10 dic 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (IV).

Viene de: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (III).




ACTO III. NOVIEMBRE 1914-ABRIL 1915: 'IL SACRO EGOISMO' DE SONNINO 

DRAMATIS PERSONAE III 

Sidney Sonnino 


A la muerte de di San Giuliano, la cartera de exteriores pasó a Salandra, quién tras un breve interim (4 de noviembre) la traspasó a su mentor y amigo Sidney Sonnino. De padre judío (convertido al anglicismo) y de madre escocesa, Sonnino profesaba el protestantismo en una de las naciones más católicas del mundo. No fue un obstáculo para su carrera, pero jamás tuvo el carisma o la clientela de Giolitti. Por tres veces detentó el cargo de Primer ministro del Consiglio italiano, aunque ninguno de los tres períodos superase los tres meses. Más exitoso fue su cometido como ministro de finanzas y del tesoro entre los años 1893 y 1896, donde logró capear las diferentes crisis económicas del país. No consiguió sanear totalmente la economía italiana, pero la dirigió hacia una mejor adaptación a los tiempos venideros. A pesar de sus múltiples relaciones con la prensa - compaginó durante años su carrera política con el periodismo y fue el propietario de una de las cabeceras más importantes de Italia, 'Il Giornale d'Italia' - nunca destacó por su elocuencia y oratoria. Íntegro, aunque suspicaz, trabajó siempre desde la sombra y el secretismo. 
Sonnino fue un representante destacado de la vieja derecha conservadora. Triplicista convencido, batalló para la entrada italiana en la Triplice desde 1881. Incluso desde su columna en la Rassegna settimanale rechazó algunas de la posturas irredentistas y abogó por romper el aislacionismo italiano. Su pensamiento estuvo siempre, o casi siempre, en la órbita de la Triplice. Tanto, que a primeros de agosto de 1914 reclamó a su discípulo Salandra un alineamiento claro con las Centrales. Solo los vientos de la guerra y la adopción (miope y oportunista, según Pieri) de postulados nacionalistas, le hicieron cambiar de tercio y virar hacia la Entente. El objetivo era lícito pero fallaron las formas.
Muerto di san Giuliano, Salandra y Sonnino no tardaron en caer en la trampa de presentar a Italia como una oportunista. Lastraron la imagen de la República italiana y de su participación en la guerra de interesada y egoista. Se desconoce quien lo lo acuño (Salandra o Sonnino), pero la aparición y difusión en la prensa (y luego por las cancillerías) del término 'Sacro egoismo' persiguió a Italia desde el otoño de 1914 a 1919 en Versailles. Sonnino asumió la 'lista' de di San Giuliano como dogma de fe y transformó su cartera de exteriores en maletín de vendedor de crecepelos y otros potingues. La lógica bélica, sin embargo, alteró sus planes triplicistas. Decidido a apretar (chantajear) a los austríacos, que acumulaban derrota tras derrota, se topó con la torpe miopía de la corte vienesa. Con Berchtold dimitido (o más concretamente defenestrado), Sonnino chocó con Burian, maniatado por la política inmovilista del imperio. Los rusos se retiraron de Lodz, pero los laureles pasajeros no convencieron al oscuro Sonnino, que como buen pisano era un negociante voraz. Exigió cesiones visibles e inmediatas, pero Viena recelaba de la díscola aliada. Le emplazaron al final de la guerra, pero Sonnino se impacientaba. El circo bajó el telón en abril, aunque los meses de enero a marzo de 1915 mostraron su faceta más torpe, y lo peor: anticipaban lo que ocurriría cuatro años más tarde en Versailles: impertinencia, intemperancia, impaciencia y falta de tacto. Todo lo contrario que di San Giuliano y su política de sentido común. 

Il Popolo italiano 

El volumen y complejidad de este apartado, así como el evidente protagonismo en el desarrollo de la intervención italiana en la guerra obligan a dedicarle una entrada aparte. No obstante, y para no alterar la estructura y sentido del presente artículo se ha realizado una aproximación somera sobre la sociedad italiana en la antesala del conflicto] 

La guerra fue calando desde el inicio en todos los sectores de la sociedad italiana. Desde las clases más humildes a los círculos más influyentes, el conflicto europeo se fue introduciendo de forma ininterrumpida configurando discurso, ideología y manifestación política. En este sentido, y ajenos a la política gubernamental, se formaron -de forma más o menos organizada- dos posicionamientos respecto al conflicto. Por una parte, los contrarios a la guerra se aferraron al neutralismo, aunque con matices que iban de la neutralidad más absoluta (buena parte del socialismo) a la condicionada (el bloque católico). En el extremo contrario, los partidarios de la guerra o interventistas también se dividieron en dos tendencias paralelas, formal e ideológicamente. 
En la génesis y desarrollo del neutralismo y del interventismo, el rol de la prensa y de gran parte de la intelectualidad italiana fue trascendental. La prensa enseguida tomó partido. En el bando neutralista, representado principalmente por el mundo del socialismo y del Partido socialista italiano, el diario Avanti! tuvo desde el inicio una ascendencia decisiva. Por contra, el interventismo democrático, para diferenciarlo del revolucionario o radical, tuvo en el diario milanés 'Il Corriere della sera' y en su editor jefe Luigi Albertini un paladín incansable en la lucha por su defensa. También 'Il Giornale d'Italia' de Sonnino traspuaba un indisimulado intervencionismo, al que se sumaría el beligerante 'Il Popolo d'Italia' sufragado con fondos francobritánicos y dirigido por el neoconverso Mussolini cimentando el interventismo radical de los D'Annunzio, Marinetti y co. 
La intelectualidad italiana se inclinó mayoritariamente por la intervención, aunque la guerra, y los valores que en ella se enfrentaban, dividieron al heterodoxo magma que formaban universitarios, académicos y artistas. Parte de la comunidad universitaria y académica, discípula y admiradora del gran universo cultural germano, se decantó por la causa triplicista. Mientras que por causas antagónicas y sobretodo políticas, los amantes de la cultura francesa y de los valores británicos tomaron partido por la causa aliada. 
El mundo del arte se sumió casi por completo en la causa interventista. Sus mayores exponentes, tanto escritores como artistas plásticos, militaron activamente en el interventismo radical, especialmente los representantes más destacados del futurismo como Marinetti, Boccioni, Edda, y otros. El partido de la guerra, tal como definió Isnenghi, lo formaba un conglomerado amorfo de elementos de todas las clases sociales y colores políticos. Lo que hoy se llamaría movimiento transversal, tuvo en algunos políticos, periodistas, catedráticos o artistas a sus más fervientes defensores y altavoces. En este sentido, y como gran paradoja del proceso italiano, si bien la mayor parte de italianos se abstrajeron de la guerra, fue esta masa informe la que bastió el edificio ideológico para la entrada italiana en la guerra. La creación de un estado de opinión favorable a la guerra se cimentó sobre tres factores. En primer lugar, a planteamientos políticos y nacionalistas basados en las opiniones y reflexiones del mundo académico y universitario. Sobre esta base, y tomando como bandera algunos de estos postulados nacionalistas, los artistas más significados e implicados en la causa, lanzaron una campaña furibunda en pos de la intervención del lado aliado, que encontró en determinados medios el principal altavoz y plataforma para su difusión. Y por último, el partido de la guerra se formó con aquellos políticos que, acorde con algunos círculos financieros e industriales, aprovecharon - y patrocinaron- el estado de opinión para proponer una intervención que estuviese conforme con los supuestos intereses del pueblo italiano. 
Los meses que transcurrieron de septiembre de 1914 a mayo de 1915 fueron testigos de una gran mutación en el sentir político de la sociedad italiana. No tanto por el cambio de actitudes respecto al conflicto, sino por el radicalismo que tomaron algunos de sus postulados y manifestaciones. El neutralismo siempre se movió en los esquemas de la corrección política e ideológica, como el interventismo democrático. Lo que trastocó el escenario político y la concordia social fueron los medios que utilizó el interventismo radical para imponer sus postulados. El interventismo revolucionario consiguió crispar la política italiana. Sus manifestaciones y mítines, así como los artículos de prensa de sus líderes, consiguieron crear una profunda división en el cuerpo político y social italiano. Se emprendieron campañas de acoso y derribo contra elementos neutralistas e interventistas acusados de tibieza. Se señalaron como traidores a la patria a determinados neutralistas y lo peor, la calle se convirtió en el nuevo escenario política, anticipando la política italiana del futuro. 

Mussolini 

La mayoría de historiadores definen al Mussolini prebélico de elemento perturbador. Otros de agitador y todos, de oportunista. Ciertamente, su evolución desde el neutralismo más intransigente hasta el interventismo más frenético -cito a Pieri- bebió mucho de los tres. Agente aliadófilo a banda, sus manifestaciones y sentido político concentraron en él la sintomatología de aquellos ciudadanos imbuidos por el espíritu de un interventismo militante y radical. Incluso su mutación política no fue ajena a los tiempos de la neutralidad. Abandonó a sus antiguos camaradas del partido socialista y el diario Avanti! por postulados más acordes con los signos de los tiempos. No obstante, su 'milagrosa' conversión al interventismo fue el fruto de un estudiado tacticismo político. 
En septiembre de 1914, el neutralismo del PSI comenzaba a ser visto como un elemento indolente y sospechoso de antipatriotismo (opinión impulsada, claro, por la prensa interventista), la apisonadora alemana se había parado en el Marne y el incipiente interventismo radical se encontraba huérfano de líderes. Mussolini ansiaba erigirse en 'la voz' de la marea interventista, y tras observar que la retórica y la liturgia del interventismo revolucionario se adecuaba a sus registros, no tardó en sobresalir au dessus de la melée. Como pez en el agua y desde su nueva tribuna, 'Il Popolo d'Italia', azotó con especial virulencia verbal al neutralismo y al interventismo moderados. Sin apenas diferencias, los acusó de connivencia triplicista y antipatriotismo. 
A partir del octubre de 1914, Mussolini tuvo un papel vital en el nuevo clima político italiano. La nueva forma de hacer política o, el nacimiento de 'la política de la calle' le fueron como anillo al dedo. Su afilado verbo y su gestualidad se adecuaban perfectamente a los nuevos tiempos. La confrontación política se recrudeció. El adversario político se convirtió en enemigo, y contra el enemigo se usaron todo tipo de métodos. Mussolini y sus Fasci se bautizaron en las luchas del invierno y la primavera de 1914-1915. Jamás tuvieron el carácter violento ni gangteril de los años 1919-1924, pero anticipaban lo peor. De hecho, las nuevas manifestaciones políticas y la crispación no abandonarían Italia hasta bien entrada la Segunda Posguerra. El linchamiento del neutralismo fue el primer episodio en el asalto al poder que culminaría en 1922. Mussolini, sin embargo, no fue el único culpable, sino un protagonista más. Hacia tiempo que el edificio liberal mostraba signos de cansancio estructural. Pero no fue hasta mayo de 1915 que las maniobras y requiebros de los máximos líderes del Parlamento (Salandra y Giolitti) le asestaron el golpe mortal y finiquitaron la legitimidad de la clase política italiana. 
La guerra hizo el resto. 

La política y la opinión pública se contagiaron de mútua inquietud respecto a la guerra. Posiciones claramente definidas a principios de agosto, eran ahora totalmente difusas e inciertas. Las circunstancias y el desarrollo de la guerra cambiaron perspectivas y en el caso italiano el viraje tenía visos interventistas. La neutralidad languidecía. Moría sola, pero entre todos las enterraban. La indefinición y opacidad gubernamentales junto a las ruidosas campañas en determinada prensa hicieron subir el soufflé interventista. La mayoría de la población seguía estando en contra de la intervención, pero la balanza seguía decantándose por la guerra. El triplicismo de Sonnino no estaba hecho a prueba de Marnes y, muy a pesar suyo, comenzaba a girar hacia la Entente. Los 'negocios' con las Centrales estaban encallados, o mejor, Austria no estaba por la labor de ceder en período bélico todo lo reclamado por los italianos. Burian, defenestrado Berchtold, seguía atado en corto y el círculo del Hofburg se negaba a regatear con el Trentino por muchas presiones que tuviese de Berlin. A inicios de diciembre los austríacos iniciaron otra ofensiva desastrosa contra Serbia. Los italianos, y especialmente Salandra y Sonnino, pensaron que cederían, pero tampoco. Cerraron filas y se lamieron (otra vez) las heridas y el orgullo. La opción triplicista, por racana y sobretodo por los reveses militares, comenzaba a no interesar en las altas esferas italianas. La balanza se decantaba por la 'solución di San Giuliano' aunque al obtuso grito del 'Sacro egoismo'. Con el nuevo año (1915) las cosas seguían donde estaban: Austria se negaba a cualquier concesión erritorial, Alemania clamaba por un entendimiento e Italia esperaba un gesto. Ante algunos avances exitosos de los austríacos en enero, Sonnino impelió al Hofburg a definirse, pero no logró respuesta. La paciencia del impaciente comenzaba a resquebrajarse. Ni las artes de Bülow, ahora en Roma, lograron acercar posiciones. La Entente seguía siendo más generosa y la sordera incompetente de Austria fue palmaria. Cansado y ninguneado, Sonnino ordenó al embajador italiano en Londres entablar negociaciones de alto nivel con la Entente. El Pacto de Londres comenzaba a gestarse.

Continúa en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (V).

12 nov 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (III)

Viene de La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (II)




ACTO II. AGOSTO-OCTUBRE 1914:NEUTRALITÀ, SABLES INQUIETOS Y SUBASTA A LA ITALIANA 

DRAMATIS PERSONAE II 

Luigi Cadorna 


"L’operato del generalissimo fu largamente influenzato dal clima di contrasto politico nel quale si volse la guerra: contrasto fra partigiani ed avversari della guerra, a tutt’oggi non ancora spento. E poichè mio padre fu assunto ad esponente dell’intervento e dell’intransigente volontà di vittoria, è ovvio che gli eredi del neutralismo,fossero essi giolittiani, cattolici o socialisti, che la guerra subirono od in qualche modo ed in varia misura avversarono, siano poco disposti a lusinghieri riconoscimenti, anche se questi rientrano nella pura verità storica “. 

Así justificaba su hijo Raffaele, también militar, parte de la leyenda negra que acumuló su padre a lo largo de la jefatura del ejército italiano durante los años 1914-1917. Destacan dos ideas. La de un personaje mecido por las fuerzas de la historia, y más concretamente por el clima político y los ocultos entresijos del poder, y por otro lado, la creencia de que los partidarios de la neutralidad (giolittianos, católicos y socialistas) tergiversaron parte de su trayectoria a sabiendas de falsedades históricas. Ciertamente, la figura de Cadorna no deja indiferente a cualquiera. Como otros personajes del período, generó una feroz controversia entre sus defensores y detractores. Los primeros justificaron sus decisiones militares -la mayor parte, fracasos- en base a las coyunturas geográficas, a las deficiencias inherentes del ejército, a los mandos intermedios, a la tibieza del gobierno, etc. 
Los críticos -con otros datos- personalizaron en el militar piamontés lo peor del mundo castrense: indisimulado desprecio por la vida del soldado, decimaciones arbitrarias, decisiones militares absurdas, desconocimiento absoluto o carencia de un plan militar global, etc. La inmensa bibliografía sobre la participación italiana en la guerra no ha logrado conclusiones de consenso. Existe, no obstante, un escenario más uniforme de los primeros meses de Cadona como Jefe del Regio Esercito. Sobre estos, un análisis detallado de las relaciones entre el gobierno, el rey y el propio Cadorna aporta una visión muy interesante de las dificultades inherentes al papel del jefe del ejército italiano en la futura contienda. Aunque su carrera militar fue notable (Mayor general en 1898, general de división en 1905 y comandante del Cuerpo de ejército en Génova en 1910), Cadorna siempre se vio plato de segunda y eso le fomentó un gran desdén por la política y los políticos. Desde 1898 hasta su designación como jefe del estado mayor del ejército el 27 de julio de 1914, fueron numerosos los colegas que le pasaron por delante (Hensch, Zuccari, Pollio). Sus contínuas quejas y manifestaciones tampoco ayudarían. Sus relaciones con el monarca no eran malas, pero el ubicuo Giolitti jamás confió en él. La animadversión sería mútua. Con Salandra las cosas no irían mejor. 
Durante los meses de julio de 1914 a mayo de 1915, Cadorna fue el pelele de los políticos. Conscientes de sus prerrogativas constitucionales, Salandra, di San Giuliano y el propio ministro de la guerra Grandi lo obviaron y ningunearon abiertamente durante las primeras semanas de guerra. Tampoco Grandi era informado de todos los acuerdos del gobierno y eso también le provocó una gran desconfianza hacia él. Vista la cronología y el sentir de las decisiones podría decirse que sus vaivenes resultaron ridículos. 
Extrañado, pero respectuoso con el papel del rey como jefe supremo de los ejércitos, Cadorna le envió un memorándum el 31 de julio donde se detallaban los detalles de la movilización y distribución de las fuerzas que se iban a enviar a Alsacia, de acuerdo con las convenciones militares establecidas con Alemania. Al día siguiente, y desconociendo - aunque intuyendo - la neutralidad italiana, Von Hötzendorff reclamó a Cadorna que le enviase tropas de soporte para sus acciones en Serbia. A mediodía los planes se truncaron con la declaración oficial de neutralidad. Cadorna seguía en el alero. El 3 de agosto estupefacto ante el silencio del gobierno, recomendó la movilización del ejército en la Valle del Po y su concentración a un máximo de tres días de marcha de ambas fronteras (Francia y Austria). Salandra y di San Giuliano le comunicaron que era imposible, que sería interpretado por ambos países como una declaración de guerra encubierta. Insistió, pero el gobierno se mantuvo firme. Consideraban que declarar la neutralidad y enviar el ejército al Piave o al Tagliamento eran acciones contradictorias y que sería malinterpretado por las Potencias centrales. Cadorna cedió, pero su papel hasta la intervención no fue fácil, aunque peor lo sería durante la guerra. El clima político y el temor a la derrota acrecentaron la importancia de los fracasos militares, aunque -sin duda- algunas de sus decisiones alimentarían la controversia futura respecto a su papel en la guerra. Piero Pieri, uno de los mejores historiadores militares de la Italia contemporánea, lo definía como un hombre muy seguro de si mismo, de gran lucidez y de una enorme visión estratégica. Destacaba, sin embargo, que era extremadamente susceptible, tozudo y de escasas dotes comunicativas lo que le contraindicaba para un cargo como el de comandante supremo de las fuerzas armadas italianas. 

Vittorio Emanuele III
Soldado, burgués o rey victorioso fueron algunos de los epítetos que recibió VE III durante su vida como rey. El hecho es que fue un rey atípico teniendo en cuenta su dinastia. Especialista en numismática, filántropo y firme partidario de las políticas sociales, el rey Sciaboletta (espadín)- en referencia a su baja estatura y el tamaño de su espada - era reservado, un tanto esquivo y nada amante de la liturgia ceremonial de las grandes monarquías. Atento a los cambios que se operaban en la Italia del nuevo siglo, intentó proporcionar una especie de concordia social validando la mayoría de leyes de marcado contenido social. 
El recuerdo de su padre, Umberto I, y una cultura acorde con la época le proporcionaron una visión más progresista de su pueblo. A nivel internacional, abogó por el mantenimiento táctico de sus obligaciones con la Triplice, aunque fomentando siempre el entendimiento con Francia y Rusia. Estallada la guerra y consciente de la difícil tesitura italiana, confió en el gobierno Salandra y en las artes de di San Giuliano. Durante el interregno neutralista, tuvo que buscar un lugar de consenso entre el creciente interventismo y las tesis neutralistas de gran parte de los políticos y la sociedad. Antitriplicista convencido, sustentó y animó los contactos de Sonnino con la Entente después del octubre de 1914, aunque sus métodos no lo convenciesen. VE III fue informado en todo momento de las negociaciones con la Entente, así como del 'mercadeo persa' con las Centrales. Suscrito el pacto de Londres en abril de 1915 y sabedor de las dificultades que tendría el gobierno para imponer la intervención se dejó guiar por el estratega Salandra. Quizá no fue su acción más afortunada, como tampoco lo sería la del 9 de setiembre de 1943, pero el 'Sacro egoismo' era un proyecto muy tentador. Como Giolitti durante más de una década, y sin ser consciente del todo, contribuiría a la deconstrucción del edificio liberal, y a un menoscabo de la institución que representaba. 
Su papel en el 'Maggio radioso' de 1915 fue de vital importancia. Neutralizó la crisis del gobierno Salandra ofreciendo a Giolitti una manzana envenenada (la promesa de entrar en guerra el 24 de mayo) y tras la negativa de este, aceptó la dimisión de Salandra sancionando de rebote la intervención en la guerra y asestando un golpe de muerte al trastocado sistema político italiano. 

