadiense se llevase cabo con una potencia tres veces superior a la habitual
para cualquier tipo de operación. A banda de la potencia y de la concentración
de fuego, Currie tenía entre sus prioridades tácticas el silenciar al máximo la
artillería enemiga, antes, durante y tras el ataque como medio para dificultar los
seguros contraataques alemanes.
Para ello, y a banda de intensificar los vuelos de
observación para localizar la posición de las baterías alemanas, los servicios
de soporte elaboraron numerosos tableros y mapas que permitieron a la
artillería tener localizadas las posiciones enemigas. Para fortuna de Currie,
al frente del servicio de contrabatería se hallaba el teniente coronel Andrew
McNaughton, quién había trabajado en el campo de la balística y la localización
de objetivos a través de artefactos precursores del radar.
A banda de la precisión y el apoyo de la artillería
en el ataque, Currie consideró imprescindible el acortar la distancia entre su
línea de frente y las posiciones enemigas. La velocidad (y la sorpresa) en la
resolución del ataque eran una de las claves, y para ello contó con la ayuda de
varias compañías de tuneladores británicos para que abriesen dos tipos de
túneles en dirección al enemigo. Los primeros serían las 'lanzaderas' desde las
cuales partiría el grueso del ataque y que, una vez vacíos, servirían de
refugio y posterior partida para que las tropas reserva que apoyarían y
ocuparían las posiciones ya depasadas durante la operación. Currie, con la dura
experiencia del Somme en la cabeza, cubría varios aspectos primordiales de su
nueva táctica: acortaba el espacio a recorrer a campo abierto de la infantería,
reducía el número de bajas de las primeras oleadas, facilitaba al máximo la
disposición de las reservas y proporcionaba al ataque una sorpresa indiscutible
al acercarse al máximo a las posiciones enemigas, reduciendo el tiempo de
reacción enemigo.
Los otros túneles o galerías se destinaron para el
emplazamiento de minas que servirían para eliminar el mayor número de enemigos,
junto a sus posiciones, así como servir de elemento desconcertante poco antes
del ataque. El grado de sofistificación de los túneles de comunicación llegó a
ser tal que la mayoría contaron con luz eléctrica, y los destinados a funciones
de abastecimiento y de logística tenían raíles, a banda de espacios concretos
para funciones sanitarias, depósitos de municiones y puestos de mando.
Plan
El plan para la conquista de la cresta de Vimy contaba
con tres factores. El primero el terreno a conquistar y la prioridad de los objetivos
señalados como imprescindibles, el segundo la entidad del enemigo y su
capacidad para reaccionar en caso de contraataque y el tercero el papel que
tendría la artillería en toda la ofensiva. Unidos estos tres elementos, el plan
primaba en un primer momento en desalojar al enemigo de la 'cima' de la cresta,
la llamada Hill o colina 145, manteniendo a raya (y en lo posible) el fuego que
vendría de enfilada de la otra cima de la cresta llamada The Pimple situado en
el bosque de Givenchy. En un momentum similar se debían tomar las otras
posiciones que caían hacia el este, hacia la derecha de la línea canadiense
para tomar completamente la cresta y hacer retroceder al enemigo hasta la
llanura de Douai (Douai plain). Byng & Currie sabían que las tropas alemanas
que estaban defendiendo la posición eran una mezcla de soldados veteranos en el
sector (la 1a División bávara de reserva) con otras que eran el resultado de la
fusión de otras formaciones procedentes de otros sectores (la 79a División de
reserva) o la simple fusión de tropas de una misma procedencia como la 16a
División de infantería bávara.
A pesar de la composición de las unidades alemanas,
los servicios de información aliados intuían que el mando alemán, a partir de
noviembre de 1916, había procedido a implantar un tipo de defensa flexible en
profundidad, que más tarde se conocería como línea o sistema defensivo
Hindenburg. La idea alemana era adaptar la defensa y la contraofensiva a la
magnitud del ataque recibido, en parte apoyado por un sistema defensivo basado
en situar varias líneas de defensa conectadas entre sí por una red de
fortificaciones, nidos de ametralladora y blocaos que hacían muy costoso en
vidas el avance.
