Lo más duro, lo peor de todo era ser camillero. Se trataba de militares encargados de la recuperación y transporte de los heridos, que permanecían en el campo de batalla, a las trincheras y a los puestos de socorro. Al principio de la contienda, los encargados de estas tareas eran los músicos del regimiento. Más tarde, debido a la bajas, se usó a las tropas de reserva, y de entre éstas los más viejos o desahuciados, al menos en l’Armée.
A las tropas en avance no se les permitía parar y auxiliar a los heridos. Todos los heridos eran transportados a un puesto de socorro, en la trinchera, o en algun punto situado dentro del sector si se producía un ataque o avance. Algunos de los heridos podían dirigirse por su propio pie, pero la mayoría tenían que esperar a que les llevasen los camilleros, y si se tiene en cuenta que en cada compañía solían haber cuatro camilleros las esperas podían eternas y terribles para el herido lo que le empujaba a deslizarse a los cráteres producidos por los obuses, pero a menudo estos estaban inundados de lodo y agua lo que provocó que muchos heridos muriesen ahogados. La desesperación en la espera era tan terrible que se cuentan historias de heridos que llegaron a sus líneas después de haber estado reptando por el fango y el lodo durante días. Otros no tenían tanta suerte y tenían que esperar hasta más de diez días para ser localizados y transportados a un puesto de socorro. Al reducido número de camilleros había que añadir el estado del terreno, y sobretodo el medio de transporte del herido. En el caso francés, las carretas de dos ruedas que eran el principal medio de transporte para los heridos en otros sectores franceses resultaron totalmente inútiles en el sector de Verdún y también en Passchendaele. Las montañas de escombros, los miles de cráteres y el barro entre otras razones así lo mostraron. A la difícil orografía del terreno y la continua mortandad entre los mismos, los camilleros se vieron privados de la ayuda de los perros que olisqueaban a los heridos, y es que estos valientes animales se asustaban terriblemente de las detonaciones de los obuses y huían despavoridos.
En condiciones óptimas dos hombres podían transportar a un herido en una camilla, pero en condiciones metereólogicas adversas (lluvia, nieve y otros elementos) se necesitaban cuatro hombres para levantar una camilla y el herido. Los camilleros, aparte de caminar por un terreno fangoso y resbaladizo, tenían que evitar cualquier golpe o obstáculo que agravase el estado del herido. El dolor producido por algunas heridas era tan terrible que, a menudo, los heridos morían de shock.
Una de las razones por la que los camilleros, o musiciens-brancadiers como se les llamaba en l’Armée, causaban tantas bajas era porque no podían tirarse al suelo cada vez que oían una detonación o intuían el sonido de un obús caer cerca, como sí hacían los enlaces o los cuistots-hommes-soupe. Su tarea era enormemente peligrosa sobretodo por la progresiva desaparición de las treguas destinadas a permitir recuperar los heridos.
Sus jornadas eran durísimas, el gran número de bajas los llevaba a los límites de la resistencia humana. Y a pesar de sus sobrehumanos esfuerzos, eran muchos los heridos que perecían en el campo de batalla, al haber sido imposible evacuarles. Por esta razón, los poilus franceses sabían que una mala herida los condenaría a una muerte segura. Ello no es excusa para honrar y rendir un solemne tributo a aquellos que dieron todo su valor y esfuerzo, muchos su vida, en un acto de autosacrificio por sus compañeros.
Testimonios:
a) Sargento Robert McKay, camillero de la 109a unidad de ambulancias.
"6 de agosto. Hoy ha sido horrible, me obligaron a llevar algunos heridos al cementerio y a permanecer allí viendo como morían sin recibir ningún tipo de auxilio médico. Lo peor es que muy a menudo no les podemos ofrecer ni agua.
7 de agosto. Transporte de heridos arriba y abajo durante todo el día. Condiciones deplorables, todo es un cenagal. Son necesarios seis hombres para una camilla. El barro en algunos puntos nos lleva a la cintura.
14 de agosto. Mientras una partida de camilleros transportaba a un herido, un avión se lanza en picado y los bombardea deliberadamente. El enemigo bombardea a los camilleros constantemente.
16 de agosto. En un ataque, la infantería capturó dos casamatas de hormigón y un par de trincheras pero a un coste terrible. Es un crimen ordenar el ataque contra ese tipo de fortificaciones en este terreno fangoso. Muchos de los heridos caídos, o bien quedaban cubiertos de barro hasta el ahogo o acababan deslizándose en los cráteres repletos de agua a punto de ahogarse antes de que los rescatasen. No hemos parado de trabajo desde el día 13. Los camilleros están completamente deshechos.
19 de agosto. No he podido dormir desde que llegué el día 13. Sólo la 109º de ambulancias ha recogido unas treinta bajas entre muertos, heridos y gaseados de un total de cien que fueron al ataque...
3a batalla de Ypres (Passchendaele), 1917
b) Harold Chaplin, camillero, escribió una carta a su madre el mayo de 1915.