Neutralità
La neutralidad italiana el agosto de 1914 no fue una decisión precipitada. Salandra y Di San Giuliano coincidieron plenamente en ella. Los giros y contragiros diplomáticos solo fueron una cortina de humo para esconder la verdadera motivación de permanecer neutrales. La lógica y el sentido común se impusieron a la espera del desarrollo de los acontecimientos. A pesar de los interminables 'litigios' territoriales con Austria, Italia no tenía motivo que le impeliese o urgiese a entrar en una guerra europea. Ni su integridad territorial estaba amenazada (aunque los sectores más irredentistas temiesen por ella en caso de una victoria de las Potencias Centrales), ni la obligaba ningún acuerdo o pacto internacional, a pesar de las reinterpretaciones y 'letras minúsculas' del articulado VII de la Triplice. Por su parte, la gran mayoría de la sociedad italiana recibió la declaración oficial de neutralidad con alivio. 
En contraposición a Francia, Alemania, Austria e incluso la Gran Bretaña, la guerra no despertaba júbilo alguno en el pueblo italiano. En el sur de Italia, a diferencia del norte con una tradición más risorgimentale, la guerra se veía como una calamidad que empujaba a los hombres a la muerte y a sus familias al hambre. La muerte, la desocupación del campo y la amenaza de una posterior invasión no eran fantasmas del pasado, sino que estaban todavía frescos en el imaginario. El mundo obrero y la ciudad presentaban otra realidad, aunque no muy distinta de la del Mezzogiorno. La concepción que se tenía de la guerra no era especialmente positiva ni halagueña. Sin embargo, y con el devenir de los meses, fuertes corrientes de influencia en gran parte de las clases medias y liberales, dibujaron la guerra como una salida lógica al engrandecimiento del estado-nación italiano como el último paso del Risorgimento mazziniano. 

Movilizar o no movilizar ... 
Durante los meses de tensa neutralidad, Cadorna jugó a los soldaditos en su pizarra. Impetuoso, pero celoso de sus prerrogativas, intentó dar una imagen de eficiencia que distaba mucho de ser real. Y él lo sabía. Su inquietud no procedía exclusivamente de la ignorancia de los planes del gobierno, sino a la pésima preparación y predisposición de su ejército ya comprovadas en la aventura libia. En agosto de 1914, el ejército italiano era claramente inferior a sus posibles enemigos, fuese Francia o Austria. Un claro déficit en armamento (sobretodo en artillería pesada), paupérrimas ratios de ametralladoras por regimiento y la falta de oficiales y suboficiales cualificados eran carencias muy graves y preocupantes. Si a esto se le sumaba un sistema logístico insuficiente y una preocupante ausencia de planificación estratégica, el panorama era inquietante. 
Por todo ello, el sentido común de di san Giuliano recomendaba calma y sosiego. Para asentar una neutralidad favorable, o para en caso de guerra, preparar correctamente a las fuerzas armadas. Preparativos a banda, la cuestión sobre la movilización era alarmante. Una movilización inmediata hubiese supuesto una grave amenaza para la neutralidad mientras que una desmovilización por tiempo indeterminado suponía un grave peligro en caso de ataque repentino. La propia composición del ejército italiano complicaba todavía más las cosas. Ideado para cohesionar la aún frágil unidad de los ciudadanos italianos, el mando del ejército dictó que cada regimiento se formase con personas de dos regiones distintas y distantes, que se localizase en una tercera región y que al cabo de 4 años, ésta cambiase de región. Con semejante distribución era comprensible que la mobilización italiana preocupase y mucho a los altos mandos del ejército. Si a los problemas de concentración de tropas se le añadían las pésimas condiciones de transporte en una geografía tan dispar, la inquietud se tornaba en temor. Grandi intentó tranquilizar a Cadorna recordándole las grandes obras de mejora y fortificación en las fronteras septentrionales del Véneto en 1908, pero el jefe supremo seguía ensimismado con un plan de movilización parcial que no existía. 
Grandi le propuso dos opciones. Reunir -al menos- las divisiones del ejército permanente y con el tiempo concentrar el resto, o reunir -de momento- los seis cuerpos de ejército que formaban el ejército italiano septentrional. Cadorna dijo que no, que todo o nada! Y fue nada. Obsesionado y dolido, elaboró diversos memorándums que acabarían en papeleras reales y ministeriales. Los tempos diplomáticos no coincidían con los militares. Y además las relaciones entre los políticos y Cadorna eran casi nulas. Tanto fue así, que cuando di san Giuliano le preguntó a finales de septiembre si era posible una intervención, el militar le dijo que no podría ser. Argumentó que el invierno estaba cerca y que apenas contaban con pertrechos y uniformes hivernales. 

Quién da más?
El 4 de agosto, el di San Giuliano aseguró por carta a Salandra que tendrían al menos un mes de tregua diplomática antes no comenzasen las presiones de ambos bandos. Se equivocó. El 5 de agosto, el embajador en San Petersburgo Carlotti llegaba con 'presentes'. Francia y Rusia (con el plácet del Reino Unido) habían acordado -bajo mano- ofrecer a Italia el dominio completo del Adriático, un protectorado sobre Valona y la soberanía completa de las islas del Dodecaneso. Condición: Italia debía intervenir inmediatamente en el Trentino y su flota debía cerra el canal de Otranto. Comenzaba la subasta italiana. La Entente seguía generosa. El 6 volvió a la carga con la Dalmacia y el 8 de agosto se sumaba Trieste junto con negociaciones directas en Londres. 
Por su parte, y a pesar del enfado inicial, la puja de la Triplice no se hizo esperar. El embajador Flotow ofreció negociar sobre el Trentino. Pero comparado con los regalos de la Entente era miseria. La diplomacia italiana estaba muy presionada, pero la espera estaba mereciendo la pena. El 9 de agosto di San Giuliano despertó del sueño neutral. La neutralidad italiana no podría mantenerse. Demasiados cantos de sirena con lisonjeras melodías: el Trentino, Valona, el Adriático, el Dodecaneso e incluso Trieste !!! 
Di San Giuliano comenzaba a posicionarse y la Entente era la apuesta más segura. Con extrema inteligencia listó las que serían condiciones irrenunciables para una intervención: 1º. Ninguna paz por separado; 2º Cooperación inmediata entre las flotas italiana, francesa y británica para destruir la flota austríaca en el Mediterráneo; 3º Reintegro del Trentino y otros territorios italianos en poder de Austria-Hungría al Reino de Italia; 4º Albania dividida entre Grecia y Serbia, pero con la costa neutralizada; 5º Regimen internacional para Valona; 6º Devolución de las islas del Dodecaneso en caso de supervivencia del Imperio turco; 7º Cuotas en las indemnizaciones de guerra y 8º Mantenimiento de las alianzas para el periodo de la posguerra. 
La guerra, no obstante, proseguía y Marte estaba de parte de la Triplice. El rodillo alemán seguía imparable y di San Giuliano pedía calma, mucha calma y ninguna salida de tono a los suyos. Advirtió a Londres que si no cambiaban un poco las tornas Italia no se iba a meter. Conscientes del momento, la puja de Berlin subió. En caso de derrota serbia, Austria la anexionaría y cedería el Trentino y algún otro territorio. Eran simples promesas, nada tangible. El 26 de agosto, ante la perspectiva victoriosa de la Duplice, di San Giuliano admitió la neutralidad como la mejor opción. Pero las tornas volvieron a cambiar. A mediados de septiembre se certificó el fracaso austríaco en Serbia y aún peor: la apisonadora alemana había sido frenada en el Marne. Italia volvía a la carga. El hábil siciliano, consciente de su cercana muerte, echó el resto. A banda de las ocho peticiones de agosto, Italia obtendría áreas del Asia menor y territorios africanos de la derrotada Alemania, se redefinirían las fronteras entre Libia y Túnez e incluso se pediría a Francia una cesión de Túnez. 
Las negociaciones descarrilaron el 25 de septiembre. Cadorna, dispuesto a intervenir una semana antes, hizo saltar las alarmas cuando se negó a una intervención inminente arguyendo deficiencias materiales y logísticas por la inminencia del invierno. El mundo al revés. Cuando di San Giuliano reclamaba pausa, Cadorna desenvainaba el sable y ahora que el siciliano marcaba el paso, Cadorna se volvía prudente. Octubre reclamaba calma y mientras los ejércitos se atrincheraban, las cancillerías hicieron cálculo de daños. 
El ministro siciliano murió el 16 de octubre. Con él se fueron el temple, la visión y el cerebro de la diplomacia italiana. Lo sustituyó Sonnino y 'il sacro egoismo'.

Continua en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (IV)

30 oct 2012

Las misteriosas muertes de Sepp Innerkofler


Alpinista fuera de serie y experto escalador fueron algunos de los elogios que recibió Joseph (Sepp) Innerkofler cuando en julio de 1915 se conoció su muerte en los círculos alpinistas internacionales. Con un innegable pedigrí montañista y originario de Sexten (Sesto), dedicó todo su vida a la montaña. Su conocimiento de los rincones, grutas, vías de ascensión y senderos de alta montaña hicieron que su fama como experto guía saltase allende los Dolomitas del Tirol meridional, como ya lo había hecho la de su tío Michael, conocido como el 'rey de los Dolomitas'. Sepp siguió sus pasos. Abrió ferratas en los glaciares y paredes más escarpadas, y ayudó a construir algunos de los refugios más importantes en los Dolomitas orientales que todavía existen. 
En mayo de 1915, la entrada de Italia en la guerra y su pasión por la montaña lo llevaron a alistarse voluntario en las Standschützenkompanie, unidades especializadas en tareas de exploración y defensa del territorio dolomítico. Formadas por un reducido número de alpinistas de élite, su papel fue in crescendo a medida que el conflicto en la montaña se iba recrudeciendo y que el Alto mando austrohúngaro desplazaba a las Landesschutzen (tropas de territoriales) para cubrir las enormes bajas sufridas en Galitzia. 
En la mayoría de los Dolomitas las fronteras entre Austria y el Reino de Italia eran muy permeables, hasta el punto que la ocupación de una cima podía realizarse con un reducido grupo de montañistas sin apenas armas. De esta forma, en mayo de 1915, las tropas de ambos ejércitos se apresuraron a ocupar de forma más o menos permanente la mayoría de cimas y pasos que permitían un fácil acceso a los valles enemigos. Las Standschützen compartían sector con los Kaiserjäger (Cazadores imperiales) y las Alpenkorps alemanas - a pesar de no estar en guerra con Italia - pero realizaban las misiones más arriesgadas de patrulla por el conocimiento que tenían sus miembros. Fue por ello, pero sobretodo por su autoridad, que Innerkofler no tardó en ser ascendido a Zugführer o jefe de cordada. Su prestigio y arrojo eran de sobras conocidos. En las 17 patrullas que comandó desde el 21 de mayo hasta julio de 1915 la perícia demostrada como alpinista y el riesgo que tuvieron algunas de las acciones -muchas nocturnas- cimentarían su leyenda. Pasada la guerra, sus compañeros recordaban que Innerkofler, a pesar de sus cincuenta años de edad, subía las paredes con la agilidad de un joven de veinte años y que su liderazgo lo demostraba en cada cordada dirigiendo las acciones desde la misma vanguardia como la del fatídico 4 de julio de 1915. 

La noche de autos

Innerkofler sabía de la vital importancia del monte Paterno como puerta al altiplano delle Tre Cime de Lavaredo y como protección del valle del Landro. Por ello convenció a los mandos de que su control era imprescindible. El Paterno, de cima estrecha y de muy difícil acceso, era un excelente observatorio prácticamente inexpugnable. Rodeado de otras formaciones rocosas, la Torre Toblin o las famosísimas Tre Cime de Lavaredo (Drei Zinnen= Tres cimas), la posesión del Paterno era imprescindible para cerrar la entrada de los italianos en ese sector del Tirol austríaco. Como sucedió a lo largo de toda la guerra en el frente dolomítico, las acciones de conquista o de castigo las realizaban compañías muy reducidas y al abrigo de la noche, como fue el caso de los alpini italianos que ocuparon el Paterno el 29 de mayo. Mantener las posiciones elevadas no siempre era viable. Las inclemencias del tiempo, sobretodo en invierno, la naturaleza del terreno o la imposibilidad de proveer a las tropas así como el contínuo hostigamiento del enemigo eran factores en contra. Pero el Paterno era diferente. Recuperarlo sería cuestión de audacia y arrojo. 
La misión era arriesgadísima. La cima era un espacio estríchismo, de unos pocos metros de superfície llana y sin apenas protecciones naturales, donde la única vía para encaramarse a lo más alto y tomar la posición por sorpresa era una pared vertical de unos cientos de metros. Innerkofler conocía la perfectamente ya que la había abierto él mismo en 1896. Esa noche la patrulla de Innerkofler la formaban seis alpinistas de élite. Salieron de un pequeño refugió situado en la base del Drei Zinnen, junto con una compañía de los Standschützen al mando del hermano de Innerkofler, Christl. Esa noche, como siempre, Innerkofler tomó la responsabilidad de ser el primero y enfiló la ascensión. Después de tensos minutos, él y sus compañeros llegaron a la cima. En esta había una pequeña cresta que servía de refugio a los alpini que la ocupaban. Innerkofler se avanzó. Se oyeron unas detonaciones secas y al poco un grito se desvaneció en la noche. Advertidos del peligro y entreviendo lo sucedido, los compañeros de Innerkofler descendieron y volvieron a sus posiciones. Días después se supo la suerte de Innerkofler. Había caído desde la cima y sus restos mortales habían sido recuperados y enterrados por alpini italianos no muy lejos del lugar de la caida. 

La muerte versionada

 El asombro ante la noticia de Innerkofler comenzó a cundir por el valle y al momento surgieron versiones de su muerte. Pocos se podían explicar cómo un experimentado alpinista se había caido al vacío desde unas montañas que conocía perfectamente. Además, las fuentes italianas y austríacas difirieron enormemente desde un principio. La primera versión y la más acceptada -en su momento- fue la de Pietro di Luca, uno de los alpini que estaban esa noche en el Paterno y que presuntamente acabó con la vida de Innerkofler. En el libro del capitán Neri, Ineditti di guerra alpina, 1915-1918, Di Luca relató su versión. Contaba que durante su guardia oyó un ruido, y que al acercarse al lugar y ver una figura humana en un saliente, agarró una gran pedrusco, se lo lanzó a la cabeza y que lo hizo desequilibrar, cayendo el intruso al vacío. Él mismo explicó que al día siguiente se acercaron al lugar donde yacía el cuerpo (unos cincuenta metros abajo) y que lo enterraron 'in situ' con todos los honores. Unos años después, el propio Luca relató con todo lujo de detalles la historia, pero sin excesivos cambios, excepto por detalles sin importancia. 
Los austríacos no podían aceptar que uno de sus mejores alpinistas y un gran héroe de guerra hubiese muerto de una pedrada. Por ello, o quizá por nuevos datos, comenzaron a circular otras versiones, una de ellas surgida de Sepp Innerkofler Jr. El hijo del alpinista sostenía que durante la ascensión al Paterno, la artillería austríaca situada en el sector de Le Tre Cime (Drei Zinnen) di Lavaredo abrió fuego de cobertura y que uno de los proyectiles o alguna esquirla alcanzó a su padre en la cabeza, precipitándolo al vacio. Aún en esta línea del fuego amigo, otra versión del lado austríaco explicaba la muerte del alpinista tirolés por los disparos de un grupo de ametralladoras situadas en la Torre Toblin y que esa noche cubrieron la operación de castigo de Innerkofler. 

Epílogo

El frente dolomítico fue muy cruel. El frío, las enfermedades, las caídas fortuitas o las avalanchas se cobraron más vidas que los fusiles o obuses. No obstante, fue un escenario absolutamente inútil, y su importancia más simbólica que real. El intercambio de posiciones fue en algunos casos ridículo y el nivel de hazañas inversamente proporcional al valor militar de las mismas. La guerra en los Dolomitas sirvió para comprobar el valor individual y la resistencia humana a límites insospechados, así como la estupidez de los Altos mandos. Que Innerkofler muriese por una piedra o por una bala es lo de menos. Lo más irónico -desgraciadamente- es que el pelotón de alpini italianos abandonó al poco el Paterno, mientras que Innerkofler estuvo enterrado ahí hasta 1919.

Fuentes:

- Cenacchi, Giovanni (et al.). Teatri di guerra sulle Dolomiti, 1915-1917. Mondadori, 2006.
- Lichem, Heinz von. La guerra in montagna 1915-1918. Volume 2, il fronte trentino e dolomitico. Bolzano : Athesia, 1997.

26 oct 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (II)


Viene de:  La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (I)



