23 feb 2008

Héroes anónimos (III): Brancardiers, stretcher-bearers o camilleros




Lo más duro, lo peor de todo era ser camillero. Se trataba de militares encargados de la recuperación y transporte de los heridos, que permanecían en el campo de batalla, a las trincheras y a los puestos de socorro. Al principio de la contienda, los encargados de estas tareas eran los músicos del regimiento. Más tarde, debido a la bajas, se usó a las tropas de reserva, y de entre éstas los más viejos o desahuciados, al menos en l’Armée.
A las tropas en avance no se les permitía parar y auxiliar a los heridos. Todos los heridos eran transportados a un puesto de socorro, en la trinchera, o en algun punto situado dentro del sector si se producía un ataque o avance. Algunos de los heridos podían dirigirse por su propio pie, pero la mayoría tenían que esperar a que les llevasen los camilleros, y si se tiene en cuenta que en cada compañía solían haber cuatro camilleros las esperas podían eternas y terribles para el herido lo que le empujaba a deslizarse a los cráteres producidos por los obuses, pero a menudo estos estaban inundados de lodo y agua lo que provocó que muchos heridos muriesen ahogados. La desesperación en la espera era tan terrible que se cuentan historias de heridos que llegaron a sus líneas después de haber estado reptando por el fango y el lodo durante días. Otros no tenían tanta suerte y tenían que esperar hasta más de diez días para ser localizados y transportados a un puesto de socorro. Al reducido número de camilleros había que añadir el estado del terreno, y sobretodo el medio de transporte del herido. En el caso francés, las carretas de dos ruedas que eran el principal medio de transporte para los heridos en otros sectores franceses resultaron totalmente inútiles en el sector de Verdún y también en Passchendaele. Las montañas de escombros, los miles de cráteres y el barro entre otras razones así lo mostraron. A la difícil orografía del terreno y la continua mortandad entre los mismos, los camilleros se vieron privados de la ayuda de los perros que olisqueaban a los heridos, y es que estos valientes animales se asustaban terriblemente de las detonaciones de los obuses y huían despavoridos. En condiciones óptimas dos hombres podían transportar a un herido en una camilla, pero en condiciones metereólogicas adversas (lluvia, nieve y otros elementos) se necesitaban cuatro hombres para levantar una camilla y el herido. Los camilleros, aparte de caminar por un terreno fangoso y resbaladizo, tenían que evitar cualquier golpe o obstáculo que agravase el estado del herido. El dolor producido por algunas heridas era tan terrible que, a menudo, los heridos morían de shock. Una de las razones por la que los camilleros, o musiciens-brancadiers como se les llamaba en l’Armée, causaban tantas bajas era porque no podían tirarse al suelo cada vez que oían una detonación o intuían el sonido de un obús caer cerca, como sí hacían los enlaces o los cuistots-hommes-soupe. Su tarea era enormemente peligrosa sobretodo por la progresiva desaparición de las treguas destinadas a permitir recuperar los heridos. Sus jornadas eran durísimas, el gran número de bajas los llevaba a los límites de la resistencia humana. Y a pesar de sus sobrehumanos esfuerzos, eran muchos los heridos que perecían en el campo de batalla, al haber sido imposible evacuarles. Por esta razón, los poilus franceses sabían que una mala herida los condenaría a una muerte segura. Ello no es excusa para honrar y rendir un solemne tributo a aquellos que dieron todo su valor y esfuerzo, muchos su vida, en un acto de autosacrificio por sus compañeros.

Testimonios:
a) Sargento Robert McKay, camillero de la 109a unidad de ambulancias.
"6 de agosto. Hoy ha sido horrible, me obligaron a llevar algunos heridos al cementerio y a permanecer allí viendo como morían sin recibir ningún tipo de auxilio médico. Lo peor es que muy a menudo no les podemos ofrecer ni agua.
7 de agosto. Transporte de heridos arriba y abajo durante todo el día. Condiciones deplorables, todo es un cenagal. Son necesarios seis hombres para una camilla. El barro en algunos puntos nos lleva a la cintura.
14 de agosto. Mientras una partida de camilleros transportaba a un herido, un avión se lanza en picado y los bombardea deliberadamente. El enemigo bombardea a los camilleros constantemente.
16 de agosto. En un ataque, la infantería capturó dos casamatas de hormigón y un par de trincheras pero a un coste terrible. Es un crimen ordenar el ataque contra ese tipo de fortificaciones en este terreno fangoso. Muchos de los heridos caídos, o bien quedaban cubiertos de barro hasta el ahogo o acababan deslizándose en los cráteres repletos de agua a punto de ahogarse antes de que los rescatasen. No hemos parado de trabajo desde el día 13. Los camilleros están completamente deshechos.
19 de agosto. No he podido dormir desde que llegué el día 13. Sólo la 109º de ambulancias ha recogido unas treinta bajas entre muertos, heridos y gaseados de un total de cien que fueron al ataque... 3a batalla de Ypres (Passchendaele), 1917




b) Harold Chaplin, camillero, escribió una carta a su madre el mayo de 1915. 
"[...] Fuimos necesarios seis para llevar a un hombre. No puedes hacerte la idea del cansancio físico que supone transportar un peso muerto durante unos cientos de metros a través de los campos cenagosos [...] "

c) Anthony Eden, de patrulla por la noche, descubrió un herido en la Tierra de nadie

"Estábamos a unos cuarenta metros de nuestras trincheras, cuando oímos lo que parecía un lamento a mi mano izquierda. Señalé a los demás el lugar y fuimos a investigar. Allí encontré a Harrop en el borde de un cráter poco profundo. Estaba desangrándose de una mala herida de bala en el muslo. Dos fusileros trataron de ayudarlo. Harrop, aún muy débil al haber perdido mucha sangre, estaba tranquilo y con ánimo. Al ponerle un torniquete insistía, "Más prieto, más prieto, que sino me desangraré". Si quería tener algun posibilidad de salvarse, teníamos que volver prestos a nuestras líneas. Pero la cuestión era cómo. Los disparos eran más bien esporádicos, pero al agacharme al lado de Harrop comprendí que debíamos contar con una camilla si queríamos sacarlo de ahí antes del amanecer. Lo comenté, y uno de los jóvenes fusileros que estaban con Harrop se ofreció voluntario para traerla. Pocos minutos después estaba de vuelta con una camilla y un compañero. Se nos unieron sin ser vistos por el enemigo. Luego vino lo difícil. Sólo teníamos unas decenas de metros, pero aún así y agachados era imposible llevar a Harrop. Teníamos que levantarlo, nos arriesgamos y así lo hicimos. No sé sí esa noche el enemigo nos vió y nos perdonó o si fue la ténue y parpadeante luz la que nos salvó".

d) Oliver Lyttelton, carta al hogar (21 de junio de 1915) "Todo era un mar de barro y fango, pero una imagen permanece incoherente en la memoria: nosotros, los camilleros, caminábamos hundidos en el barro, cayendo en los cráteres, perdiendo la ruta, empapados y cansados nos sentíamos absolutamente impotentes. Pero hicimos el trabajo. Todos los heridos, incluidos algunos de los Scots Guards caídos hacía dos días, fueron transportados y la mayoría de muertos, enterrados. Algunos - creo que tres - murieron antes de que pudiésemos llevarlos a algún puesto de socorro. Son necesarios cuatro hombres y cuatro horas para llevar a un herido al puesto de socorro. Parece increíble, pero es imposible hacerse una idea de la dificultad que conlleva el transporte, incluso libre de estorbos y de peso propio. Una milla por hora es una buena media ..."




e) Cuando en septiembre de 1914 Lord Kitchener, ministro de la guerra inglés, expulsó a los periodistas del frente occidental,  Hamilton Fyfe, que trabajaba para el Daily Mail,  se incorporó a la Cruz roja como camillero. 


"Debido a la expulsión de los corresponsales, decidí incorporarme a la Cruz roja francesa en calidad de camillero, y aunque era un trabajo duro tuve la suerte de poder pasar muy buenas historias a mi libreta de notas. No tenía ningún tipo de experiencia en ambulancias o en tareas sanitarias, pero aún así me acostumbré rápidamente a la sangre y los muñones. Sólo una vez me quedé estupefacto. Estábamos en el aula de un colegio que se había convertido en una sala de operaciones. Era una tarde muy calurosa y habíamos llevado muchos heridos que habían permanecido al aire libre, con sus heridas cubiertas de piojos. Teníamos que ayudar a nuestros dos cirujanos. De repente, sentí el aire asfixiante, y me vi obligado a salir para poder respirar. Salí y caminé por el pasillo. Luego me encontré en el suelo del pasillo con un gran golpe en la cabeza. Me había desmayado, a pesar de ello, fui al lavabo a vomitar y en poco minutos estaba de vuelta a la sala de operaciones improvisada. No me volvió a pasar nada parecido. Lo que realmente más me impresionó, a nivel mental, fueron las imágenes de la bestialidad, la futilidad y lo insano de la guerra y sobretodo del sistema que lo producía, ... todo ello era lo que alimentaba mi cuaderno. La primera carreta rebosante de muertos que vi transportaba piernas prácticamente separadas de sus cuerpos, cabezas medio colgando de los hombros, ... todos serían enterrados en una fosa y cubiertos con el barro y el fango que ahora impregnaba sus uniformes y cuerpos. Con esta visión, me pregunté que hacían todos estos hombres antes de ser llamados a filas y ser aleccionados sobre la muerte, sobre como matar, mutilar y destruir a aquellos con los que no tenían ninguna discrepancia previa. Todos ellos habían dejado alguien atrás, alguien que permanecería afligido y mendigo de sus presencias. Y todo ello, para qué, para nada".

