10 jul 2009

Ludendorff de Correlli Barnett (The Swordbearers)


Barnett, Correlli. "Ludendorff" en The Swordbearers. London : Cassell, 2000. pp. 269-362.

Comencé el capítulo de Ludendorff del libro de C. Barnett The Swordbearers con la ilusión de aquel que poco o nada conoce sobre el biografiado excepto aquellos tópicos manidos y lanzados desde las trincheras de la historiografía oficial aliada. A estas alturas ya no me sorprende comprobar que los viejos tópicos, como los rockeros, nunca mueren. Tras un decepcionante comienzo, al acercarse a 1918 la cosa comenzó a ponerse interesante. Llegaron la desastrosa guerra submarina total, las luchas entre el canciller Bethmann-Hollweg y los militares, las supuestas peticiones de paz, y al poco se instauró la indisimulada dictadura militar que impusieron Ludendorff y la cara respetable del regimen, Hindenburg.
Una vez situados a finales de 1917 y examinando la grave situación interna alemana, agravada por el horizonte de masivas llegadas de tropas norteamericanas, Ludendorff y los think tanks del Oberste Heeresleitung (OHL) decidieron jugar su última carta. En este punto de la narración Barnett se crece, saca lo mejor de un texto histórico impecable, sin mácula. En las siguientes páginas se fraguan la ofensivas alemanas de la primavera de 1918, o lo que la historiografía ha dado en llamar la Kaiserschlacht o la batalla del Kaiser.
La disección que realiza Barnett de la Kaiserschlachtraya la perfección.
En primer lugar, el lector se encuentra de frente con unos argumentos desde la parte alemana inapelables, inevitables, de tragedia griega. Barnett lo define de varias maneras: última jugada, último cartucho... Ludendorff se juega el todo por el todo, sabe que después de esto no hay nada. Si fracasa la Operation Michael (así se llamó en términos militares) y sus vástagos (Mars, Valkirie, Georgette) todo se acabó. Lo extraordinario en el caso alemán es entender como un pueblo como éste puede llegar a ese punto que raya la extenuación y en el que los soldados apostados en las trincheras esperan con ardoroso deseo la mañana del 21 de marzo.
Durante el proceso de planificación de la ofensiva, Ludendorff está en su mundo. Su habitat natural: la sala de mapas entre cartas y partes meteorológicos. Ludendorff no lo hará solo. Tuvo cómplices. Lo acompañan en sendas reuniones de finales de 1917 los jefes de estados mayor Kuhl y Wetzell. Éstos abogan por la misma idea: la ofensiva total y final, pero difieren de Ludendorff en el dónde.
Barnett expone de forma soberbia el porqué de ambas opciones. Kuhl aboga por la zona de Verdun y St. Mihiel por el desgaste francés aparte de por la presencia de los bisoños norteamericanos. Wetzell se decanta claramente por la zona de Flandes, Ludendorff también se inclina por este sector. Sin embargo, sabe que se trata de una zona en la que el terreno juega de parte de los británicos. El barro y el tiempo lo asustan, lo previenen. Y al final se acaba decantando por asestar el gran golpe, el definitivo entre el 3r y 5º ejércitos británicos, en la zona del Somme situando el eje en Peronne. El 18º ejército comandado por von Hutier (el héroe de Riga) estará en el flanco derecho del ataque germano junto con el7º en reserva, el 17º al mando del principe Ruprecht atacará por la izquierda. El 2º ejército en el centro.
Barnett razona el porqué de estas decisiones. Incluso analiza y anticipa las razones del posterior fracaso. Analiza también los errores de concepción de unos y de otros, y los contrapone. Los británicos en las ofensivas caniculares de 1917 (Passchendaele) erraron en la estrategia y en la táctica aunque tenían perfectamente claros los objetivos de su ofensiva. Los alemanes, por el contrario, en la primavera de 1918 tienen el control absoluto de la táctica pero yerran clamorosamente en sus objetivos, no en los primeros pero sí en los definitivos que son los que cuentan. Resumiendo, Barnett explica perfectamente que los británicos en 1917 sabían lo qué querían pero no sabían como hacerlo. Tropezaron casi de forma idéntica en los errores de 1914, 1915, y 1916: falta de elasticidad en el mando, ataques frontales estáticos, bombardeo artillero exagerado que machacaba el terreno y eliminaba el factor sorpresa, etc. Lo único prácticamente novedoso era la aparición del tanque. Por contra, los alemanes - en parte por culpa de Ludendorff según Barnett - están cegados por el término. Creen en el golpe definitivo. Ludendorff sólo piensa en la separación entre los frentes británico y francés. Después del gran golpe ya se verá, pensó Ludendorff. Y ciertamente por el desarrollo posterior de la ofensiva así se desprende.