Artillería
Sabedores, en parte, de lo que les esperaba, la
sociedad Byng & Currie ordenó a la artillería una continuidad total durante
toda la ofensiva. Previo al 9 de abril, fecha fijada para el ataque, y
durante casi quince días, la artillería aliada castigó sin cesar las posiciones
enemigas, logrando eliminar gran parte del campo atrincherado frente a las
posiciones alemanas, así como aniquilar en casi tres cuartas partes de la
contraparte artillera enemiga. Éxito atribuible al completo a las nuevas
técnicas de localización implantadas por el oficial al mando de la
contrabatería, el teniente coronel McNaughton.
Byng & Currie señalaron la importancia no solo
de anorrear a las tropas alemanas dispuestas en primera línea sino de evitar al
máximo la concurrencia de las reservas enemigas al contraataque. Para ello y a
lo largo del ataque, la barrera de fuego no solo se limitó a cubrir el ataque y
machacar los objetivos de la cresta sino que avanzó su tiro para castigar la
retaguardia enemiga, imposibilitando o dificultando al máximo la afluencia de
tropas para tapar brechas o reconquistar lo perdido.
Infantería
La infantería canadiense, 4 divisiones con aprox.
100.000 hombres, situada frente de la cresta tenía objetivos muy concretos y un
horario muy calculado. Byng ya había advertido a sus oficiales que "you
shall go over exactly like a railroad train, on time, or you shall be
annihilated", o funcionáis y os movéis con la exactitud de un tren o os
aniquilarán'.
La longitud de la cresta, de unos seis kilómetros y
medio, se había dividido por colores correspondientes a las 4 divisiones
atacantes. Al margen de cada uno de los objetivos asignados a cada división, el
conjunto de la ofensiva debía conquistar la primera línea defensiva alemana (la
Zwischen Stellung o la trinchera del medio) que se bautizó como Black Line.
Descendiendo de norte a sur, la 4a Division debía acometer la misión más
difícil: conquistar las dos alturas más importantes de la cresta y las
mejor fortificadas (la Colina 145 y el promontorio llamado The Pimple en
pleno bosque de Givenchy) alcanzando la llamada Red Line, con la 16a División
bávara en frente.
A la derecha de la 4a canadiense se situaron la 3a
y la 2a, frente a la 79a de reserva alemana, con el objetivo del punto
fortificado de Folie Farm, los alrededores de Vimy y el nudo de Les Tilleuls,
situados en la zona de la Blue Line. Por último y como la unidad más al sur se
encontraba la 1a División que tenía que avanzar hasta la Brown Line, en la que
se encontraban la posición de Théllus y los arrabales de Farbus.
Jack Sheldon en The German Army on Vimy Ridge,
1914-1917 sostiene que los planes canadienses no eran del todo ajenos al mando
alemán. En febrero de 1917 un soldado canadiense de origen alemán desertó
aportando documentación referente a la supuesta ofensiva de primavera. De
hecho, los alemanes sabían que algo ocurría ya que el trabajo de mina y
contramina de los ingenieros y zapadores británicos habían aumentado
considerablemente. Tanto es así que los alemanes lograron desbaratar y destruir
algunas de las minas que habían dispuestos los ingleses bajo sus pies.
El plan de ataque para el 8 de abril quedó
pospuesto a petición de los franceses hasta el día siguiente.
Ejecución
El 9 de abril al romper el alba comenzó el ataque en toda la línea. El tiempo como los días precedentes no era muy halagüeño: ráfagas de viento helado y una nevada ligera pero contínua. Poco antes de las 5.00 de la mañana los cañones que habían estado aún martillenado las líneas enemigas callaron y recalibraron el tiro para la cortina de fuego que acompañaría las tropas de asalto, que se habían desplazado por los túneles hasta sus posiciones de salida por la tarde-noche del día anterior. Cada uno de los soldados llevaba un rifle con su bayoneta, munición (120 balas), dos granadas Mills, cinco sacos terreros, ración para dos días, una cantimplora de agua, una máscara de gas, unas gafas y una bengala. Todo fue calculado al milímetro: unos 20.000 solados saltaron a la Tierra de nadie a las 5.28 h., mientras segundos antes los ingenieros hicieron volar tres minas para asegurar el avance y descolocar a los alemanes. Al iniciar la cortina de fuego hicieron detonar otra media docena de cargas situadas estratégicamente bajo posiciones fortificadas. El recalibrado de la artillería pesada británica permitió castigar las defensas alemanas y lanzar numerosos proyectiles de gas en la línea defensiva alemana (la Zw¡schen Stellung) mientras la artillería canadiense ofreció una efectiva cobertura en cortina de fuego. A pesar del castigo, la defensa alemana aguantó el tipo y el fuego de ametralladora castigó mucho a los atacantes causando enormes bajas. Los partes canadienses hablan de que sobre las 6.30 h. la mayoría de los objetivos, unos 3/5 dicen, se habían logrado. Cierto, en parte.
Ejecución
El 9 de abril al romper el alba comenzó el ataque en toda la línea. El tiempo como los días precedentes no era muy halagüeño: ráfagas de viento helado y una nevada ligera pero contínua. Poco antes de las 5.00 de la mañana los cañones que habían estado aún martillenado las líneas enemigas callaron y recalibraron el tiro para la cortina de fuego que acompañaría las tropas de asalto, que se habían desplazado por los túneles hasta sus posiciones de salida por la tarde-noche del día anterior. Cada uno de los soldados llevaba un rifle con su bayoneta, munición (120 balas), dos granadas Mills, cinco sacos terreros, ración para dos días, una cantimplora de agua, una máscara de gas, unas gafas y una bengala. Todo fue calculado al milímetro: unos 20.000 solados saltaron a la Tierra de nadie a las 5.28 h., mientras segundos antes los ingenieros hicieron volar tres minas para asegurar el avance y descolocar a los alemanes. Al iniciar la cortina de fuego hicieron detonar otra media docena de cargas situadas estratégicamente bajo posiciones fortificadas. El recalibrado de la artillería pesada británica permitió castigar las defensas alemanas y lanzar numerosos proyectiles de gas en la línea defensiva alemana (la Zw¡schen Stellung) mientras la artillería canadiense ofreció una efectiva cobertura en cortina de fuego. A pesar del castigo, la defensa alemana aguantó el tipo y el fuego de ametralladora castigó mucho a los atacantes causando enormes bajas. Los partes canadienses hablan de que sobre las 6.30 h. la mayoría de los objetivos, unos 3/5 dicen, se habían logrado. Cierto, en parte.
No fue hasta media tarde que el terreno estuvo
limpio y además no hay que perder de vista que los objetivos más estratégicos e
importantes no se habían conseguido. Las brigadas 11a y 12a de la 4a División
no habían conseguido poner apenas un pie en la colina 145 y menos en The
Pimple.
Debido a su importancia estratégica, los alemanes
habían fortificado la cota 145 con un triple cinturón de alambre de espino y
con una serie de nidos de ametralladoras camuflados tras la vertiente opuesta.
De ahí que la artillería británica no hubiese podido aniquilar esas defensas y
que las tropas de la 4a División canadiense fuesen castigadas sin cesar por el
fuego procedente de The Pimple. Los cuatro batallones de la 12a brigada (38º,
72º, 73º y 78º) sufrieron lo indecible para cubrir a los hombres de la 11a
brigada que no habían podido avanzar. El batallón 102º de la 11a había
logrado abrirse algo de camino pero el 54 que le seguía se quedó a medio camino
y se retiraron con enormes pérdidas. Se confirmó que existía todavía un reducto
fortificado intacto. Batallones canadienses como el 87º o el 75º fueron
literalmente barridos, perdiendo en algunos casos el 60% de sus efectivos. Se
reanudaron los esfuerzos pero la 145 no se cayó ese día. Solo dos compañías del
batallón 85º lograron asegurar parte de la vertiente oeste, mientras que el
resto siguió en manos alemanas hasta el día siguiente. La lentitud en la
conquista de la colina 145 y el sector adyacente frenaron el avance de la 3a
División canadiense, que podría haberse adentrado aún más en las líneas
enemigas. El fuego procedente de la Colina 145 estaba cogiendo a los
canadienses de enfilada por lo que se decidió esperar y consolidar el terreno
ganado.
A pesar de la contundencia del ataque, los alemanes
no se dieron por vencidos y en la medida de lo posible enviaron tropas (de la
79a División) a ocupar las brechas y en algunos casos, como en la colina 145, a
reforzar la línea. No obstante, los canadienses (y los británicos) no estaban
dispuestos a perder la oportunidad de tomar toda la loma, The Pimple incluido.
Al día siguiente, 10, se retomaron los ataques con más fiereza. Se movilizaron algunas brigadas británicas como soporte, junto a alguna sección de tanques, y se prosiguió el avance en el sector de la 1a y 2a División canadiense.
