Continua en: La batalla del Yser, 12 octubre-10 de noviembre de 1914 (III)
12 ene 2011
La batalla del Yser, 12 octubre-10 de noviembre de 1914 (II)
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F. Xavier González Cuadra
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4 ene 2011
La batalla del Yser, 12 octubre-10 de noviembre de 1914 (I)

El Yser se convirtió en el protagonista pasivo de la penúltima ofensiva alemana por evitar lo que se preveía ya inevitable: el estancamiento operativo y táctico del conflicto con las funestas consecuencias que ello supondría para los contendientes.
Del lado aliado, y después de la ‘balsámica’ batalla del Marne se buscó minimizar y frenar la apisonadora alemana. No existía una estrategia conjunta en cuanto a las operaciones a desarrollar. Tan solo había una clara intención de evitar que el desastre fuese mayor y que los alemanes pudiesen retomar con fuerza su avance hacia lo que quedaba de Bélgica y el resto del norte de Francia.
Después del Marne y el Aisne, los franceses pudieron rehacerse gracias a su red ferroviaria con movimientos de tropas de Alsacia y Lorena hacia el nordeste, los británicos -apenas rehechos de los lances del Marne- carecían de una plan estratégico de acción, y los belgas a duras penas podían mantener en pie un ejército de 50.000 hombres. Con tal situación Joffre y French esperaban tener un respiro para poder establecer puntos en común hasta que amainase la tormenta alemán, que amenazaba con estallar en breve.
Las predicciones fueron correctas, los alemanes estaban otra vez ‘en ruta’.
Génesis
Después de la fallida defensa de Antwerp (Amberes), el ejército belga se vió impelido -dadas las circunstancias- a retirarse, vía Brugge (Brujas) y Ghent (Gante) hacia posiciones allende el río Yser, donde llegó el 12 de octubre. Muy maltrechas, apenas 50.000 hombres y 300 cañones, las divisiones 2a, 1a y 4a cubrían la línea de frente desde el Mar del Norte hasta Diksmuide (Dixmude), con dos brigadas de la 3a división y la 2a división de la caballería como reserva.
Una brigada francesa de los ‘fusiliers marins’ cubría, juntamente, con la 5a división belga, la línea de frente que mediaba entre Diksmuide y Boesinghe, mientras la 1a división de caballería estaba desplegada en toda la línea de frente al noroeste de Ypres. Más al sur (al este de Ypres) se encontraban los territoriales franceses de la 87ª y 89ª división que se habían incorporado a la izquierda del IVº Cuerpo inglés (7ª división y 3ª división de caballería) que venía en retirada desde Ghent, cubriendo el movimiento de ‘repliegue’ belga.
A la derecha del IVº inglés de Rawlinson se encontraba el IIº Cuerpo de Smith-Dorrien. El mismo día 12 de octubre, sus unidades estaban intentando avanzar en la línea Givenchy-Merville, a lo cual tuvieron que desistir debido a la fuerte resistencia que opuso el XIIIº Cuerpo alemán (VIº ejército) al mando de Von Fabeck. A la izquierda del IIº Cuerpo británico, los cuerpos de caballería Iº y IIº llegaron hasta el área de Vermelles y Estaires, al sur de Lys y Merville presionando al IVº de caballería alemán. En la retaguardia quedaba el IIIr cuerpo de caballería británico, que partiendo de St. Omer había alcanzado la zona de Hazebrouck. De hecho, el Ir cuerpo británico todavía no habia alcanzado el punto del rio Aisne. Su transporte se había demorado y no llegó a Flandes hasta el 19 de octubre.
Las tropas anglofrancesas y el resto de ejército belga hacían frente al VIº ejército alemán, al mando del príncipe Rupprecht de Baviera. Compuesto por los cuerpos XIIIº y XIXº, contaba con los cuerpos de caballería Iº, IIº y IVº como tropas de soporte a lo largo del frente. Al norte de este contingente alemán se estaba desplegando el IVº ejército, al mando del duque Albrecht de Württemberg, compuesto por los recién formados XXII, XXIII, XXVI y XVIIº cuerpos de reserva juntamente con el IIIº de reserva procedente de Amberes y la 4º división Ersatz.
