6 nov 2009

El espíritu alemán de 1914



 Durante agosto de 1914, el último verano europeo, los alemanes fueron testigos de su propia redención. Alemania era la nación europea más poderosa del momento, la más temida y la más incómoda para sus vecinos. Su economía, la más pujante del continente y su potencial industrial eran la envídia de sus competidores. La segunda revolución tecnológica protagonizada por las industrias química y eléctrica durante el último tercio del siglo XIX fue el puntal de una nación mutilada por las guerras napoleónicas y que surgió poderosamente después de su clamorosa victoria sobre Francia después de la guerra francoprusiana. Alemania, no obstante, no era tan sólo una pujante industria. Se trataba de una nación forjada por la lucha. El ejército prusiano, base y columna vertebral del ejército imperial reunía en una sóla institución la base de la idiosincrasia alemana. Disciplina, eficiencia, rigor y eficacia definían perfectamente el ejército alemán. Y éste fue el espejo en el que bebieron otras instituciones alemanas, como su burocracia, el sistema educativo, y un largo etcétera. Así, los grandes logros de la germanidad para el siglo XX eran su eficaz sistema burocrático, sus éxitos académicos tras los cuales estaba un exigente e impecable sistema educativo, una impresionante industria química, eléctrica y metalúrgica; y por encima de todo su ejército, envidia y temor de todas las naciones europeas. Tras esta fachada, sin embargo, existían graves contradicciones internas. La sociedad alemana era un corpus muy heterogéneo y poco cohesionado. Una profunda polarización social, producto de una rápida e impresionante industrialización, provocó que miles de obreros reinvidicasen -de forma periódica- mejores sociales a la par que contractuales. Los respectivos gobiernos alemanes desde mediados de siglo XIX hicieron lo posible para prohibir y socavar las bases del poder político y sindical de las clases más depauperadas. A pesar de estas dificultades, en 1914, el partido socialista logró obtener un éxito sin precedentes al obtener un gran número de escaños en el Reichstag. Esta victoria supuso, como no, un peligroso aviso para los representantes del arcaico regimen semiautoritario en el que la máxima figura era la del Kaiser Wilhelm II. Junto al auge socialista en la política alemana, otro de los factores disgregadores era la posición que mantenía la casta dirigente respecto al problema religioso. Las élites gobernantes alemanas llevaban desde principios o mediados del siglo XIX una especia de cruzada para erradicar de los lugares más relevantes de la sociedad a elementos que se significasen por su militancia católica. Conservadurismo político y un calvinismo militante eran las señas de la casta gobernante, una élite prusiana que se autoencumbraba, sobretodo, como bastión de lo más sagrado. Consideraban que la esencia alemana radicada en la tierra. Éstos mismos representantes del terruño oriental, conquistado a fuego y espada, fue el mismo que estaba amasando enormes fortunas en las incipientas y prósperas industrias. Era una clase paradójica que actuaba asíncronamente con los tiempos. No siguieron el compás del progreso ideológico, sólo compartieron y se lucraron con sus ganancias comerciales. Esta gran paradoja entre las enquilosadas glorias wagnerianas y los vientos de la modernidad alemana era el fiel testigo de las dos o las múltiples alemanias que llegaron a la encrucijada de 1914. La brecha social sólo era una muestra de la profunda división alemana. La pugna también era territorial. 1871 significó la rúbrica prusiana a un proyecto común. Pero no todos los antiguos reinos lo vieron de la misma forma. El rey prusiano era el emperador alemán, y las influyentes personalidades prusianas cubrieron los principales puestos decisorios alrededor de la corte y en los despachos ministeriales. La Baviera católica, celosa de su historia y prerrogativas nacionales, era un claro contrapunto al dominio prusiano. Junto a Baviera, otro reino católico Baden-Wurttemberg mostró los dientes. Los días previos al estallido de la guerra una ola patriótica fue insuflando el espíritu alemán. La comunión de intereses hacia una destino común extendió por toda la geografía alemana un manto de profunda hermandad. Las manifestaciones de júbilo se reproducieron en numerosas plazas, de distintos lugares de Alemania. El sentir general era que el país de hallaba ante una oportunidad única, Alemania estaba preparada. Sólo las élites más conspícuas dudaban de la respuesta que iba a dar el partido socialista en caso de una conflagración bélica. El gobierno dudaba, temía una negativa socialista a una eventual petición de créditos para la guerra. Sin embargo, fue el Kaiser el que se encargó de despejar la terrible duda: "no veo partidos - dijo - sólo veo alemanes". Y se obró el milagro, la Gesellschaft, esa sociedad basada en superestructuras capitalistas y artificiales dio lugar a la Gemeinschaft o comunidad de intereses nacionales hacia destino común. Algunos tampoco lo entendieron en noviembre de 1918, esa fue realmente la tragedia alemana: la incomprensión de su destino, forjado en la incomprensión de los otros pueblos europeos respecto a ella.
Fuentes:

- Chickering, Roger. Imperial Germany and the Great war, 1914-1918. Cambridge [etc.] : Cambridge University Press, 1998

3 nov 2009

El infierno mudo (VII y final)



Penúltima parada antes de dejar la zona de Verdun: el Osario de Douaumont. Nos acercábamos a mediodía pero el día no iba a levantarse. Se alzaba una espesa bruma que cubría la copa de los árboles, desde Souville hasta le Bois de Caures y Ornes. Es decir, todo el margen derecho de la Mosa.
Llegamos al aparcamiento del Osario, apenas dos coches y una caravana. Laura decidió quedarse en el coche con Frasier que se estaba rehaciendo aún de los terrores sentidos en Fort Douaumont. Ana, Jordi y yo nos encaminos por detrás del osuario. A través de esta entrada se accede a la parte superior de la torre central del osario. El precio módico. Pasamos por una pequeña muestra de enseres y armas en la planta baja y encaramos las escaleras que suben hacia arriba. Arquitectura tétrica como pocas. Subo perseguido por el diablo. Ana y Jordi lo hacen de forma más pausada. Llego arriba. Parece la cabina de un faro, ya que en medio de la estancia hay varios focos.
Me sorprendo, ya que con anterioridad había visto postales antiguas en las cuales aparecían haces de luz que partían de la torre del osario, pero pensé que se trataba de un añadido ficticio. Deben encender los focos en fechas señaladas, 21 de febrero, 24 de octubre,... La verdad, no lo sé. Paso de los focos. La torre de forma cuadrada ofrece 4 vistas distintas según los puntos cardinales.
Al norte, el inicio de la batalla (Bois de Caures, Bois de l'Herbebois, etc.); al este Fleury, Froideterre, la Côte du Poivre,etc., al sur la Necrópolis de Douaumont, más a lo lejos Souville, etc. Y al oeste, el sector de Fort Vaux. Impresionante. La vista desde esta atalaya privilegiada y permite entender mucho mejor la dureza de la batalla. En la parte inferior de los ventanales hay la reproducción del relieve del terreno que se puede observar desde cada uno de los puestos de observación. Este detalle permite observar con mejor detenimiento y mayor conocimiento las zonas o sectores que se estan viendo. Me deleito con las vistas. El paisaje es realmente conmovedor. La bruma no ayuda poco. Igualmente, la visión de la necrópolis desde las alturas es aún más impresionante.
Bajamos. Llegamos directamente a la nave central donde reposan los restos de más de 130.000 soldados. Es impresionante. Bajo una ténue luz color fuego deambulo por las minicapillas que albergan los sarcófagos de granito con los restos. Esta especie de capillas marcan los diferentes sectores de la batalla de Verdun donde fueron localizados los restos de los soldados. Sobrecogedor. Siento mucha pena. Aún ahora me emociono. Me llegó al corazón.
Está prohibido tomar fotografías, pero no puedo evitarlo. Saco la cámara y hago un par de fotos de soslayo.
Mis amigos están igual de compungidos que yo.
Siento que Laura se pierda esto. Salgo del osario y voy hacia el coche. Arrecia la lluvia. Laura me dice que no, que no puede más. Demasiado para ella. La comprendo, yo también estoy hecho polvo. Vuelvo.
Justo cuando estoy entrando soy testigo de un momento muy conmovedor. Un grupo de seis o siete militares con uniforme del ejército alemán acaban de salir de la capilla. Dos de ellos no han podido reprimir las emociones y están llorando. No es para menos, yo haría lo mismo.
Doy un penúltimo vistazo y salgo. Yo tampoco puedo más, suerte que está lloviendo...
Nos metemos todos en el coche. El silencio es sepulcral.
Tomó la ruta de Verdun. Paro en los restos donde algún día estuvo la Fermé de Thiaumont. Los demás me esperan en el coche. Me despido en silencio del lugar. Vuelvo al coche y arranco. Frasier suspira, también le entiendo. Ýo también llevaba dos días con ese nudo en la garganta. A veces es bueno tenerlo, sobretodo para saber de qué material está hecho uno.
Reflexionando ahora sobre la experiencia de Verdun me sobrecogen aún determinadas sensaciones.
Verdun es punto y aparte en mi obsesión sobre la Gran Guerra. Como dije en el primer relato, la ha acrecentado más. De hecho, estoy intentando encontrar tres o cuatro días para volverlo a visitar con más calma y detenimiento. Visitar un lugar como Verdun proporciona cierta empatía transtemporal con los hechos y los protagonistas. Quién lo supo mejor fue mi perro, Frasier. El Verdun de 2009 nos sume en una catarsis con el propio ser humano, con su estupidez infinita como diría aquel físico alemán. Verdun no una hecatombe, ojalá hubieran sido sólo cien. Tampoco fue un holocausto, huyo del término y el concepto.
Verdun fue un acto de soberbia, de vanidad, de estultícia, de ceguera. Fue un vano sacrificio a los dioses de la nada, para nada.
Valéry tenía razón, Verdun fue una guerra dentro de la Gran Guerra. Lo rectifico: Verdun fue el universo del horror durante más de diez meses y una pesadilla hasta 1918. Hoy es un recuerdo del horror.
Silencio.

Me gustaría acabar este periplo con las palabras de un testigo de excepción. Como diría Pericard, "aquel que no ha estado en Verdun, no puede hablar de Verdun". Lo respetaré y le daré la palabra a Ernst Jünger:

"Las alucinaciones visuales son aquí especialmente intensas. La visión de este mundo de ruinas agobia el ánimo; éste intenta completar lo que falta, reconstruirlo, y llena el espacio con apariciones singulares. Y así se alzan palacios resplandecientes, edificios claros, simétricos, o bien casas sombrías, bajas, que acechan en la oscuridad como tabernas de mala fama o molinos derruidos; las formas fluyen, ondulan, se hunden, se transforman en otras diferentes. La pálida luz de la luna es la que, al parecer, hace surgir esa transparente música arquitectónica que envuelve los pensamientos y los atormenta. De las abandonadas moradas brota un hálito triste y fantasmal; un gran lamento parece haberse quedado rezagado entre las ruinas."

El bosquecillo 125, p. 316.

1 nov 2009

El infierno mudo (VI)




Salimos a las 10.00 h. Ardo en deseos en visitar Fort Douaumont. Ana y Jordi, mis sufridos amigos también. Laura no esconde su inquietud. No le gusta visitar estos lugares. Sabe muy bien lo que hay en ellos. Yo tampoco le miento.
Cogemos la ruta de Souville. Primera parada: el Memorial-Museo de Fleury. Módica entrada para lo que nos espera. Recorrido interactivo por Verdun. La explicación de la batalla en paneles es muy buena, nada tendenciosa. En medio del memorial hay un gran diorama que intenta mostrar el paisaje destrozado de unos de los múltiples sectores de Verdun: cascos, armamento destrozado, cráteres, alambre de espino,... Muy bueno. Del techo del museo cuelgan dos aviones, uno diría que es un Fokker eindecker, y el otro es un francés, quizás un Voisin, no me acuerdo.
La planta baja relata las vicisitudes de la Voie sacrée, los héroes anónimos (camilleros, territoriales, etc.), muestra la cotidianidad de la guerra (cocinas, suministro de agua, etc.). Incluso hay exhibido un camión de transporte de soldados y víveres. De los casi veinte mil que recorrían la ruta sagrada que unían el infierno de Verdun con el resto del país. En el mismo espacio se exhibe armamento de los dos contendientes, enseres personales, notas, dibujos, etc. Todo ello muy emotivo.
En la planta superior se encuentran diferentes uniformes y armamentos. Junto a la exposición permanente se exhibía una interesantísima muestra dedicada a las comunicaciones durante la Batalla de Verdun, especialmente al papel del teléfono y la telegrafía sin hilos. Muy interesante.
La visita duró unos tres cuartos de hora. Al finalizar pasé por la librería de la planta de entrada al Memorial. Me volví loco. Me lo quería llevar todo. La tarjeta me frenó.
A la salida, Jordi y yo decidimos fotografiarnos al lado de un proyectil de 420. Impresionante.
Seguimos. Pasamos por delante del desierto Fleury y llegamos a Fort Douaumont. La esplanada estaba casi vacía. Recuerdo uno o dos coches, no más. Entramos. Pagamos las entradas. Veinte euros por bigote: Douaumont + Vaux.