Al día siguiente, 10, se retomaron los ataques con más fiereza. Se movilizaron algunas brigadas británicas como soporte, junto a alguna sección de tanques, y se prosiguió el avance en el sector de la 1a y 2a División canadiense.
A primeras horas de la tarde se había conseguido
llegar al límite nordeste establecido en el plan de ataque, la llamada Brown
Line. El escollo, sin embargo, persistía en el norte. La colina 145 resistía y
The Pimple seguía casi incólume. Los mandos lo vieron claro: los alemanes se
dejarían la piel. O subían más refuerzos o desguarnecían algunos puntos
conquistados por la 3a División, enviando a tropas de ésta para encararlas
hacia la colina 145.
Se optó por ambas opciones. Tropas de la 4a por el
sur y tropas de la 3a por el sureste fueron cerrando el cerco. Esa tarde los
batallones 44º y 50º de la 10a brigada remataron la faena. Los alemanes
resistían pero la falta de munición y el cansancio hicieron mella. Poco antes
de las cuatro los canadienses pusieron el pie en la parte norte de la colina, que
los alemanes reconquistaron por poco tiempo y con enormes bajas, hasta que
tropas frescas (y bisoñas en combate) como el 25º batallón de los Nova Scotia
Rifles expulsaron o apresaron a los alemanes que resistían.
El mando ordenó descansar al día siguiente,
miércoles 11 de abril, para hacer recuento de bajas y actualizar la situación.
Byng & Currie lo tenían claro: The Pimple debía caer sí o sí. Y así fue. En
medio de una tormenta de nieve, parte de los efectivos que habían logrado tomar
la cota 145 se lanzaron a la conquista de The Pimple. Tropas alemanas
pertenecientes a la 4a División de la Garde Infanterie, que habían relevado a
la castigada 16a División bávara, defendían la posición. El ataque se inició a
las 4.00 de la mañana con un bombardeo previo de gas que gracias a un viento
favorable diezmó parte de la defensa pero que logró rechazar un primer embite
canadiense. La 10a brigada canadiense, apoyada por efectivos de la 24a División
británica se lanzó otra vez al ataque sobre las cinco de la mañana, asestando
un golpe definitivo y logrando capturar la posición una hora después.
Vimy Ridge ya había sido controlada totalmente al
anochecer del 10 de abril, pero la captura de la posición de The Pimple fue imprescindible
para asegurar la posición en toda la cresta.
Epílogo
Vimy Ridge permite hacer dos lecturas, una militar y otra política. Des de un punto de vista exclusivamente militar, la batalla fue un rotundo éxito con pocos precedentes en la historia bélica de la Primera Guerra Mundial. La cresta había estado en el punto de mira aliado desde 1914 y se había intentado reconquistarla infructuosamente en 1915 y 1916 con miles de pérdidas, primero francesas y luego británicas. Los canadienses tuvieron casi 11.000 bajas, muriendo finalmente unos 3.700 soldados. El precio fue alto, muy alto, como en toda la guerra a pesar de que la sensación de triunfo maquilló las pérdidas. Los mandos comenzaron a intuir en Vimy la luz al final del túnel. Los alemanes habían sido desalojados y vencidos en apenas cuatro días de una posición prácticamente inexpugnable e inconquistable que había costado decenas de miles de muertos durante los 3 o 4 años previos. La prensa y los mandos británicos y francés miraron hacia la magnífica sociedad de Byng & Currie y se preguntaron -por supuesto- cuál había sido la clave de un éxito tan rotundo en Vimy y un fracaso tan sangriento como el de Chemin des Dames. Poco tardaron las mentes pensantes y los jefes militares más clarividentes en darse cuenta que el factor más determinante había sido la mezcla de una preparación táctica impoluta y el empleo de la artillería en todo su potencial. Haig tomó nota, Pétain se reafirmó en lo que ya intuía y Foch pondría a la práctica las lecciones en el verano de 1918.