El plan aliado
Cuando quedó claro que cualquier operación contra el ejército alemán en el sector de l’Artois y de Flandes requería de la coordinación y apoyo conjunto de las fuerzas francesas, británicas y belgas, Joffre nombró al general Foch como ‘coordinador’ de las fuerzas aliadas y enlace con sus propias tropas y las británicas. El Xº ejército francés al mando de Maud’Huy, situado en las cercanías de Arras, pasó a manos de Foch formando el flanco derecho del ataque, mientras las fuerzas británicas formaban el núcleo central y el pequeño contingente belga en el sector más septentrional, el izquierdo.
El 15 de octubre los franceses crearon el Détachament d’Armée en Bélgique, al mando del general d’Urbal, para aglutinar todas las unidades francesas que luchaban en territorio belga y pronto sería conocido como el VIIIº ejército francés. D’Urbal abriría el camino. Recibió órdenes de iniciar la ofensiva en el eje Roulers-Thorout-Ghistelles tan pronto le fuese posible, mientras los británicos la iniciarían en la línea Courtrai-Menin. Los belgas intentarían, según lo planeado, abrir hueco siguiendo la línea de la costa.
El plan aliado suponía, y contaba, que una gran parte de las fuerzas alemanas perseguirían a los restos del ejército belga después de su retirada desde Antwerp, lo que permitiría a las fuerzas británicas y francesas avanzar hacia el norte para luego, aproximadamente desde Lille, rodear las fuerzas del VIº ejército alemán por su retaguardia como por su flanco izquierdo.
Los hechos posteriores demostraron que semejante plan implicaba una falta total de realismo por parte de los mandos aliados. Ni el ejército belga estaba lo suficientemente preparado, y descansado, como para presentar batalla, ni las fuerzas francesas del recién creado VIIIº ejército estuvieron disponibles en el sector hasta el 23 de octubre. Para ese día, la situación había dado un giro radical. Era evidente que las fuerzas alemanas superaban en número y en capacidad de fuego a las aliadas, lo que decidió al mando francobritánico a ‘demorar’ la planificada ofensiva y a fijar posiciones defensivas en toda la línea de frente con las nuevas unidades que iba llegando.
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23 nov 2010
Las tropas indígenas canadienses en la Gran Guerra

La primera guerra mundial fue un episodio traumático y demoledor para todas las naciones participantes. La 'edad de oro' europea, la civilización de las luces y de los descubrimientos científicos y técnicos se convirtió en un lejano recuerdo. Nada volvió a ser igual. La fragua del Dios de la guerra fue la tumba de tres imperios y el crisol de varias naciones. Para algunos de estos países fue algo más que un cesura histórica, resultó ser su 'puesta de largo' como protagonistas de un nuevo mundo global.
Australia, Nueva Zelanda o Canadá, antiguos dominions -colonias- pertenecientes al Imperio británico surgieron de las cenizas de la guerra con una identidad nacional reafirmada, propia de aquellos países madurados y bregados en los nuevos tiempos. Su 'costosa' participación les granjeó el respeto del mundo más allá del ancho paraguas de la Commonwealth. Incluso desde Londres, la visión paternalista hacia los dominios ultramarinos mutó hacia un reverencial respeto, cargado -obviamente- de orgullo
Canadá y la Canadian Expeditionary Force (CEF)
El caso canadiense fue paradigmático. Cuando estalló la guerra, Canadá decidió entrar en el conflicto sin dudarlo, igual que Australia y Nueva Zelanda. La 'raza británica' estaba en peligro y los indisolubles lazos de hermandad entre la metrópolis y las antiguas colonias eran más fuertes que nunca.