La ofensiva alemana del 21 de marzo es apabullante. Las líneas británicas son superadas y las tropas huyen casi en desbandada. El caos es prácticamente total. El 22 el ritmo será parecido, von Hutier sabe lo que se hace y su ejército continua la progresión hacia el sudoeste. El 5º ejército británico de Gough es una sombra, ya no existe. Haig acude suplicante a Pétain. Le pide que sitúe 20 divisiones francesas en el sector de Amiens. Pétain, fiel a su estilo, no se niega pero sólo le envia seis para reforzar la derecha británica. Pétain teme un golpe similar en la zona de la Champagne. Comienzan las primeras fisuras en el barco aliado. Como dice Barnett, el egoismo es el primer hijo de la crisis. A todo esto, Ludendorff exultante. El Kaiser se pasea, incluso, por Avesnes. El clima es de euforia. Nada hace predecir lo que era predecible: el cansancio de las tropas alemanas, graves problemas de transporte y la falta de alimentos y munición frenarán la ofensiva. La logística alemana no pudo seguir el ritmo de sus tropas. Y así fue, la ofensiva día a día se fue marchitando y por el 28 las tropas alemanas fueron frenadas. El avance había sido espectacular, pero sólo había sido eso: un gran avance, nada más. Barnett disecciona en este punto los errores del mando. Acusa a Ludendorff de improvisar los objetivos ulteriores como si estos fuesen a aparecer de la nada. Lo tilda de inconstante por no proseguir o otorgar más poder a von Hutier y su gran golpe de mano. El autor llega a sugerir que de haber puesto todas las reservas en el ejército 18º de von Hutier el resultado quizás hubiese otro. Pero en cambio Ludendorff desperdigó y malgastó las reservas en cubrir más extensión de terreno. Él mismo debilitó el ataque. Afirma que si el día 23 hubiese puesto todas las reservas en un punto, el resultado de la ofensiva hubiese sido otro. Por la parte psicológica, Barnett carga contra Ludendorff acusándolo de inestable e incoherente. No sólo por sus errores de índole militar, sino por su actitud ulterior ante el fracaso. Cita numerosos testimonios de proximidad como Lossberg, Hindenburg, etc. para describir a un hombre deshecho ante el fracaso. Incapaz de reaccionar ante la derrota que acaece a partir del 18 de julio cuando comienza a haber claros signos de descomposición en las filas alemanas.
Barnett compara en más de una ocasión a Ludendorff con la figura Hitler. Lo hace sobretodo para subrayar la testarudez en la defensa de posiciones indefendibles e inútiles de sostener como Stalingrado. En este caso, recurre al testimonio del general Lossberg - especialista en sistemas defensivos - para acusar a Ludendorff de ceguera ante el necesario repliegue alemán. Repliegue que retardó a la espera de una reacción que jamás llegó. Y que de haberse llevado a cabo en el momento que se lo sugirió Lossberg la resistencia alemana hubiese sido otra, más eficaz.
Barnett no descansa, fustiga a Ludendorff hasta el final. Narra sus discusiones con Hindenburg, la pérdida de confianza del Kaiser Wilhelm II, las jugarretas que le juega al príncipe Max de Baden con las negociaciones de paz, etc. Para el mismo Ludendorff, lo expresa en sus memorias, el principio del fin es el 18 de julio con la contraofensiva francesa de Villers-Cotterets a manos de Mangin. Elucubrará otros golpes de mano, pero más como gesto que como solución a un fin irreversible.
Sólo para concluir, dos últimas menciones.
La una dedicada a la exquisita redacción de los hechos históricos. Existe un perfecto equilibrio en el discurso histórico entre dato y testimonio. La redacción de Barnett deja poco margen a la duda respecto a la personalidad del personaje que si bien no es dogma de fe, bien puede sentar las bases para posterior estudio. Otras referencias pueden ser quizás más discutibles, como las que hace al derrotismo final de Pétain o a la mejora táctica de Haig hacia el final de la guerra. Pero este no es el lugar para discutirlas. La postrera consideración es de tipo personal y absolutamente subjetiva como el resto de la reseña pero sin la misma intencionalidad: recomiendo vehemente la lectura de este capítulo así como el resto del libro.
Muy bueno, rayando la excelencia.

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