18 feb 2008

Héroes anónimos (II): Cuistots, hommes-soupe, ravitailleurs


El cuistot o homme-soupe
Con semejante o incluso más valor y coraje que el enlace está la figura del cuistot, ravitailleur o homme-soupe. En francés recibía diversos nombres dependiendo del contexto y de la familiaridad existente. Los cuistots o hommes-soupe eran aquellos soldados encargados de distribuir y transportar la comida y la bebida a sus compañeros en el frente.
Muchos testimonios coinciden en señalar que en la Gran Guerra "comer era la gran obsesión del soldado". Esta constatación, en el frente de Verdun, tiene una dimensión particularmente dramática y excepcional teniendo en cuenta la dificultad para el abastecimiento a través de la caótica y dantesca situación del campo de batalla. Para las unidades de reserva, las comidas eran regulares.
La nutrición, abundante, aunque poco variada, estaba compuesta por un aporte calórico suficiente para las tareas físicas propias del soldado (excavación y mantenimiento de trincheras y abrigos, largas marchas en el frió, en la lluvia, ...). La ración normal la componían 700 gramos de pan, 300-500 gramos de carne o vianda hervida, acompañada de arroz o de macarrones. Este régimen copioso, aunque monótono, no satisfacía para nada a los soldados que reclamaban legumbres frescas y patatas. El régimen alimenticio de los soldados se complementaba con los envíos de comida de los familiares. En el frente, la realidad era muy distinta. Cada soldado llevaba en la mochila los víveres reglamentarios para tres días. No se podía disponer de ellos sin previa orden. Cada una de les unidades de combate era abastecida por una cocina ambulante que la seguía allá donde fuese. La cuisine roulante, así se la llamaba en l'Armée, se situaba en algún barranco o cañada a cubierto de la artillería enemiga, no muy lejos de la línea de fuego. Dependiendo de las unidades y frentes, a menudo la cuisine roulante se acercaba al frente para que así los que transportaban la comida no tuviesen que hacer largas caminatas, en otras zonas más delicadas como fue el caso de Verdún el transporte de los víveres era una hazaña épica. Las misiones nocturnas en noches cerradas o de plena oscuridad eran actos admirables e increíbles. En el sector de Verdun, en plena noche, el transporte a motor no se acercaba al cruce de caminos llamado “Le Tourniquet”, ya que estaba muy próximo al final de la Voie sacrée y existía el fundado temor de ser localizado y bombardeado. Así como el transporte mecánico, el uso de tracción animal tampoco fue posible ya que las matanzas de caballos eran la tónica habitual ya que éstos eran incapaces de ponerse a cubierto de los obuses. De esta forma, la única manera más o menos segura de hacer llegar los víveres y provisiones a los compañeros del frente desde la retaguardia era mediante el uso de otros soldados.
Los cuistots eran tres o cuatro hombres seleccionados de una compañía. La selección se hacía entre los soldados más viejos (pépères) y los pobres diablos que en una compañía siempre abundaban. Sin apenas formación ni oficio, los cuistots o cocineros elaboraban la comida con rapidez ya que los hommes-soupe venían a buscar la que sería la única comida caliente del día para llevarla hasta las primeras líneas. Cargados con bidones de agua, de pinard o de gnôle – un fuerte aguardiente elaborado a partir de la uva – y de ristras de hogazas de pan, estos soldados, a menudo voluntarios, llevaban estos pesados recipientes rellenos de sopa o ternera varios kilómetros de distancia.
Una de las imágenes más conmovedoras aparecidas en la publicación L’Illustration durante la IGM fue la que mostraba a uno de esos desgraciados cuistots, moribundo, avanzando a rastras por el fango en el sector de Verdun avituallado de botellas de vino - pinnard - atadas a su cintura para llevarlas a sus compañeros. La imagen es la personificación del continuo sacrificio al que eran expuestos estos hombres de existencia más que miserable en el contexto de la guerra, y más concretamente en el frente de Verdun en 1916.Cada uno de los cuistots llevaba o iba pertrechado de una docena de pesadas botellas y una ristra de rebanadas de pan atadas como si fuesen una bandolera. Aquellos que aceptaban este tipo de misiones por espíritu de camaradería o por obligación, no ignoraban ni el riesgo ni el peligro que suponía transportar la comida y la bebida bajo las balas y los obuses enemigos. Cuando llegaban a su destino - las trincheras del frente- donde estaba su sección, sus compañeros los maldecían por el hambre y la sed provocadas por el retraso. Este enfado de los poilus sedientos y hambrientos se acentuaba cuando encontraban que alguna de las botellas se había roto, derramando el precioso pinnard o algunas de las rebanadas de pan estaba sucia por el barro.Por otra parte, la comida siempre estaba fría y en estas condiciones, un poco de café tibio era todo un lujo. Algunas veces, tal y como los muestran las fotografías y las ilustraciones de los artistas, las hogazas de pan iban ensardas en un palo o bastón, con el fin de que si el transporte caía al suelo, el pan podía mantener en alto y no mancharse de barro o mojarse. Estos héroes anónimos solían hacer cada noche una exhausta y fatigante ronda de unos diez kilómetros o más a través del lodo y el fango, subiendo y bajando cráteres, esquivando centinelas, escondiéndose de las bengalas delatoras, etc. Muchos, muchísimos cuistots o hommes-soupe no llegaron jamás. El enemigo, conocedor de los itinerarios y rutas de estos desgraciados disparaba cada o tres minutos un obus por las rutas más utilizadas por estos hombres, llevándose muy a menudo la vida de alguno de ellos por delante. Algunas veces, las cuisines roulantes fueron destruidas por la artillería enemiga al ser detectadas por el humo que delataba su posición.


Cuando esto pasaba, las tropas de línea debían buscar y registrar en sus mochilas para encontrar alguna lata o algunas galletas. Cruzar las zonas más peligrosas era como realizar el último cruce. Para animarse, se decían que cuarenta cuistots habían cruzado sin problema ese paso, esperaban unos minutos al próximo obus y rezaban que el número 41, que era uno de ellos, continuase la racha. En las líneas de vanguardia, cuando los soldados estaban hambrientos y aislados después de varios días en algún cráter o abrigo esperaban a la noche para salir y registrar los cadáveres en busca de algún resto de comida o alguna cantimplora medio llena. A pesar del terrible sacrificio y enorme coraje de los hommes-soupe, el hambre y la sed era muy habituales en el sector de Verdun, convirtiéndose en una penalidad más. Uno de los testimonios, en el sector de Verdun, cuenta que el subteniente Campana envió una noche un grupo de ocho hombres a buscar provisiones. Volvieron sólo cinco, y sin alimentos. La noche siguiente envió a ocho soldados más, no volvió ninguno. La noche siguiente, el hambre empujó a un centenar de hombres a buscar provisiones. Fueron prácticamente masacrados por el fuego enemigo. Después de tres días sin comida ni bebida, los hombres de Campana se dedicaron a buscar restos de comida en los bolsillos o pertenencias de los cadáveres de compañeros o enemigos que se estaban pudriendo alrededor suyo. Este tipo de historias y testimonios son más la norma que la excepción.El duro y helado invierno 1915-1916 dio paso a un tórrido verano, y la sed hizo estragos. Un testimonio cuenta esta escalofriante historia: “Una mañana vi a un hombre beber desesperadamente el agua negruzca y grumosa de un cráter donde yacía el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición. El sediento hizo caso omiso de la escena, hubiese estado bebiendo agua de allí durante una semana”.

Historias, relatos y testimonios sobre el cuistot o homme-soupe:

"Los hommes-soupes pierden toda una noche para ir a buscar vianda, pan, pinnard, chocolate, conservas,… Vuelven exhaustos, haciendo la mayoría de veces, los últimos cien metros bajo el fuego asesino de las ametralladoras alemanas. Juran y perjuran que prefieren morir de hambre antes que volver a buscar víveres a retaguardia, y a la noche vuelven a hacer su viaje a través de los campos…"
Historique du 18ème bataillon de chasseurs à pied, par Jacques Péricard, Verdun, 1933

"Un hecho que me impresiona sobremanera es el coraje de los cocineros, los cuistots como les llamamos. Es de justicia dar a conocer debidamente el coraje de estos hombres, la grandeza de su trabajo y de su esfuerzo. Los he visto soplar durante horas para avivar un fuego en lugares húmedos y mojados, intentar quemar ramas verdes quemándose prácticamente los ojos. Se acostaban más tarde que nosotros y se levantaban más pronto, pasaban muchas noches en vela mientras nosotros dormíamos."
Georges Leroux, lettre du front, décembre 1915.




"El cañon ruge con rabia, y nosotros aquí... Se apremia a los cuistots, ellos odian las lineas. Los sargentos mayores, que acompañan a las cocinas no son muy valientes. Los obuses estallan por todas partes... Nos apresamos, empujamos, vociferamos en medio de este estrépito de metralla. Luego, de repente, un silbido aún más próximo, cada uno se tira al suelo como puede, las bombas siguen cayendo. Ya ha pasado, el espectáculo ha sido impresionante. Los gritos, los heridos ... Hay dos hombres tirados en el suelo, uno agoniza entre estertores y el otro yace con una pierna arrancada de cuajo y desangrándose. De repente, un estallido terrible, un impacto directo en la cuisine roulante. Los caballos han muerto reventados, los hombres esparcidos por el suelo gritan, otros gimen, otros se salvan... Los cañones cada día azuzan más, nosotros estamos ahí, es nuestro deber. Estos aprovisionamientos son las faenas más duras ... Los hombres mueren, perecen en la noche para llevar la sopa a los camaradas ... Y cuando llegamos nos preguntan: - Qué cabroncete, nos toca ternera? Y yo le respondo: - No hables tanto de filetes que toca sopa ..."
Henri Desagneaux, Journal de guerre, 1971


Noche del 24 al 25 de febrero de 1916, en una pista hacia la Cresta de la Pimienta (Côte du poivre)

"De repente, surge delante de nosotros una cuisine roulante conducida por un tirador que se dirige hacia Louvemont, el pueblo que acabamos de dejar atrás. Lleva la sopa a los fusileros que están el pueblo. Al ver la cocina toda humeante y repleta de víveres, nuestros poilus, hambrientos después de no haber probado bocado durante cuatro o cinco días, se quedan paralizados. De repente, en un santiamén se despojan de sus mochilas y armas, y toman por asalto la cocina, reducen al cuistot y su ayudante y abren la marmita aún humeante. Las fiambreras y escudillas pasan y se van llenando sin cesar. Con el café sucede lo mismo. Los sacos que contienen el pan y las conservas son lanzados debajo del automóvil y al momento se vacían. Los oficiales prueban de intervenir, pero su autoridad es nula".

Joseph Colson, teniente, extraido de Années Cruelles 1914.1918, R. Cazals, Claude Marquié, René Piniès. Atelier du Gué, collection Terre d’Aude.

"El aprovisionamiento sólo se podía por la noche, a medianoche. Por esta razón, teníamos dos comidas y el café a la vez. Havia una distancia aproximada de dos kilómetros a las cocinas ... Intentábamos ir por rutas que no tuviesen cráteres y hoyos, y a menudo eramos bombardeados por la artillería durante la ruta, eso hacía que de vuelta nos encontrasemos el camino absolutamente deshecho. Algunas veces, la lluvia hacía acto de presencia durante las marchas. Temíamos sobretodo las lluvias torrenciales ya que dejaban el terreno resbaladizo ... Nos repartíamos las cargas: los unos cargaban los bidones de vino, agua y café, los otros de las hogazas de pan atadas a un alambre que llevaban en forma de bandolera, y algunos más transportaban las marmitas con la vianda y las legumbres. Si eramos bombardeos durante el trayecto, nuestra principal preocupación era no perder ninguna provisión por el camino. A pesar de eso, si nos veiamos obligados a lanzarnos al suelo, algunas de las botellas que transportábamos se rompían, pero en el caso de algunos pedazos de vianda, los recogíamos y los limpiábamos..."

Testimonio de André le Guillec, 152º RI. Extraído de la obra, Combattre à Verdun de Gérard Canini, avec l’aimable autorisation des Presses Universitaires de Nancy.


Henri Tourbier, soldado del 71º RI, recuerda la confusión que reinaba, a menudo, con la llegada de las provisiones.
Finales de febrero de 1916

"El aprovisionamiento se hacía con grandes dificultades. Las carros, que arrastraban las cuisines roulantes, descargaban con rapidez la comida en el suelo, en el cruce del bosque de Hesse, cerca de Avocourt - llamado Pata de oca -. Este cruce estaba señalado por la artillería enemiga como objetivo prioritario. Los hombres encargados de descargar cazaban a otros tantos para que los ayudasen. Algunos días sólo había pan, y algunas veces venían sin nada. Teníamos que buscar en el fondo de nuestras mochilas y zurrones para buscar algún trozo o alguna miga de pan".

Testimonio de Jean Casterian, soldado del 95º RI.
Finales de febrero de 1916

"Los víveres nos llegan con dificultad. He visto descuartizar un caballo herido por el estallido de un obus. Los cuartos del animal pendían de un árbol y los soldados cortaban trozos de carne con sus cuchillos. Luego cocían la carne como podían con lámparas de alcohol u otros artefactos y la comían medio cruda".
Extraído de Verdun, 1916 de Jacques Péricard, Librairie de France, 1933.

Fuentes:
- Meyer, Jacques. La Vie quotidienne des soldats pendant la Grande Guerre. Paris : Hachette, cop. 1966
-http://www.crid1418.org/index.html
-http://www.bataille-de-verdun.fr/

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