En 1914, los canadienses no estaban preparados para una guerra como la que se avecinaba. La milicia canadiense movilizada apenas llegaban a 60.000 hombres, y la mayoría de armamentos y pertrechos militares procedentes del Reino Unido no habían llegado todavía. Los mandos optaron por equipar a los nuevos soldados del preciso, aunque no siempre fiable, fusil Ross fabricado en Canadá. De entre los primeros 30.000 voluntarios establecidos en el campamento de Valcartier, a las afueras de Ottawa, algunos eran miembros de las tribus indígenas canadienses. Su admisión, sin embargo, en el recién creado Cuerpo Expedicionario Canadiense (Canadian Expeditionary Force, CEF) no fue nada sencilla.
Los recelos, un disfrazado 'paternalismo' y un arraigado sentimiento racista y de desprecio hacia las poblaciones autóctonas de algunos de los mandos del ejército canadiense, así como de la mayoría de políticos entorpecieron su entrada en la CEF. El pretexto oficial era que temían que los alemanes tratasen a los indígenes canadienses como a salvajes, como a hombres no civilizados.
La realidad de la nueva guerra industrial cambió el panorama. Para finales de setiembre ya había partido hacia Inglaterra la primera división canadiense, otra se estaba movilizando. Al poco se habían movilizado dos más, siendo cuatro las que se desplazaron a Francia. Juntamente con ellas cientos de artilleros, ingenieros o zapadores, y otras tropas auxiliares fueron al frente europeo.
La guerra seguía engullendo tropas y el ministro canadiense de defensa, el coronel Sam Hughes se comprometió con los aliados a formar a 16 divisiones en total. Para ello, Hughes decidió emplazar a un centenar de personajes ilustres e influyentes de la sociedad canadiense para que se encargasen de formar batallones en sus comunidades, regiones o grupos ètnicos. La CEF abría las puertas a la tropas indígenas canadienses. Al poco ya se habían constituido dos batallones compuestos exclusivamente de soldados indígenas. Los iroqueses y la tribu de las Seis naciones fueron dos de las comunidades indígenas más activas en la mobilización de sus miembros. En el caso de la nación iroquesa, una fuerte filiación histórica la ligaba a la corona británica, hasta el punto que apenas reconocía la realidad nacional canadiense, y aún menos su gobierno. Los iroqueses habían luchado junto a los ingleses contra los franceses hasta la Paz de Montreal en 1701 y se habían introducido en territorio canadiense para librar zonas de influencia francesa. Los iroqueses también lucharon contra las nuevas tropas estadounidenses durante la invasión en 1812. Otro caso fue el de los Inuits de la zona ártica, los mal denominados esquimales, con una nula adhesión a la causa británica o francesa. La corona británica vendió sus tierras en 1881 al gobierno del Canadá. El resto de comunidades padecieron también las políticas aislacionistas del Canadá, heredadas del imperio británico: enclaustramientos de las poblaciones indígenas en reservas, instaladas en tierras baldías o sin interés para la comunidades blancas. Junto a la institucionalización de sociedades nómadas con sus propios modelos de explotación natural (pesca, caza,...), las políticas canadienses hacia los indígenas consistieron en una asimilación total y una proactiva alienación cultural. Misioneros, maestros y otros elementos procedentes de la cultura europea fueron los instrumentos de la nueva política. A banda de las cuestiones de aniquilación cultural y social, las epidemias y enfermedades importadas por las poblaciones europeas diezmaron enormemente las sociedades indígenas. Por todo ello, la respuesta indígena hacia una guerra 'blanca' no fue masiva.
Batallones indígenas canadienses
Sólo los miembros de las tribus más asimiladas, principalmente iroqueses, respondieron a la llamada de las armas. También participaron los miembros de la tribu de las Seis naciones, que pidieron a las autoridades militares organizar el famoso batallón 114º, que llevaría el nombre de los Brock Ranger's. Finalmente, dos de las cuatro compañías del 114º estarían formadas exclusivamente por miembros de las Seis naciones, procedentes en su mayoría de las comunidades de Mohawk y Kanewahke en el Quebec. El emblema del 114º eran dos tomahawks cruzados.
La guerra, sin embargo, marcaba sus reglas y como la mayoría de batallones canadienses al llegar a Francia, las tropas indígenas del 114º fueron repartidas y esparcidas por los diferentes batallones de la CEF que requerían refuerzos. Otro emblemático batallón fue el 107º, al mando del teniente coronel Campbell. De sangre índigena, Campbell tenía la intención de reclutar 'cowboys e indios'. Cosa que realizó con éxito ya que fueron 962 voluntarios indígenas los que fueron a Inglaterra, superando incluso a los del 114º. El 107º consiguió, por otra parte, mantenerse más cohesionado ya que debido a la ausencia de zapadores o ingenieros, fue designado como el batallón de zapadores e ingenieros para la 3ª división canadiense en 1917, viviendo las cruentas experiencias de Vimy ridge y Passchendaele. De los territorios del norte de Ontario y de la Columbia surgieron otros dos renombrados batallones, el 52º llamado 'Bull moose batallion' o batallón del Arce y el 54º, el Kootenay
Los mandos canadienses mostraban un especial respeto por los soldados indígenas en el campo de batalla. Los solían describir como tropas fieras y valientes, aunque a la par desordenadas y poco atentas a la disciplina cuartelaria y militar.
Las cualidades de las tropas indígenas canadienses estaban determinadas por su 'modus vivendi' y su relación con el medio hostil. Destacaban sobretodo por ser excelentes exploradores y reputados tiradores de élite. Por ello, la mayoría se encontraban o bien en las compañías de reconocimiento o eran tiradores de élite. Ambas funciones permitían a los soldados una disciplina militar más relajada acorde con la costumbre de independencia de dichas tropas. Su perfecto cometido en este tipo de acciones levantaba la admiración de sus compañeros de unidad.
Héroes indígenas
Francis Pegahmagabow, quizás el soldado indígena canadiense más célebre, no sólo por sus hazañas bélicas sinó también por su propio talante como Ojibwa de la Primera nación, se alistó voluntario al inicio de la guerra. En el campo de entrenamiento de Valcartier se instaló con una tienda la cual decoró con todo tipo de simbología tribal y la piel de ciervo a modo de estandarte de su clan. Junto a la parafernalia clánica, cuenta que llevó un pequeño saco de hierbas medicinales preparado por una vieja anciana, que según él, le salvó la vida en más de una ocasión. Al finalizar la guerra, Pegahmamow 'Peg', había sido condecorado tres veces por haber matado más de 370 enemigos. Otro caso fue el de Henry Nor'west. Nor'west era un indígena de la tribu de los Cree. Sus compañeros, sin embargo, le pusieron el curioso mote de 'Ducky' al sumergir a una prostituta en una fuente de Londres. Nor'west mató a 115 enemigos confirmados. El 18 de agosto de 1918 una bala alemana lo mató
Las hazañas de los soldados indígenas tuvieron cierto reconocimiento, aunque muy pocos fueron ascendidos a grado de oficial, los pocos eran Mohawks
La dura posguerra
Las suspicacias entre los elementos europeos canadienses siguieron durante y después de la guerra. Los responsables del departamento canadiense para los asuntos 'indios' vieron en la guerra un medio para enrolar al mayor número de voluntarios indígenas con la ulterior esperanza de que éstos y sus tribus se asimilasen a los roles 'blancos' y dejasen un modo de vida que chocaba totalmente con los designios del gobierno canadiense que deseaba una total asimilación del elemento indígena. Los informes del departamento para asuntos indígenas concluyeron que de una población de más de 100.000 indígenas, apenas se enrolaron unos 3500.