ACTO I. JULIO DE 1914, ENTRE EL ARTÍCULO VII Y EL CASUS FOEDERIS 

DRAMATIS PERSONAE II

Di San Giuliano

Liberal y anticlerical practicante, Antonino Paternò-Castello -más conocido como Di San Giuliano o Marqués di San Giuliano, fue un cultivado aristócrata siciliano de enorme visión política. Dotado de un exquisito sentido de la diplomacia y de un pragmatismo a prueba de alianzas, consiguió aposentar a Italia entre las potencias europeas, aunque fuese en un segundo plano. Desempeñó la cartera de exteriores en dos ocasiones, la primera entre 1905 y 1906 y la segunda entre 1910 y 1914. Entre ese intervalo, y dado su prestigio, los gobiernos Giolitti y Luzzatti lo designaron como embajador en Londres y París. A pesar de su triplicismo, siempre tuvo voluntad de acuerdo con Francia, y especialmente con el Reino Unido. Conocedor del Foreign Office y con una gran inteligencia geopolítica, sabía que la partida italiana se jugaba en Viena y que Alemania sería su gran valedora, pero siempre se guardó las espaldas con la Albión. Más consciente que nadie de la 'peninsularidad' italiana y del papel que todavía jugaba la Armada británica como policía de los mares, intentó por todos los medios no enemistarse jamás con Londres. Jamás perdió de vista los territorios italianos dentro del Imperio austrohúngaro, como tampoco desdeñó la posibilidad de convertir el Adriático en un mar italiano. Albania, Libia y la salvaguarda de las islas del Dodecaneso serían algunas de sus bazas. Pero no todo fueron laureles. La guerra de Libia, de la cual fue un notable impulsor, fue un desastre y en la cuestion albanesa no estuvo muy afortunado. Su figura, sin embargo, seguía siendo muy respetada. Su padrino político (Giolitti) cayó en febrero de 1914, pero su experiencia y conocimientos eran tales que Salandra le requirió para exteriores un mes después. Sus diferencias políticas eran notorias, pero en cuestiones internacionales coincidían plenamente: recuperar los territorios irredentos (Trentino e Istria) y asegurar la influencia en sectores de la costa oriental del Adriático (Croacia y Albania). Para la consecución de ambos, el equilibrio en los Balcanes era vital ya que cualquier alteración del status quo obligaba a la potencia alterante a compensaciones, tal y como preescribía el artículo VII de la Triplice. No obstante, el articulado de la Triplice siempre se leyó en clave interesada, como en el caso de la anexión austríaca de Bosnia-Herzegovina (1908). 
Consciente de ello, el de Catania se convirtió en el perfecto exégeta de los acuerdos de la Triplice, convirtiendo poco a poco sus interpretaciones en comodines para la gran partida en la que siempre jugaría con ventaja. Conocedor de los movimientos centrífugos en el si del Imperio, como del nerviosismo imperante en Viena, el de Catania decidió esperar. Sabía que tarde o temprano saltaría la chispa y que solo era necesario estar ahí para recoger los frutos, tanto si Austria era vencedora como perdedora. En caso de que Austria volviese  a alterar el mapa balcánico exigiría una compensación. Y en el caso de que fuese derrotada en una guerra, exigiría a los vencedores la reposición de los territorios irredentos. Hasta ese momento, Italia actuó con sibilina astucia. 
En 1912, Austria (como Francia y la Gran Bretaña), la conminó a devolver a soberanía otomana las islas del Dodecaneso o a ser compensada en base al artículo VII. La diplomacia italiana se negó rotundamente argumentando que éstas pertenecían al área geográfica asiática y que tenían que ver con Libia, no con los Balcanes. Y así se llegó hasta agosto de 1914. Fue entonces cuando fiel a su estilo, el di San Giuliano,  mostró todo su repertorio de amagos, faroles y apuestas que llevarían a Italia a una benevola neutralità. Su mérito fue doble. Por una parte, convenció a su propio gobierno de las virtudes de no entrar en la guerra y esperar. Y de la otra, dejar abierta la puerta a un futuro entendimiento con las fuerzas de la Entente, especialmente con Gran Bretaña. Su muerte el 16 de octubre de 1914 no solo significó la pérdida de un excelente diplomático y político, sino el certificado de muerte de una neutralidad inteligente. 

Berchtold 

Figura seductora y carismática o un político tímido e indeciso? La historiografía siempre ha tendido a situar al conde Berchtold entre estos dos polos cuando la realidad es más simple. Berchtold combinó de forma indistinta ambas facetas. Como embajador era un anfitrión excelente y sus recepciones eran la comidilla entre las élites europeas, mientras que su periplo como ministro de exteriores de la doble monarquía fue un cúmulo de despropósitos hasta enero de 1915. Los estudiosos del hombre político han convenido en destacar que su falta de experiencia y de tacto ‘internacional’ así como su incompetencia y espíritu pusilánime, lastraron la política exterior de su país llevándolo al desastre. Los historiadores más críticos exponen que su amarga experiencia como embajador en Rusia durante cinco largos años (1906-1911) condicionó su política balcánica y su actitud absolutamente contraria a un entendimiento con la gran potencia asiática. Otros, añaden a estos ingredientes, la contínua presión del ‘partido de la guerra’ afincado en el Hofburg con Von Hötzendorff y el embajador Hoyos a la cabeza. 
Un análisis preciso de su gestión en los tres episodios más destacados al frente de exteriores corrobora la conjunción de los factores antes descritos. Durante las guerras balcánicas, Berchtold y su equipo de asesores erró no solo por defecto sino por efecto. A la falta de visión política (Liga balcánica) se añadió una gran estrechez de miras con el incendio de la Segunda Guerra Balcánica y el consabido aupamiento de Serbia a potencia balcánica, resquebrajando aún más un status quo hiperfrágil. Holger Herwig, uno de los especialistas más reputados en esta materia, sostiene que a la falta de vigor político y manifiesta dejación en la cuestión de la guerras balcánicas de 1912-1913, Berchtold intentó contraponer una excesiva dosis de ímpetu y miopía en la crisis de junio-julio de 1914. No obstante, admite, que las fuerzas y la determinación mostradas por Austria sobre la cuestión serbia en el verano del 14 no tuvieron una impronta exclusivamente berchtoldiana. Afirma que se vio superado por las circunstancias y empujado por sus asesores y las fuerzas vivas del régimen a plantear una solución extremadamente drástica al contencioso serbio. Sobre este punto es curioso señalar como a Berchtold le sucedió lo mismo que a Bethmann-Hollweg: ambos creyeron poder acotar el conflicto austroserbio a una guerra de baja intensidad. 
Con Italia bailando sobre su neutralidad, la ceguera política de Berchtold fue in crescendo. Lejos de apagar un fuego, Berchtold y su 'equipo de pirómanos' echaron gasolina al fuego ninguneando al odioso aliado y negándole la mayor en cuestión de tratados. La diplomacia alemana impuso –otra vez- la cordura. Si Austria conseguía derrotar a Serbia y alterar el mapa balcánico bien podía ceder el Trentino. Pero el núcleo duro vienés siguió negándose hasta finales del invierno de 1915, pero ya era demasiado tarde. Viena estaba desquiciada. Tanto, que el partido de la guerra defenestró a Berchtold por insinuar cesiones a Italia y encumbró a Burián como marioneta a su voluntad. El delirio era tan grande que incluso se planteó la invasión de Italia camuflando una pataleta con factores estratégicos!! Un detalle más de la política errante y suicida que mantuvo Viena con respecto a la partida europea e italiana. No hay duda que de Austria-Hungría estaba en una hora decisiva, pero ni Berchtold, ni aún menos sus asesores estuvieron jamás a la altura de sus responsabilidades. 

DEP 

La guerra iba a finiquitar la Triplice. Ya fuese por su carácter defensivo o por la actuación de algunos de sus miembros, dejó de existir y actuar como tal el 2 de julio de 1914. La guerra no había estallado aún, pero las decisiones tomadas desde ese día condicionaron totalmente los actos de sus miembros, conduciéndolos a una espiral de consecuencias inesperadas. Se han escrito cientos, miles de libros y artículos sobre las causas más inmediatas de la guerra, así como de la febril actividad diplomática que siguió des del 28 de junio hasta el 4 de agosto de 1914. La historiografía sobre el conflicto ha elucubrado numerosas teorias sobre el estallido de la guerra, su alcance y especialmente sobre los principales protagonistas y/o culpables de que se globalizase. Sobre la cuestión austroserbia, recientes investigaciones concluyen que la doble monarquía, y por ende Alemania, deseaban una resolución rápida y focalizada del conflicto. 
Tanto los servicios secretos austríacos como los rusos sabían que detrás del complot de Sarajevo estaban miembros de la inteligencia serbia, y que si bien no existían documentos sobre la implicación directa del gobierno serbio, se sabía que el gobierno de Nikola Pašić conocía (y permitía) las actividades de la Mano Negra, la organización terrorista serbia que organizó el regicidio. Por ello, pero principalmente por geopolítica, el gobierno austríaco decidió intervenir unilateral y militarmente contra Serbia. Las tensiones en el si de la doble monarquía no fueron pocas. El primer ministro húngaro, el conde Tisza no dudó en advertir de las consecuencias y de la posibilidad de negociar con el gobierno serbio y la comunidad internacional. Pero sus sugerencias cayeron en saco roto, el partido de la guerra austríaco (Von Hötzendorff, Berchtold y el propio Kaiser Franz Joseph) tenía muy clara la intervención. Temían la implicación rusa, pero sospechaban que Alemania les daría su apoyo, y que acceptaría el envite respaldando su acción punitiva sobre Serbia. Contaban con la experiencia de 1908, pero esta vez no ocurriría lo mismo. Alguien acceptó el desafío y la partida se complicó. 

Artículo VII

 Los primeros intercambios de opiniones entre Viena y Berlin sobre el affaire serbio se produjeron el 2 de julio y el 5 Austria ya tenía el plácet alemán para actuar contra Serbia. Se trataba del famoso 'cheque en blanco' del Kaiser Wilhelm II al conde Hoyos, ministro de exteriores austrohúngaro. Berlin estaba decidida a respaldar cualquier acción que llevase a cabo Viena sobre la cuestión serbia. Mientras, Italia seguía en silencio. Ni se le esperaba, ni -por supuesto- se le consultaba. La Triplice comenzaba a oler a muerto, aunque Roma conservaba sus triunfos. La Triplice no era una alianza ofensiva, por tanto no podían contar con ella. Y en caso que los hechos aconsejasen mantenerse a la defensiva, tampoco podrían contar con ella por el simple y trascendental hecho de no haberla consultado. 
Cierto que los valses italianos habían creado desconfianza, pero ningunearla manifiestamente en cuestiones de tamaña importancia no fue una decisión precisamente inteligente. Creían que 'tragaría' como en 1908, pero actuar contra Serbia, respaldada por Rusia y con estrechos lazos económicos y estratégicos con Francia, requería un mayor quórum y discusión. El articulado de la Triplice estaba de parte italiana. El artículo VII prescribía muy claramente que cualquier acción que supusiese una 'ventaja territorial' para un miembro debía compensarse con el acuerdo o la negociación de otros territorios conlindantes o mediante indemnización económica. Y evidentemente, Austria no estaba todavía por esa la labor. Con los meses y los reveses ya lo estaría. Empujada por Alemania, no fue hasta el 15 de julio que Austria decidió informar a Italia de las decisiones iba tomar su gobierno respecto a Serbia. Cuando Viena habló de 'corregir estratégicamente las líneas fronterizas', el ministro de exteriores italiano di San Giuliano exigió una mayor concreción en las medidas. Ante el revuelo italiano, el 21, el embajador austríaco Merey recibió órdenes de seguir en las vaguedades, aunque comunicó a di San Giuliano que, a pesar, del lenguaje firme contra Serbia, se intentaría encontrar una vía pacífica al asunto. 
Poco crédulo y gato viejo, Di San Giuliano preguntó al embajador si podía informar a la prensa italiana de que Austria no buscaba, en ningún caso, anexión territorial alguna, a lo que Merey se negó en redondo. Que Austria despreciaba la postura italiana lo demuestra el hecho de que Roma no recibió una copia del ultimátum hasta el 24 de julio, un día después de haberla enviado a Belgrado!! La demora, pero sobretodo el contenido del mismo indignó a di San Giuliano que protestó enérgicamente al embajador alemán. Le reprochó no solo la violencia del lenguaje y las exigencias, sino -y peor- no haber consultado a Italia en ningún momento de la redacción. Di San Giuliano consideró el ultimátum como un 'acto de agresión' y advirtió que en el caso de que Rusia interviniese, Italia permanecería neutral. La Triplice estaba muerta. La respuesta serbia llegó el 25, y como era de esperar no satisfizo al partido bélico vienés por lo que ese mismo día se ordenó una mobilización parcial del ejército. La caja de Pandora estaba abierta. Ese mismo día en Berlin, el embajador italiano hizo llegar una declaración oficial en la que Roma lamentaba profundamente todo lo relacionado con el ultimátum y muy especialmente la actitud alemana. La decepción con Alemania no acabó ahí. Cuando Berchtold cuestionó la vigencia del artículo VII esgrimiendo que este solo era aplicable en los territorios otomanos de los Balcanes, y que no era preceptiva ninguna compensación en caso de ocupación provisional, Alemania estuvo a su lado. La Duplice era un hecho consumado.