"[...] Fuimos necesarios seis para llevar a un hombre. No puedes hacerte la idea del cansancio físico que supone transportar un peso muerto durante unos cientos de metros a través de los campos cenagosos [...] "
c) Anthony Eden, de patrulla por la noche, descubrió un herido en la Tierra de nadie
"Estábamos a unos cuarenta metros de nuestras trincheras, cuando oímos lo que parecía un lamento a mi mano izquierda. Señalé a los demás el lugar y fuimos a investigar. Allí encontré a Harrop en el borde de un cráter poco profundo. Estaba desangrándose de una mala herida de bala en el muslo. Dos fusileros trataron de ayudarlo. Harrop, aún muy débil al haber perdido mucha sangre, estaba tranquilo y con ánimo. Al ponerle un torniquete insistía, "Más prieto, más prieto, que sino me desangraré". Si quería tener algun posibilidad de salvarse, teníamos que volver prestos a nuestras líneas. Pero la cuestión era cómo. Los disparos eran más bien esporádicos, pero al agacharme al lado de Harrop comprendí que debíamos contar con una camilla si queríamos sacarlo de ahí antes del amanecer. Lo comenté, y uno de los jóvenes fusileros que estaban con Harrop se ofreció voluntario para traerla. Pocos minutos después estaba de vuelta con una camilla y un compañero. Se nos unieron sin ser vistos por el enemigo. Luego vino lo difícil. Sólo teníamos unas decenas de metros, pero aún así y agachados era imposible llevar a Harrop. Teníamos que levantarlo, nos arriesgamos y así lo hicimos. No sé sí esa noche el enemigo nos vió y nos perdonó o si fue la ténue y parpadeante luz la que nos salvó".
d) Oliver Lyttelton, carta al hogar (21 de junio de 1915)
"Todo era un mar de barro y fango, pero una imagen permanece incoherente en la memoria: nosotros, los camilleros, caminábamos hundidos en el barro, cayendo en los cráteres, perdiendo la ruta, empapados y cansados nos sentíamos absolutamente impotentes. Pero hicimos el trabajo. Todos los heridos, incluidos algunos de los Scots Guards caídos hacía dos días, fueron transportados y la mayoría de muertos, enterrados. Algunos - creo que tres - murieron antes de que pudiésemos llevarlos a algún puesto de socorro. Son necesarios cuatro hombres y cuatro horas para llevar a un herido al puesto de socorro. Parece increíble, pero es imposible hacerse una idea de la dificultad que conlleva el transporte, incluso libre de estorbos y de peso propio. Una milla por hora es una buena media ..."
e) Cuando en septiembre de 1914 Lord Kitchener, ministro de la guerra inglés, expulsó a los periodistas del frente occidental, Hamilton Fyfe, que trabajaba para el Daily Mail, se incorporó a la Cruz roja como camillero.
"Debido a la expulsión de los corresponsales, decidí incorporarme a la Cruz roja francesa en calidad de camillero, y aunque era un trabajo duro tuve la suerte de poder pasar muy buenas historias a mi libreta de notas. No tenía ningún tipo de experiencia en ambulancias o en tareas sanitarias, pero aún así me acostumbré rápidamente a la sangre y los muñones. Sólo una vez me quedé estupefacto. Estábamos en el aula de un colegio que se había convertido en una sala de operaciones. Era una tarde muy calurosa y habíamos llevado muchos heridos que habían permanecido al aire libre, con sus heridas cubiertas de piojos. Teníamos que ayudar a nuestros dos cirujanos. De repente, sentí el aire asfixiante, y me vi obligado a salir para poder respirar. Salí y caminé por el pasillo. Luego me encontré en el suelo del pasillo con un gran golpe en la cabeza. Me había desmayado, a pesar de ello, fui al lavabo a vomitar y en poco minutos estaba de vuelta a la sala de operaciones improvisada. No me volvió a pasar nada parecido. Lo que realmente más me impresionó, a nivel mental, fueron las imágenes de la bestialidad, la futilidad y lo insano de la guerra y sobretodo del sistema que lo producía, ... todo ello era lo que alimentaba mi cuaderno. La primera carreta rebosante de muertos que vi transportaba piernas prácticamente separadas de sus cuerpos, cabezas medio colgando de los hombros, ... todos serían enterrados en una fosa y cubiertos con el barro y el fango que ahora impregnaba sus uniformes y cuerpos. Con esta visión, me pregunté que hacían todos estos hombres antes de ser llamados a filas y ser aleccionados sobre la muerte, sobre como matar, mutilar y destruir a aquellos con los que no tenían ninguna discrepancia previa. Todos ellos habían dejado alguien atrás, alguien que permanecería afligido y mendigo de sus presencias. Y todo ello, para qué, para nada".
23 feb 2008
Héroes anónimos (III): Brancardiers, stretcher-bearers o camilleros
Publicado por F. Xavier González Cuadra en 8:09
Etiquetas: British Expeditionary Force, L'Armée, Militares y personajes civiles, Verdun
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