25 ago 2009

Paris, 1919: seis meses que cambiaron el mundo

Tema denso más libro grueso, igual a gran obra. Aunque difícil, no imposible. Esta sería la primera gran conclusión a la que he llegado después de leer el libro de Margaret O. MacMillan, Paris 1919 : seis meses que cambiaron el mundo. Se trata de una traducción a cargo de la editorial Tusquets de la obra original titulada Peacemakers: the Paris Conference of 1919 and its attempt to end war.

Por qué lo del título? Pues porque puede que no tenga mucha importancia en otros casos, pero en este sí. La autora decidió titularlo así por la vital importancia que tuvieron en él las individualidades. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, un protagonista de excepción, Sir Winston Churchill dijo aquello de que nunca tantos debieron tanto a tan pocos... Pues en el caso de Tratado de Versailles y todos sus vástagos (o bastardos), léase Neuilly, Sèvres, Trianón, etc. fue claramente así. Nunca tanto se debió a tan pocos.
La autora señala que, a pesar de las cohortes y legiones de asesores y especialistas que mobilizaron los respectivos gobiernos, fueron las ideas predeterminadas de los líderes junto con sus fobias y fílias, las que dieron una impronta u otra a las principales decisiones de los acuerdos de paz más importantes del siglo XX.
MacMillan hace un somero recorrido por los numerosos temas que se trataron en lo que la historia ha dado en llamar los acuerdos de paz de Versailles o Tratado de Versailles.
Las más de seiscientas páginas recorren todo el orbe mundial: las nuevas fronteras de la Polonia renaciente, la cauta Checoslovaquia, bajan hasta el nuevo estado albanés, saltan al curioso y preponderante papel geoestratégico de Japón en Asia, vuelven hacia las zonas de influencia en el Próximo Oriente, el mandato de Palestina, la mutilación del extinto Imperio austrohúngaro (Croacia, Montenegro,...) y un sinfín de situaciones por solucionar después de un conflicto que había arrasado el mundo durante más de cuatro años. Se dedica un capítulo a cada uno de aquellos asuntos que más relevancia tuvieron en las agendas de las diplomacias aliadas. Tienen un lugar especial la Rusia bolchevique, la China dividida y postimperial, el polvorín balcánico, Asia menor, las reinvindicaciones griegas e italianas, y cómo no el caso alemán. En este punto haré un inciso.
A pesar de que el grueso de las deliberaciones y trabajos fueron dedicadas a concertar una paz con Alemania que contentase a todas las partes, a las aliadas me refiero, considero que el espacio que le dedica la autora a la problemática alemana no es proporcional al peso de ésta en los Tratados de Versailles. El lector tiene la sensación de que los capítulos dedicados a la paz con Alemania son pocos y carentes de profundización. Aunque se trata de una sensación personal, quiero destacarlo.
Volviendo al grueso de la obra y desde una vertiente más estilística, quisiera destacar que tanto el ritmo narrativo como la redacción es excelente. A pesar de que la narración está plagada de notas, éstas no interrumpen el discurso. Es más el lector, ávido de ampliar sus conocimientos, recurre y recorre al impresionante y socorrido capítulo de notas con una asiduidad inquebrantable. Este ir y venir de las notas al texto y viceversa no es cansino, muy al contrario.
La estructuración temática de la obra excluye claramente el hilo cronológico de los debates y de las reuniones secretas, así como las cenas, fiestas y demás. Algo que en un principio podía ser dañino tratándose de una obra de síntesis histórica ha resultado ser, al menos para mi, de gran ayuda.
En una esfera más conceptual (y personal) constato que el grueso de la información es tan grande y compleja que se hace obligatorio listar o inventariar las principales conclusiones a las que he llegado. Las he agrupado en dos grupos, las relacionadas con las personalidades que formaron parte del gran circo del Tratado y las derivadas de las discusiones, reuniones y tratados, es decir las propiamente relacionadas con los acuerdos de paz.

Conclusiones derivadas de los acuerdos de paz

1. La paz que se concierta con Alemania es una paz que a la larga contribuirá a generar otros conflictos. No es una paz definitiva, ni duradera. Aunque la autora no quiera culpar a los acuerdos de los acontecimientos posteriores, Versalles no estableció una paz justa, al contrario.
2. Los intereses de los gobiernos y diplomacias aliadas fueron los que dictaron las grandes decisiones sobre las paces y tratados. Tras los intereses gubernamentales estaban los poderes fácticos y no tan fácticos de sus respectivos países.
3. Woodrow Wilson se vio encorsetado en muchas ocasiones por su famoso programa de los 14 puntos. No respetó el derecho de autodeterminación de los pueblos en numerosos casos, entre ellos el alemán y el austríaco. Aún menos quiso entrar a discutir la controvertida Doctrina Monroe en su área de influencia en América del sur. A cambio de no discutir sobre temas propios dio carta blanca a franceses y británicos en determinados asuntos.
4. Los asuntos europeos y su problemática inherente superaron al equipo negociador norteamericano que se vio obligado a hacer extrañas y curiosas concesiones. Wilson sólo buscaba crear un organismo que en adelante ayudase a dirimir y solucionar los conflictos internacionales: la Sociedad de Naciones, a la cual - curiosamente - no ingresaron jamás los Estados Unidos de América.
5. Británicos y los franceses obraron a su antojo. Los únicos límites que encontraron fueron los de su propia codicia más los espacios o áreas de influencias en los que chocaban entre sí (Oriente Próximo, Asia, etc.)
6. La delegación británica obró de acuerdo a sus intereses imperiales. De hecho, en algunos casos su propia idea de imperio les cegó, véase Palestina, Turquia, Asia, Iraq, Síria, etc.
7. La delegación francesa estuvo cegada por el odio y el revanchismo vestido de seguridad nacional. Bajo la lícita excusa de la autoprotección cayó en el abismo de lo imposible. Aunque es cierto que gran parte de la opinión púbica lo exigía. La zarpa del viejo tigre Clemenceau fue dolorosa, la herida escoció durante veinte años.
8. Las exageradas, y en algunos casos extrañas (Fiume), reinvindicaciones italianas la alejaron del botín final. Su papel durante la guerra no mereció el respeto de sus aliados y eso corrió en su contra durante las negociaciones.
9. China fue dejada a su suerte, nadie quiso inmiscuirse en la depredación japonesa a pesar de las advertencias.
10. Japón hizo lo que quiso con las colonias requisadas a Alemania y prosiguió con su política imperial. La indolencia de las grandes potencias hizo el resto. Tanto Estados Unidos como Inglaterra vieron en Japon su próxima amenaza.
11. Los dominios del Imperio británico (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica) maduraron e impusieron sus condiciones, aunque pocas.
12. Hungría, antipática a todos, fue desmembrada en más de un tercio de su territorio y condenada a caer en brazos de la anarquia o el bolchevismo. Ambos hicieron acto de presencia.
13. Turquía se encontró a si misma en la figura de Mustafa Kemal, Atatürk. La incapacidad de los aliados y el auge del nacionalismo turco hicieron el resto. El Tratado de Sèvres murió y nació el de Lausanna con condiciones más beneficiosas para el nuevo estado turco.
14. El puzzle del Próximo Oriente fue eso, un rompecabezas. A la desunión de los pueblos árabes y no árabes se juntó la lucha de intereses entre británicos y franceses. La promesa de un territorio para el pueblo judío en Palestina hizo el resto. El Oriente Próximo actual bebe absolutamente de las lluvias de Versailles.

Continuará en: París, 1919: seis meses que cambiaron el mundo (II)

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