In extremis
El 28 de julio hubo una cierta distensión. Las noticias de una inminente intervención rusa exigían sentido común y Alemania conminó a Viena a suavizar las tensiones con Italia. Austria se avino a parlamentar pero no se podía hablar ni del Trentino ni de cualquier otro territorio en litigio. Alemania seguía apoyando la línea austríaca e Italia seguía en silencio. Berlin sabía que el tiempo corría de parte italiana y apremiaba a Viena para un acuerdo. El 29 el embajador Merey se reunió con di San Giuliano para comunicarle que cualquier tipo de compensación territorial se haría efectiva solo cuando se rompiese el equilibrio balcánico, es decir cuando Serbia fuese derrotada. Di San Giuliano, sin embargo, reclamó la compensación de forma inmediata. Fue otra jugada maestra. Conocía de antemano la negativa austríaca a una petición de ese tipo. Y por ello decidió tensar las negociaciones. Merey telegrafió al momento, pero Viena calló por tres días hasta que Rusia declaró la guerra el 1º de agosto. Las hechos se precipitaron. Ese mediodía, y antes de recibir una respuesta afirmativa de Austria a sus demandas, el Consejo de Ministros italiano declaraba la neutralidad. Declarada oficialmente al día siguiente, el gobierno italiano la justificó por la vulneración del artículo VII de la Triplice y especialmente por la ausencia de un casus foederis. La decisión no gustó allende los Alpes, pero tampoco los cogió desprevenidos. Los representantes de la nueva Duplice no temían una entrada de Italia en la Entente. Consideraban que la defección italiana era previsible y que una vez la guerra les fuese favorable negociarían -mezquinamente- para recoger parte del botín.

Continua en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (II)

16 oct 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (I)



La historia de la Primera Guerra Mundial está plagada de hechos insólitos. Extraordinarios, misteriosos, otros simplemente inexplicables. La intervención italiana en la guerra el mayo de 1915 forma parte de este selecto último grupo. No solo por su extrema particularidad, sino por el contenido trágico y trascendente de determinadas decisiones personales.
Este episodio de la historia italiana plantea más interrogantes que respuestas. Como pudo entrar en guerra una nación que mayoritariamente reclamaba la paz? Qué mecanismos empujaron a determinados sectores de la clase política a subvertir el juego democrático? Qué intereses ocultos (o no) influyeron a participar en una guerra sin apenas garantías de éxito militar? Qué sucedió para que Italia abandonase la Triple Alianza y se uniese a la Entente? Estos interrogantes y muchas otras cuestiones no pueden resolverse desde una óptica estrictamente italiana, sino desde una prisma más panorámico e internacional.
La guerra fue un gran cataclismo para la sociedad italiana, pero no solo en términos humanos o materiales sino por los medios que se utilizaron para llegar a ella y que definirían, en gran parte, el devenir nacional italiano durante décadas.

PRELUDIO

De aquellos polvos vienen estos lodos ...

La Italia de 1915 era una nación muy poliédrica. Nacida en la forja de los movimientos románticos de principios del XIX, no alcanzó su plenitud nacional hasta 1861 cuando después de una guerra civil encubierta y algunos episodios más heroicos que otros, logró unificar bajo el trono de Victor Manuel II una pléyade de reinos, ducados y otros territorios autónomos de la península Itálica. La unificación italiana no fue un proceso pacífico. Querida por unos pocos, deseada por otros y permitida por el resto, las naciones europeas con intereses en la península dejaron su impronta. Las dos más visibles, la pseudocupación-protectorado francés sobre Roma y los estados pontificios, y la no-resuelta cuestión austríaca sobre los territorios del nordeste peninsular: el Trentino o sud-Tirol y la ciudad de Trieste, principalmente. Mientras que el asunto romano llegó a su fin en 1870, el tema de los territorios irredentos (no liberados) se convirtió más en una llaga sentimental que una cuestión de estado. Prueba de ello fue el tratado que firmó Italia con Alemania y su sempiterna enemiga Austria-Hungría en 1882 dando lugar a la Triple alianza (Triplice) y desatando la ira de los círculos nacionalistas italianos.
Italia fue siempre una peligrosa ciénaga en la que los poderes económicos y territoriales defendían sus privilegios bajo el ropaje de los partidos políticos. Bajos las élites piamontesas desde el primer momento, el juego político fue basculando muy lentamente hacia el sur, no sin fuertes resistencias. Con el tiempo, los ricos industriales del norte y la cosmopolita burguesía piamontesa de corte liberal encontraron un sorprendente aliado en los terratenientes del Mezzogiorno, que gobernaban sus latifundios como los políticos del Norte el Parlamento. La comunión de intereses suavizó -en parte- las tensiones territoriales pero fue prostituyendo el bisoño sistema político. Los vientos del Ottocento anticipaban la tormenta del nuevo siglo. Desde Cavour a Salandra, pasando por Crispi o Giolitti, el parlamento italiano se convirtió en altavoz de las luchas intestinas entre liberales y conservadores por la alternancia, mientras católicos y socialistas ofrecían una oposición más formal que real y los radicales jugaban a la peligrosa aritmética de las mayorías. La arena política era el fiel reflejo de los difíciles equilibrios territoriales y el libre mercado de las corruptelas. Nula o poca discusión ideológica, simple pragmatismo de estado. La época dorada de este regimen de clientelismo y de posibilismo político, conocida como Età Giolittiana, perduró entre 1901 y 1914.

DRAMATIS PERSONAE I
Giolitti o el canto cisne del liberalismo italiano

Durante los primeros años del siglo, y hasta mediados de 1914, Giolitti dominó la política italiana. Sus bazas fueron una gran cintura ideológica, un increible don para la negociación y una exquisita elocuencia. Su expediente: cinco gobiernos como presidente del Consiglio y otros cuatro con su sello y plácet. Durante su trayectoria política, controló (y manejó) el engranaje parlamentario, mantuvo difíciles equilibrios entre políticas de corte social, llevó a cabo dudosas nacionalizaciones, fomentó el proteccionismo agrario, impulsó empresas coloniales de dudoso éxito y reformó el sistema electoral con la implantación del sufragio universal. Su enorme visión político le llevó a intuir el papel de las masas en la creación y consolidación de Italia como nación, aunque refrenó el ímpetu radical de los socialistas con la connivencia de militares, industriales y la alargada sombra de la Iglesia a la busca de un acuerdo duradero con el ala más moderada del socialismo italiano. Y aunque tuvo notables momentos de gloria, como su tercer gobierno de 1906 a 1909, los medios utilizados en la laberíntica y oscura política italiana socavaron, sin duda, el propio sistema, provocando que una gran -enorme- parte de la sociedad italiana identificase el vértigo de los tiempos modernos con la descarnada y sórdida casta política. Giolitti concebía la política italiana como un coto cerrado donde las cuestiones más esenciales para el país se decidían mediante inexplicables alianzas entre grupos de intereses y personas con las ideologías siempre al margen. La transparencia democrática se difuminó bajo los pactos e indisimulados intereses de partido; la diplomacia de corredores sustituyó a la discusión parlamentaria y la corrupción política fue norma a pesar del claro del desarrollo económico y social del país.
Los años de Giolitti permanecen como una época de claroscuros. Allí donde el ordinato progresso civile (subsidios, reducción de jornadas laborales y de la explotación infantil y demás políticas de corte social) tuvo un aumento más espectacular, los mecanismos del edificio político más se resintieron. Su excesivo pragmatismo deconstruyó el sistema por el que tanto habían trabajado Cavour y sus correligionarios piamonteses, e incluso él mismo! Consciente del pesado engranaje parlamentario para la aprobación de medidas necesarias, y sobretodo, para evitar veleidades revolucionarias, actuó de forma poco 'reglamentaria' y colegiada. Giolitti fue fagocitado por sus propias decisiones, y muy especialmente por la introducción del sufragio universal. El movimiento obrero retomaba sus reivindicaciones con especial virulencia, los católicos reclamaban su sitio y un nacionalismo cada vez más inquieto insistía en políticas exteriores más agresivas. Víctima de las alianzas, las elecciones de 1913 le obligaron a buscar otros compañeros. Esta vez los radicales no cedieron y como un Houdini maniatado, el mago piamontés se vio obligado a dimitir en marzo de 1914. Dejó a Antonio Salandra para que le mantuviese el trono caliente. Pero ni conocía a Salandra, ni su ambición. Tardó en volver, fue en 1920 pero la situación había cambiado mucho.