Preguntamos si Frasier podía pasar, pas problème dijeron. Yo encantado, Frasier no tanto. Al dirigir la vista a mi mejor amigo, vi que algo le pasaba. Se lo comenté a Laura que lo aupó en brazos. Frasier estaba temblando. Cuando lo pusimos en el suelo, se echó en el suelo. Sus ojillos eran la viva imagen del terror. Cualquier que entienda de perros sabrá que cuando uno se echa en el suelo y mete su colilla entre las piernas sabe que el animal está aterrorizado. Frasier lo estaba. Su suplicio sólo duró treinta minutos. Los que duró la visita. Laura, que es una santa, lo cogió en brazos y estuvo acariciándolo todo el rato.
Al pasar la taquilla dimos con el pasillo principal de la zona sur. Estábamos solos. Fuimos hacia la izquierda. Dimos con unos parapetos construidos para evitar el fuego en enfilada. Seguimos los puntos que comentaba el folletín que nos dieron a la entrada. Vimos habitaciones que sirvieron de dormitorios, de letrinas y de lavaderos. Al final dimos con la tumba alemana. En mayo de 1916 una explosión interna dentro de Fort Douaumont mató a más de 600 soldados alemanes. Fue un accidente. Los testimonios hablan de un hornillo para el café que cayó al lado de una caja de explosivos dentro del polvorín. Lo único seguro es que los mandos alemanes decidieron no enterrar las víctimas en el exterior ante el acoso francés. La decisión fue taxativa: tapiaron la entrada del polvorín sellando una enorme tumba donde yacen los restos de los más de 600 muertos alemanes. Enfrente del muro se haya una cruz que recuerda a los Toten Kameraden, A los camaradas muertos. Impresiona y mucho. A Frasier más, que aún sigue aterrorizado. Está claro que siente algo.


Seguimos adelante hasta llegar a la torreta del 155 donde aún se conserva la maquinaria. Giramos sobre nuestros pasos y encontramos estrechas galerías que conectan pasillos que no pueden visitarse. Tengo tentaciones, pero no voy solo. La próxima vez lo haré. Me lo prometo.
Laura está destemplada, no se lo está pasando bien.
A través de una serie de pasillos llegamos otra vez a la salida. Antes de abandonar el lugar, reflexiono sobre Douaumont. Me sobrecoge pensar en lo que tuvieron que sufrir las personas que lo habitaron.
Salimos, milagrosamente Frasier recupera el andar. Próximo destino: Fort Vaux.
Fort Vaux está poco concurrido. Ardo en ganas de pisar el lugar donde aguantaron los héroes de Raynal y sus tropas. Siete días de asedio, con las tropas alemanas acosándolas desde la superestructura, taponando los respiraderos, sin víveres, sin agua, sin posibilidades de auxilio, sin nada y lo peor: sin esperanza. Otra vez impresionante.
Frasier se queda en el coche. Lo agradece. Está derrotado.
La visita dura poco, no quiero agotar a mis amigos con mis historias.
Entramos en el coche. Destino: el interior del Osario de Douaumont. Última parada.
Prefiero dejar aquí el sexto capítulo. La visita al Osario y el epílogo merecen otro aparte. Fue demasiado conmovedor.

Continúa en: El infierno mudo (VII y epílogo)

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