Narración anónima de un soldado del 7º de los RSF de la batalla de Loos, 25-26 de septiembre de 1915.
Fuente: Cartas recogidas por J.C. Pringle, hijo del Capitán Arthur S. Pringle, muerto en Loos. Reproducidas en Warner, Philip. The Battle of Loos. Hertfordshire: Wordsworth, 2000. pp. 125-131.
El regimiento había estado disfrutando de un descanso de doce días en el placentero pueblecito de La Beubrière a unos doce kilómetros detrás del frente. Se trataba del lugar más precioso y bonito en el que habíamos estado desde que llegamos a la Belle France. Los hombres se relajaron y disfrutaron de mucho tiempo libre olvidando absolutamente los horrores de la guerra. Aunque nos llegó el rumor que en breve la unidad sería destinada al frente, las tropas sentían una gran impaciencia por incorporarse a la lucha que veían como una gran aventura.
Salimos el jueves a las seis de la mañana hacia Vaudricourt, a unos cinco kilómetros. Hasta ahora la meteorología nos había respetado, pero ahora parecía que ésta se había aliado con el enemigo. Los relámpagos en el cielo y el retumbar de los truenos presagiaban tormenta. Ésta no se hizo esperar y antes de llegar a nuestro destino estábamos empapados hasta los huesos. Curiosamente, a la entrada de nuestro destino coincidimos con el Rolls Royce del general Rawlinson. Era todo un contraste observar el paso del impoluto Rolls de Rawlinson entre las tropas absolutamente empadadas y embrutecidas. Poco después nos adentramos en un bosque donde hicimos noche al aire libre. El estado del terreno era un desastre, la lluvia había convertido caminos y pistas en cenagales. Resultó un espectáculo observar como los soldados se pertecharon de todo lo necesario para pasar una noche al raso. Imagino, no obstante, que esa noche los nervios por la cercanía del frente y la batalla no dejaron dormir a muchos. Yo mismo decidí dormir medio desnudo. Me saqué los pantalones y los puse cerca de la fogatas con la esperanza que estuviesen secos por la mañana. Afortunadamente con el nuevo día el sol hizo acto de presencia, y con el calor los hombres se olvidaron de las penalidades de la tarde anterior y centraron sus preocupaciones en el terrorífico bombardeo del frente. Desde la carretera se podían ver las explosiones levantando columnas de humo y restos acompañado del incesante estruendo de la artillería. El resto del día estuvimos rondando por las cercanías del bosque en pequeños grupos comentando el posible resultado del bombardeo. El comandante de la unidad repartió entre los jefes de compañías las últimas órdenes e instrucciones para la batalla juntamente con los últimos mapas actualizados.
A las nueve de la noche, en silencio, los batallones se agruparon por compañías y éstas en filas con orden de marchar. Iniciamos la marcha hacia un destino del que muchos no volverían jamás. Marchamos por la Red road - carretera roja - , una carretera especialmente diseñada y construida para la ofensiva. A medida que avanzábamos el rumor de la artillería aumentaba paulatinamente. La luz y el resplandor que producían los miles de explosiones convirtieron la noche en día. Pasada la medianoche llegamos a nuestro nuevo sector y cada compañía se fue situando en su trinchera asignada. Las tropas se sentaron en el fondo de la trinchera y después de una taza de té y un sandwich intentaron dormir unas horas. Sobre las cinco de la mañana se pasó la orden de avanzar. Las compañías C y D irían en vanguardia y las A y B de soporte. El estruendo y el ruido de nuestra artillería era indescriptible. Debía haber unas 1.200 piezas sólo en nuestro sector. El suelo bajo nuestros pies temblaba brutalmente, la onda expansiva nos lanzaba, a momentos, contra el parapeto. En algunos puntos de la línia los cañones estaban a muy pocos metros de las trincheras.
Una hora más tarde recibimos la orden de que los batallones de vanguardia debían cargar contra el enemigo con todas sus fuerzas. En ese momento, recuerdo que la artillería alemana abrió fuego contra nosotros con una furia indescriptible. La puntería de la artillería alemana estaba afinando de una forma mortífera, apenas podíamos acercarnos al borde del parapeto para ver lo que sucedía. Sólo pudimos ver los sombríos charcos de sangre. Al instante los obuses y proyectiles comenzaron a convertir nuestras trincheras en cráteres. El estremecedor silbido de los explosivos, su impacto, la lluvia de shrapnels, la terrible frecuencia de los morteros de trinchera, ... todo junto creaba una atmósfera que sólo podía ser descrita como infernal.
Mientras avanzábamos, era desgarrador ver a grupos dispersos de mutilados y heridos gemir agónicamente, sobretodo porque no podíamos asistirlos. Teníamos órdenes expresas de avanzar sin parar. Pero el progreso fue muy lento, debíamos haber alcanzado nuestro objetivo - la trinchera de tiro 7B - mucho antes. Cuando alcanzamos la trinchera 7B, nos dimos cuenta que nuestro capitán había sido herido por un fragmento de proyectil. Con alguna dificultad le procuramos refugio en la trinchera. Entonces, el mando del avance recayó en el capitán Ferguson, que informado, se apresuró a tomar el mando desde la retaguardia de la compañía. Fue un gran alivio cuando se nos ordenó dejar las congestionadas trincheras y salir a campo abierto para tener una visión completa de nuestro objetivo: la sombría Tower bridge de Loos que habíamos estado observando durante tantas semanas y que era una espina clavada en nuestro ejército ya que ofrecía un privilegiado puesto de observación para los alemanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario