23 nov 2010

Las tropas indígenas canadienses en la Gran Guerra


La primera guerra mundial fue un episodio traumático y demoledor para todas las naciones participantes. La 'edad de oro' europea, la civilización de las luces y de los descubrimientos científicos y técnicos se convirtió en un lejano recuerdo. Nada volvió a ser igual. La fragua del Dios de la guerra fue la tumba de tres imperios y el crisol de varias naciones. Para algunos de estos países fue algo más que un cesura histórica, resultó ser su 'puesta de largo' como protagonistas de un nuevo mundo global.
Australia, Nueva Zelanda o Canadá, antiguos dominions -colonias- pertenecientes al Imperio británico surgieron de las cenizas de la guerra con una identidad nacional reafirmada, propia de aquellos países madurados y bregados en los nuevos tiempos. Su 'costosa' participación les granjeó el respeto del mundo más allá del ancho paraguas de la Commonwealth. Incluso desde Londres, la visión paternalista hacia los dominios ultramarinos mutó hacia un reverencial respeto, cargado -obviamente- de orgullo

Canadá y la Canadian Expeditionary Force (CEF)
El caso canadiense fue paradigmático. Cuando estalló la guerra, Canadá decidió entrar en el conflicto sin dudarlo, igual que Australia y Nueva Zelanda. La 'raza británica' estaba en peligro y los indisolubles lazos de hermandad entre la metrópolis y las antiguas colonias eran más fuertes que nunca.
En 1914, los canadienses no estaban preparados para una guerra como la que se avecinaba. La milicia canadiense movilizada apenas llegaban a 60.000 hombres, y la mayoría de armamentos y pertrechos militares procedentes del Reino Unido no habían llegado todavía. Los mandos optaron por equipar a los nuevos soldados del preciso, aunque no siempre fiable, fusil Ross fabricado en Canadá. De entre los primeros 30.000 voluntarios establecidos en el campamento de Valcartier, a las afueras de Ottawa, algunos eran miembros de las tribus indígenas canadienses. Su admisión, sin embargo, en el recién creado Cuerpo Expedicionario Canadiense (Canadian Expeditionary Force, CEF) no fue nada sencilla.
Los recelos, un disfrazado 'paternalismo' y un arraigado sentimiento racista y de desprecio hacia las poblaciones autóctonas de algunos de los mandos del ejército canadiense, así como de la mayoría de políticos entorpecieron su entrada en la CEF. El pretexto oficial era que temían que los alemanes tratasen a los indígenes canadienses como a salvajes, como a hombres no civilizados.
La realidad de la nueva guerra industrial cambió el panorama. Para finales de setiembre ya había partido hacia Inglaterra la primera división canadiense, otra se estaba movilizando. Al poco se habían movilizado dos más, siendo cuatro las que se desplazaron a Francia. Juntamente con ellas cientos de artilleros, ingenieros o zapadores, y otras tropas auxiliares fueron al frente europeo.
La guerra seguía engullendo tropas y el ministro canadiense de defensa, el coronel Sam Hughes se comprometió con los aliados a formar a 16 divisiones en total. Para ello, Hughes decidió emplazar a un centenar de personajes ilustres e influyentes de la sociedad canadiense para que se encargasen de formar batallones en sus comunidades, regiones o grupos ètnicos. La CEF abría las puertas a la tropas indígenas canadienses. Al poco ya se habían constituido dos batallones compuestos exclusivamente de soldados indígenas. Los iroqueses y la tribu de las Seis naciones fueron dos de las comunidades indígenas más activas en la mobilización de sus miembros. En el caso de la nación iroquesa, una fuerte filiación histórica la ligaba a la corona británica, hasta el punto que apenas reconocía la realidad nacional canadiense, y aún menos su gobierno. Los iroqueses habían luchado junto a los ingleses contra los franceses hasta la Paz de Montreal en 1701 y se habían introducido en territorio canadiense para librar zonas de influencia francesa. Los iroqueses también lucharon contra las nuevas tropas estadounidenses durante la invasión en 1812. Otro caso fue el de los Inuits de la zona ártica, los mal denominados esquimales, con una nula adhesión a la causa británica o francesa. La corona británica vendió sus tierras en 1881 al gobierno del Canadá. El resto de comunidades padecieron también las políticas aislacionistas del Canadá, heredadas del imperio británico: enclaustramientos de las poblaciones indígenas en reservas, instaladas en tierras baldías o sin interés para la comunidades blancas. Junto a la institucionalización de sociedades nómadas con sus propios modelos de explotación natural (pesca, caza,...), las políticas canadienses hacia los indígenas consistieron en una asimilación total y una proactiva alienación cultural. Misioneros, maestros y otros elementos procedentes de la cultura europea fueron los instrumentos de la nueva política. A banda de las cuestiones de aniquilación cultural y social, las epidemias y enfermedades importadas por las poblaciones europeas diezmaron enormemente las sociedades indígenas. Por todo ello, la respuesta indígena hacia una guerra 'blanca' no fue masiva.

Batallones indígenas canadienses
Sólo los miembros de las tribus más asimiladas, principalmente iroqueses, respondieron a la llamada de las armas. También participaron los miembros de la tribu de las Seis naciones, que pidieron a las autoridades militares organizar el famoso batallón 114º, que llevaría el nombre de los Brock Ranger's. Finalmente, dos de las cuatro compañías del 114º estarían formadas exclusivamente por miembros de las Seis naciones, procedentes en su mayoría de las comunidades de Mohawk y Kanewahke en el Quebec. El emblema del 114º eran dos tomahawks cruzados.
La guerra, sin embargo, marcaba sus reglas y como la mayoría de batallones canadienses al llegar a Francia, las tropas indígenas del 114º fueron repartidas y esparcidas por los diferentes batallones de la CEF que requerían refuerzos. Otro emblemático batallón fue el 107º, al mando del teniente coronel Campbell. De sangre índigena, Campbell tenía la intención de reclutar 'cowboys e indios'. Cosa que realizó con éxito ya que fueron 962 voluntarios indígenas los que fueron a Inglaterra, superando incluso a los del 114º. El 107º consiguió, por otra parte, mantenerse más cohesionado ya que debido a la ausencia de zapadores o ingenieros, fue designado como el batallón de zapadores e ingenieros para la 3ª división canadiense en 1917, viviendo las cruentas experiencias de Vimy ridge y Passchendaele. De los territorios del norte de Ontario y de la Columbia surgieron otros dos renombrados batallones, el 52º llamado 'Bull moose batallion' o batallón del Arce y el 54º, el Kootenay
Los mandos canadienses mostraban un especial respeto por los soldados indígenas en el campo de batalla. Los solían describir como tropas fieras y valientes, aunque a la par desordenadas y poco atentas a la disciplina cuartelaria y militar.
Las cualidades de las tropas indígenas canadienses estaban determinadas por su 'modus vivendi' y su relación con el medio hostil. Destacaban sobretodo por ser excelentes exploradores y reputados tiradores de élite. Por ello, la mayoría se encontraban o bien en las compañías de reconocimiento o eran tiradores de élite. Ambas funciones permitían a los soldados una disciplina militar más relajada acorde con la costumbre de independencia de dichas tropas. Su perfecto cometido en este tipo de acciones levantaba la admiración de sus compañeros de unidad.

Héroes indígenas
Francis Pegahmagabow, quizás el soldado indígena canadiense más célebre, no sólo por sus hazañas bélicas sinó también por su propio talante como Ojibwa de la Primera nación, se alistó voluntario al inicio de la guerra. En el campo de entrenamiento de Valcartier se instaló con una tienda la cual decoró con todo tipo de simbología tribal y la piel de ciervo a modo de estandarte de su clan. Junto a la parafernalia clánica, cuenta que llevó un pequeño saco de hierbas medicinales preparado por una vieja anciana, que según él, le salvó la vida en más de una ocasión. Al finalizar la guerra, Pegahmamow 'Peg', había sido condecorado tres veces por haber matado más de 370 enemigos. Otro caso fue el de Henry Nor'west. Nor'west era un indígena de la tribu de los Cree. Sus compañeros, sin embargo, le pusieron el curioso mote de 'Ducky' al sumergir a una prostituta en una fuente de Londres. Nor'west mató a 115 enemigos confirmados. El 18 de agosto de 1918 una bala alemana lo mató
Las hazañas de los soldados indígenas tuvieron cierto reconocimiento, aunque muy pocos fueron ascendidos a grado de oficial, los pocos eran Mohawks

La dura posguerra
Las suspicacias entre los elementos europeos canadienses siguieron durante y después de la guerra. Los responsables del departamento canadiense para los asuntos 'indios' vieron en la guerra un medio para enrolar al mayor número de voluntarios indígenas con la ulterior esperanza de que éstos y sus tribus se asimilasen a los roles 'blancos' y dejasen un modo de vida que chocaba totalmente con los designios del gobierno canadiense que deseaba una total asimilación del elemento indígena. Los informes del departamento para asuntos indígenas concluyeron que de una población de más de 100.000 indígenas, apenas se enrolaron unos 3500.
La Gran guerra, sin embargo, no reportó beneficio alguno a las comunidades indígenas canadienses. Bien al contrario. Uno de los actos más execrables que cometió el departamento para asuntos indígenas fue la confiscación y compra ilegal de tierras propiedad de las comunidades indígenas con la excusa de repartirlas a los veteranos de guerra.
La ignominia fue doble. Según la Indian act de 1906, el gobierno canadiense prohibía a los indígenas ser poseedores de tierras allende de sus reservas, con lo que el soldado desmobilizado indígena no tenía derecho a ningún tipo de compensación en especie en forma de tierras.
El balance de la guerra fue absolutamente negativo para todos los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial. Para los indígenas candienses fue otra constatación más de la traición del hombre blanco.

Fuentes

- Gaffen, Fred. Forgotten soldiers. Ottawa : Thyetus books, 1985.
- Morton, Desmond. 'Les canadiens indigènes engagés dans la Prèmiere Guerre mondiale'. En Guerres mondiales et conflits contemporains, 2002, n. 230, pp. 37-49.

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