Salandra: El zorro de Troia


Entre los adeptos a Giolitti se encontraba el rey Vittorio Emanuele III. Cuando se precipitó la crisis de marzo de 1914, aceptó -como siempre- las sugerencias del de Mondovi y  nombró a Salandra como primer ministro. De familia de propietarios de la Puglia y talante conservador, era discípulo de Giolitti, pero íntimo de Sidney Sonnino. Curiosa combinación que luego se trasladaría a su obra de gobierno. Activo en política desde hacía algunas décadas, había hecho su cursus honorum a la sombra de gobiernos liberales y conservadores, alternando subsecretarías con otras funciones de gobierno. Su figura política no era de excesiva talla, pero tenía ese curioso don de 'estar en el momento oportuno en el lugar adecuado'. Giolitti lo apadrinó a la espera de un breve interregno, pero el viejo piamontés se equivocó al pensar que Salandra sería un peón más en su partida. Durante los casi dos años de gobierno (marzo 1914 - febrero 1916), demostró ser un animal político de gran astucia y diáfana visión. Anhelaba liderar un bloque conservador de corte liberal, cimentado sobre intereses industriales y financieros del norte en alianza con los terratenientes y propietarios de la Italia meridional. Una ecuación muy sencilla: mercados exteriores, proteccionismo agrario y férrea disciplina interior. Para ello consideraba imprescindible desplazar de la arena política a los sectores socialistas, tanto moderados como radicales, a los que acusaba de alterar la paz social. Éstos y especialmente el movimiento obrero y sindical se lo pusieron en bandeja. La Settimana rossa en junio de 1914 le proporcionó la excusa. Jugaba con las cartas marcadas. Sabedor de lo que iba a ocurrir cuando llegase al gobierno, Salandra se reservó también la cartera de interior, a banda de la presidencia del Consiglio. Fiel a sus principios, no escatimó medios en sofocar las revueltas y marcar el ritmo de su política interior. Pero la fortuna aún seguiría de su parte. Los sucesos de Sarajevo le depararon un segundo triunfo: una guerra en ciernes.


La Triplice (Triple) alianza o la lógica del vals

Desde 1882 hasta 1914, la política exterior del gobierno italiano estuvo marcada por su pertenencia a la Triple Alianza. Las tensiones francoitalianas por el control de Túnez y el deseo de aislar a Francia en el panorama diplomático europeo, llevaron a Bismarck a rescatar Italia del ostracismo diplomático en el que se encontraba, y situarla -al menos- en un segundo plano de la partida europea. A banda de los objetivos esenciales, la inclusión de Italia en la Triplice (nombre que recibía en italiano) permitiría equilibrar la voracidad austríaca sobre los Balcanes, a través del mantenimiento del status quo y de la reclamación italiana de los territorios irredentos. En el plano estrictamente militar, la inclusión de Italia a la Triplice restaba un posible aliado a la causa antialemana, apuntalaba un frente italoalemán contra Francia y equilibraba -en parte- la balanza de fuerzas navales en el Mediterráneo mitigando la amenaza británica.
Italia renovó su alianza en 1887 y al año siguiente se concretó un acuerdo militar con Alemania de carácter defensivo. El compromiso, renovado por segunda vez en marzo de 1914, consistía en el envío por parte de Italia de cinco cuerpos de ejército (10 divisiones) y dos divisiones de caballería al sector de Alsacia-Lorena. Alemania se convertía – de facto - en el manto protector de Italia, pero a cambio se le exigía un quid pro quo en forma de ayuda militar en caso de ataque francés. Los votos de amistad se reafirmaron en 1888, pero las mutaciones que se operaban a nivel internacional requerían cintura. Italia no quería verse atrapada entre dos fuerzas motrices y opuestas. Consciente de su 'peninsularidad' y del peso de la flota inglesa como garante de las rutas comerciales, dejó por un tiempo sus aventuras etiópicas para centrarse en su papel mediterráneo. En 1896 estrechó lazos con Rusia casando al príncipe de Nápoles, futuro Vittorio Emanuele III, con la princesa Elena de Montenegro, permitiendo -de rebote- una resolución pacífica de la cuestión tunecina en 1900 con Francia. Francia garantizaría los intereses italianos en Túnez, a cambio de que ambos tuviesen manos libres tanto en Libia como en Marruecos. Posteriormente llegó el acuerdo con la reina de los Mares. Italia podría ocupar Libia si se rompía el equilibrio africano, y si apoyaba inequívocamente a Inglaterra en Egipto.

Estas jugadas inquietaron a los alemanes, a pesar de que no se violaban los acuerdos de la Triplice. La templanza del canciller Bülow despejó los nubarrones al dirigirse al Reichstag para afirmar que "en un matrimonio feliz, el marido no puede reprender a su mujer por si ésta baila un vals con un extraño. La cuestión importante es que no se acabe marchando". Pero Italia era vista como una díscola bailarina de valses al son de la lógica de sus intereses. Preveyendo la configuración de nuevas y estrechas alianzas, Alemania empujó a Rusia a una guerra con Japón. La derrota dejó a Rusia envuelta en graves problemas internos, pero además afectó a las ya endebles relaciones que tenía Gran Bretaña, debilitadas por su política asiática y la delimitación de sus áreas de influencia. Privada de su 'gran' aliada, Francia vio como Alemania vetaba su ocupación de Marruecos en la Conferencia de Algeciras (1906). La fortuna sonreía a la Triplice, pero la situación en los Balcanes se estaba enrareciendo. En 1903, una conjura militar acabó con la dinastia serbia de los Obrenović de tendencia austrófila que fue sustituida por la de los Karađorđević, claramente antiaustríacos. Los rusos tocaban a rebato. Conscientes de su debilidad, acordaron con Gran Bretaña las áreas de influencia sobre Persia y Afganistán e iniciaron una política claramente europea centrada en los Balcanes. La doble monarquía no se amedrentó. Las convulsiones que se estaban produciendo en el Imperio turco por la revolución de los Jóvenes Turcos en 1908 pusieron en bandeja de plata la ocupación austríaca de Bosnia-Herzegovina. La maniobra no gustó a nadie, ni a Bülow, que en ayuda de su ambicioso aliado, se vio obligado a advertir a Rusia que no aceptarían presión alguna. Advertencia que repitió, en forma de ultimátum, en marzo de 1909 y que cerraría la crisis balcánica en falso. Este fue el segundo envite de la Triplice.

Viena siguió su partida. Advirtiendo futuros choques, el jefe del Estado Mayor del ejército austríaco Von Hötzendorff propuso la intervención militar de Italia aprovechando la caótica situación del país transalpino tras los terremotos de Messina y Reggio Calabria la Navidad de 1908. La Triplice comenzaba a ser más virtual que real. Esta vez Italia bailó con Rusia. En octubre de 1909, los respectivos gobiernos firmaron el Acuerdo de Racconigi, por el que se comprometían a mantener el statu quo balcánico, favoreciendo el desarollo de las entidades nacionales en lugar de la expansión imperial austrohúngara. La cooperación italorusa no finalizó en los Balcanes. Italia prometió apoyar las pretensiones rusas sobre el Bósforo y los Dardanelos a cambio de tener vía libre en Libia. Jugada maestra. El plácet italiano a las ambiciones rusas incorporaban otro actor al juego mediterráneo con el afán de reducir la hegemonia francobritánica. Rusia le devolvió el favor. Desveló a la diplomacia italiana que en 1904 se selló con la doble monarquía un pacto secreto de no agresión en los Balcanes, totalmente contrario a los intereses italianos, Albania incluida. Los acuerdos de la Triplice olían a papel mojado. Alemania también bailó sola en la crisis marroquí de 1911. Resultado: Francia acabó cediendo a Alemania un tercio de sus territorios del Congo a cambio de Marruecos. Tercer y último órdago victorioso de la Triplice.
Italia se fregaba en silencio las manos. Roto el equilibrio africano se lanzó a ocupar Libia. El Imperio turco, superado por la situación de inestabilidad balcánica, actuaba ya a la defensiva. La resolución de los conflictos territoriales entre serbios y griegos con los búlgaros permitieron crear la Liga Balcánica. Próximo objetivo: ocupar las zonas de dominio turco que todavía quedaban en el continente europeo. El 30 de mayo de 1913 se dio por terminada la guerra con la derrota del Imperio turco. Perdió la totalidad de los territorios europeos, excepto la parte europea de Constantinopla (Istanbul). La Primera Guerra Balcánica puso de manifiesto la evidente fragmentación del territorio balcánico, y sobretodo las ansias expansionistas de la mayoría de naciones. Inquieta por la victoria de la Liga, la diplomacia austríaca sembró la discordia entre Bulgaria y sus antiguas aliadas con la esperanza de que los búlgaros derrotasen a los serbios y a los griegos. Otra decepción austríaca. La derrota búlgara en la Segunda Guerra Balcánica (verano de 1913) trastocó profundamente sus planes para los Balcanes. Serbia salió triunfante y con renovadas aspiraciones nacionales (y territoriales). La primera, Bosnia-Herzegovina. La segunda, una salida al Mar adriático. Austria-Hungría quiso aprovechar el momentum para noquear a Serbia y decretó una mobilización parcial en julio de 1913 que solo con numerosas amenazas lograron parar Bethmann-Hollweg y Di San Giuliano. Esta vez funcionó el freno de la Triplice, pero la sombra del oso ruso ya erraba por la Panonia.