Lo de Vimy Ridge no fue una casualidad. Currie repitió éxito el agosto siguiente en la Colina 70. Con menos potencial artillero, pero con la misma minuciosidad y preparación, Currie -esta vez solo- aplicó los principios que habían guiado el triunfo de Vimy: preparación, minuciosidad, exquisita ejecución artillera y absoluto secretismo. Vimy abrió las puertas a Byng hacia su futuro vizcondado y el mando del IIIr ejército británico. Currie subió a los altares de la Patria canadiense, no sin antes limpiar cierto expediente por desfalco y superar numerosas zancadillas del premier canadiense Sam Hughes, el cual lo odiaría hasta el final de su vida por haber relegado a su hijo Garnet como mando militar de la CEF. La sociedad Byng & Currie puso en práctica algo ignoto en los campos de batalla de Francia o Flandes: sentido común, paciencia y una fe ciega en la victoria.
Epílogo
Vimy Ridge permite hacer dos lecturas, una militar y otra política. Des de un punto de vista exclusivamente militar, la batalla fue un rotundo éxito con pocos precedentes en la historia bélica de la Primera Guerra Mundial. La cresta había estado en el punto de mira aliado desde 1914 y se había intentado reconquistarla infructuosamente en 1915 y 1916 con miles de pérdidas, primero francesas y luego británicas. Los canadienses tuvieron casi 11.000 bajas, muriendo finalmente unos 3.700 soldados. El precio fue alto, muy alto, como en toda la guerra a pesar de que la sensación de triunfo maquilló las pérdidas. Los mandos comenzaron a intuir en Vimy la luz al final del túnel. Los alemanes habían sido desalojados y vencidos en apenas cuatro días de una posición prácticamente inexpugnable e inconquistable que había costado decenas de miles de muertos durante los 3 o 4 años previos. La prensa y los mandos británicos y francés miraron hacia la magnífica sociedad de Byng & Currie y se preguntaron -por supuesto- cuál había sido la clave de un éxito tan rotundo en Vimy y un fracaso tan sangriento como el de Chemin des Dames. Poco tardaron las mentes pensantes y los jefes militares más clarividentes en darse cuenta que el factor más determinante había sido la mezcla de una preparación táctica impoluta y el empleo de la artillería en todo su potencial. Haig tomó nota, Pétain se reafirmó en lo que ya intuía y Foch pondría a la práctica las lecciones en el verano de 1918.
Lo de Vimy Ridge no fue una casualidad. Currie repitió éxito el agosto siguiente en la Colina 70. Con menos potencial artillero, pero con la misma minuciosidad y preparación, Currie -esta vez solo- aplicó los principios que habían guiado el triunfo de Vimy: preparación, minuciosidad, exquisita ejecución artillera y absoluto secretismo. Vimy abrió las puertas a Byng hacia su futuro vizcondado y el mando del IIIr ejército británico. Currie subió a los altares de la Patria canadiense, no sin antes limpiar cierto expediente por desfalco y superar numerosas zancadillas del premier canadiense Sam Hughes, el cual lo odiaría hasta el final de su vida por haber relegado a su hijo Garnet como mando militar de la CEF. La sociedad Byng & Currie puso en práctica algo ignoto en los campos de batalla de Francia o Flandes: sentido común, paciencia y una fe ciega en la victoria.
La lectura política de Vimy la creó la prensa y la
alimentó la opinión pública, sobre todo canadiense. El pueblo canadiense
consideró la victoria de Vimy como un hito no solo en la guerra, sino para su
propia historia y dignidad como nación. Con el transcurrir de los meses y los
años, el mito de Vimy Ridge se instaló -por méritos propios- en la breve
historia de Canadá como un punto de inflexión en su consolidación nacional.
Vimy Ridge fue (y es) una fita en la historia de Canadá. Apuntaló su orgullo
nacional y permitiéndole sentirse como una nación más. Los canadienses, como
los australianos con Gallipoli o Pozières, otorgaron al triunfo de Vimy Ridge
un carácter fundacional en su historia como nación.
Fuentes
Morton, Desmond and J.L. Granatstein. Marching to Armageddon: Canadians and the Great War 1914-1919. Toronto: Lester & Orpen Dennys Ltd., 1989, pp. 138-143.
Nicholson, Colonel G.W.L., C.D. Canadian Expeditionary Force 1914-1919: The Official History of theCanadian Army in the First World War. Ottawa: Queen's Printer and
Controller of Stationery, 1962, pp. 244-265.
Sheldon, Jack. The German Army
on Vimy Ridge 1914–1917, Barnsley : Pen & Sword Military, 2008.
Turner, Alexander. Vimy Ridge
1917 : Byng's Canadians triumph at Arras. London : Osprey, 2005.