En 1912, los viejos sueños imperiales italianos se tiñeron de sangre. La guerra de Libia fue un triple fracaso militar, económico y político. A nivel diplomático no fue mejor. Episodios como el del puerto de Prevesa o las acciones contra los navíos Carthage o Manouba tuvieron un claro efecto negativo. Francia, Inglaterra e incluso Rusia rechazaron los métodos poco escrupolosos del gobierno italiano. Otro giro de vals. Italia buscó refugio en sus viejos amigos y renegó de las nuevas amistades. Austria, como siempre, fue reacia a transigir con Italia. Pero Alemania la obligó a ratificar lo obtenido por Italia en la Paz de Ouchy y juntas volvieron a suscribir los acuerdos de la Triplice en diciembre de 1912. Eran tiempos para sumar. Austria e Italia firmaron una convención naval a rebufo de la francobritánica. En caso de guerra, ambas flotas cooperarían para contrarestar la potencia de la armada francesa en aguas mediterráneas. A la alianza naval siguió la terrestre. Pollio, el jefe de Estado mayor del Regio Esercito, confirmó a sus socios alemanes la ayuda en caso de ataque francés, aunque los términos habían cambiado, en vez de cinco cuerpos de armadas serían tres. Las convenciones y acuerdos militares no alteraban la naturaleza defensiva de la Triplice. Por esa razón, aunque por otras menos lícitas, Italia se negó a secundar a Austria en acciones militares contra Montenegro y Serbia, en abril y agosto de 1913. La doble monarquía estaba inquieta. El Imperio se iba desmoronando poco a poco y se sabía amenazada por Rusia, su verdadera enemiga en el tablero balcánico. Italia seguía su propio ritmo. La guerra le había impuesto un duro correctivo, pero a nivel internacional su gran valedora seguía siendo Alemania con la que mantuvo buenas relaciones hasta agosto de 1914. La guerra y las intrigas triplicistas tornarían la armonía en traición.

12 jul 2012

Los dimònios della Sassari



Seis órdenes militares; dos medallas de oro a cada regimiento (151º y 152º); nueve medallas de oro a título individual, 405 de plata y cinco menciones en los boletines de guerra son solo algunos de los méritos de la brigada italiana más laureada durante la Primera Guerra Mundial. La Brigata Sassari fue única, no solo por su impresionante hoja de servicios, sino por su origen sardo. Casi todos sus miembros, tanto los soldados rasos, como los oficiales de carrera como los de complemento eran sardos. El resto de brigadas del Regio Esercito se formaban con levas de dos regiones distintas, se radicaban en un tercer lugar, y para acabar de rematar el galimatías el lugar de orígen de la brigada cambiaba a los cuatro años. Pero la Sassari no era brigada cualquiera.
Creada entre enero y febrero de 1915, el 151º regimiento (Sinnai) se formó con tropas de la provincia de Cagliari y el 152º (Tempio Pausania) lo completaron gentes de 'Capo de Sotra' (provincia de Nuoro). Tras unos meses de adiestramento, la Sassari fue enviada a la zona caliente de Sdraussina, a la izquierda del Isonzo. Era el 24 de julio. Al día siguiente, y sin tiempo para deshacer petates, el mando de la 25a división decidió foguear a los sardos en el infierno de Bosco Capuccio. El 26, como si de una excursión al Gennargentu se tratase, el 1r batallón del 151º conquistaba la primera línea enemiga y capturaba 640 prisioneros. Solo había pasado dos días desde su llegada al frente !!! El averno de Bosco Capuccio se convirtió en forja y de ella nació la leyenda sarda y sus diavoli rossi, o dimònios como les gustaba llamarse.
Los combates por San Michele prosiguieron ese agosto, tomaron otras posiciones, entre ellas la cota 177, pero las perdidas ya eran muy graves: 920 soldados y 32 oficiales desde el 25. El 27 de agosto fueron relevados y no volvieron al frente hasta el 4 de noviembre. Se les envió al mismo objetivo: capturar la cima de San Michele. El obstáculo: las inexpugnables trincheras 'delle Frasche' y 'dei Razzi'. El 11, 13 y 14 de noviembre de 1915 los combates por ambas posiciones son crudentísimos. La resistencia austríaca es numantina. Al ocaso del 14, los sardos con un despliegue de fuerzas impresionante desalojan al enemigo y resisten dos contraataques de gran dureza. Aguantan, pero el precio es terrible. En tres días han perdido 1850 hombres, entre tropa y oficiales. El mando decide relevarlos el 17 de noviembre por la brigata Cremona.
1916, 1917 y 1918 siguieron el mismo patrón. El Comando Supremo, sabedor de la ferocidad de los sardos de Sassari los enviaba a todos los atolladeros. En el 1916 a cerrar las brechas por el empuje austríaco de la Strafexpedition, en el 1917 a servir de escoba en la retirada al Piave después de Caporetto y en el 1918 a perseguir a los austríacos en Vittorio Veneto. 
Las citaciones en los boletines y partes de guerra solo ofrecían una mínima y alejada versión de sus hechos y hazañas. Die rotten Teufel, como los llamaban sus contendientes austrohúngaros, eran temidos por la sanguinaria ejecución en sus ataques. Eran del terruño, no lo podían negar, y como buenos sardos no estaban para delicadezas. Anticipando algunas de las técnicas de los arditi (la versión italiana de las tropas de asalto alemanas y austríacas), los dimònios iban pertechados de sus inseparables leppe pattadese (navajas muy afiladas y de hoja corta, y a menudo curva) con las que no dejaban moribundo sin rematar y vivo sin abrir. Una de las leyendas respecto al uso de las armas blancas tiene como protagonista al sassaro más famoso, con permiso de Giuseppe Musinu: Emilio Lussu. Cuenta la hagiografía de la Sassari, que en una patrulla vespertina, una compañía comandada por Lussu se vio rodeada por tropas enemigas. Una vez agotada la munición, y en perfecta formación se abrieron paso entre el enemigo gracias a su pericia y arrojo con las leppe. Cuando el episodio trascendió a la prensa, se le preguntó a Lussu por la gesta. Éste, con cierto desdén, contesto: "Simplemente cumplimos con nuestro deber".
 Para la Sassari cualquier sector les era propicio, su dogma era la lucha y su objetivo el cuerpo a cuerpo. No en vano, la mayoría de las medallas de oro concedidas a título individual respondían a mismo patrón: golpes de mano contra posiciones atrincheradas y decenas de prisioneros, o decenas de muertos. 
En algunos casos, como el del caporal Raimondo Scintu di Guasila la historia es inverosímil, pero cierta. Voluntario para una patrulla, cruza el campo de alambradas y la Tierra de nadie con una facilidad pasmosa, se introduce en la trinchera enemiga y vuelve al poco con cinco prisioneros. Sorprendido por la hazaña, su comandante -todavía atónito- le indica que descanse, a lo que el sardo le replica saltando otra vez el parapeto. Al poco, y tras una serie de disparos y explosiones en la misma trinchera, ve un grupo de soldados austríacos corriendo y pidiendo clemencia, perseguidos por Scintu y algunos de sus compañeros, que se habían unido a la razzia. La historia de Scintu ilustra perfectamente el talante de la Sassari. Talante de sobras conocido por el Comando Supremo. Hasta el punto que las bajas de la Sassari se cubrían con los sardos del resto de unidades. Razones? Evitar su sangría (sobrepasaba con creces la media italiana) y sobretodo mantener intacto el baluarte de la Sassari: su esprit de corps.
La Sassari mantuvo durante toda la guerra un gran valor combativo. Incluso en los aciagas jornadas después del desastre de Caporetto, se mantuvo agrupada y sin apenas fisuras, a pesar de la dispersión de algunas unidades. La caótica y desesperada retirada italiana más allà del Piave provocó un enorme desconcierto, no solo en los mandos, sino en los soldados de tropa. Tal fue así que la voladura de los innumerables puentes sobre el Piave se hizo de forma descoordinada y precipitada, dejando en manos del ejército austríaco a millares de soldados italianos como prisioneros. Para evitar el desconcierto y cortar el avance austroalemán, el Comando Supremo confió a unidades de la Sassari la voladura de algunos de los puentes. El más famoso fue el de Ponte della Priula.
El 9 de noviembre de 1917, a uno de los pelotones más afamados de la Sassari, el del mayor Musinu, se le encomendó cubrir la retirada de los últimos rezagados y volar el puente situado en Ponte Priula. Los testigos de la hazaña cuentan que en medio del desbarajuste y de las correrías, aparecieron en el puente y en perfecta formación los soldados de Musinu. Los dimònios, con los austríacos apenas a 300 metros, comenzaron a situar estratégicamente las cargas, mientras Musinu y algunos de los suyos mantenían al enemigo a raya sin pisar el puente. Al poco y con todos los efectivos a salvo, el puente voló por los aires y cortó el avance enemigo.
Giuseppe Musinu, como todos sus hombres, ya era un héroe antes de esa jornada. Ya lo habían herido cinco veces. No en vano y con 26 años era el mayor más joven de todo el ejército. Meses más tarde, en octubre del 18, los batallones de Musinu y Lussu serían los primeros en cruzar el Piave para la contraofensiva italiana que finalizaría en la batalla (retirada) de Vittorio Veneto. En el frente italiano la Gran Guerra acabó el 4 de noviembre. La muerte no discriminó a los valientes y las bajas de la Sassari fueron terribles. De julio de 1915 a noviembre de 1918, entre tropa y oficiales, murieron más de 1700, tuvo más de 9000 heridos y desaparecieron más de 2100 hombres. 
Sorprende especialmente el número de muertos y desaparecidos entre los oficiales, sobretodo si se tienen en cuenta los datos del resto del ejército. Esto se explica por el alto grado de implicación de los mandos. Una de los elementos de cohesión más destacados de la brigada sarda fue la gran camaradería existente entre la tropa y la oficialidad. Ésta, consciente de su papel ejemplificante, participaba sin dudar en las patrullas y acciones de castigo. Por ello, la soldadesca de la Sassari siempre vio en los oficiales a verdaderos compañeros de armas. El profundo sentimiento de arraigo en lo sardo, y valores como el honor y la lealtad, tuvieron en la Sassari una importancia capital. De ahí la fama y respeto que todavía despierta. 
Fuentes:
- Brigata Sassari . Associazione Storico Culturale 'Fronte del Piave'.
Cadeddu, Lorenzo.  Deus et su re L'epopea della Sassari alla Trincea delle Frasche. Gaspari, 2011.
Fois, Giuseppina. Storia della Brigata Sassari. Della Torre, 2006
Pina, Alberto. E nella notte fumavano il sigaro "col fuoco in bocca". Corriere della sera. 25 agosto, 2001. p. 13
Tommasi, Giuseppe. Brigata Sassari: note di guerra. PTM, 2010.

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