La Gran guerra, sin embargo, no reportó beneficio alguno a las comunidades indígenas canadienses. Bien al contrario. Uno de los actos más execrables que cometió el departamento para asuntos indígenas fue la confiscación y compra ilegal de tierras propiedad de las comunidades indígenas con la excusa de repartirlas a los veteranos de guerra.
La ignominia fue doble. Según la Indian act de 1906, el gobierno canadiense prohibía a los indígenas ser poseedores de tierras allende de sus reservas, con lo que el soldado desmobilizado indígena no tenía derecho a ningún tipo de compensación en especie en forma de tierras.
El balance de la guerra fue absolutamente negativo para todos los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial. Para los indígenas candienses fue otra constatación más de la traición del hombre blanco.
Fuentes
- Gaffen, Fred. Forgotten soldiers. Ottawa : Thyetus books, 1985.
- Morton, Desmond. 'Les canadiens indigènes engagés dans la Prèmiere Guerre mondiale'. En Guerres mondiales et conflits contemporains, 2002, n. 230, pp. 37-49.
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15 nov 2010
In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (IV)

El día se había abierto y nos ofrecía un precioso cielo raso, que combinado con el verdor de los campos y los bosques daba una estampa preciosa de Flandes. Salimos a la carretera de Ypres a Menin, y volvimos unos cientos de metros hacia Ypres girando a la derecha, en el desvío que lleva a Tyne Cot cemetery. No lo contrasté, pero si no recuerdo mal es uno de los cementerios británicos más grande de los que hay en Flandes. Después de un camino sinuoso, llegamos a un pequeño aparcamiento que se encuentra situado en uno de los laterales del cementerio. Cuando llegamos, el nuestro era el único vehiculo. Media hora después ya habían 3 o 4 autocares. Es un lugar de peregrinación.
Laura decidió cuidar de Frasier y se quedó fuera del recinto. Planeé una visita relámpago al lugar. Adyacente al cementerio hay un pequeño memorial que recuerda lo que supuso Flandes para el ejército británico. Muy suave, muy nostálgico. Fragmentos de cartas, fotos gigantes de algunos soldados, así como algún que otro recuerdo material. Acabada la rápida visita al memorial, seguí la pasarela que lleva al recinto. Decidí no entrar, creí que no debía. Eso sí, tomé decenas de fotografías y 'admiré' la elegante disposición del espacio, que le otorga un doble sensación de respeto y recuerdo.
Me paré a reflexionar un momento y lancé una mirada al paisaje: había algo que sorprendía. Los campos cultivados, el ganado paciendo tranquilamente, pequeños grupos de árboles diseminados aquí y allá. Así debía ser el paisaje de Flandes cuando llegaron las primeras tropas británicas. Parecía como si el tiempo se hubiese parado y los monumentos a los caídos fuesen islas en el correr de los tiempos. Era una sensación extraña.
Volví al aparcamiento, allí estaba Laura con Frasier. Quería dar la vuelta por el otro lado. Fuimos los tres. Me adentré unos metros en el recinto con el objeto de tener otra perspectica del lugar. Tyne Cot es muy parecido al cementerio de Sanctuary wood en cuanto a su forma de abanico. Ingleses, canadienses y 'anzacs' comparten espacio sin distinciones y con un precioso roble al sur del complejo como guardían. En la parte norte, una especie de 'proscaenium' semicircular 'coronado' con una enorme cruz cierra el espacio. Conmovedor.
Subimos al coche y nos dirigimos a St Julien (St. Juliaan) donde se encuentra el memorial canadiense. Por el camino y a unos cientos de metros 'damos de bruces' con el memorial neozelandés de Broodseinde, escenario de la cruenta batalla que lleva el mismo nombre y que formó parte de la 3a batalla de Ypres, en el otoño de 1917 y que tendría como colofón la lucha por Passchendaele.
Broodseinde memorial
Al final llegamos a St. Julien (St. Juliaan), mejor dicho al cruce de caminos entre la carretera que viene de Tyne Cot, y la que lleva de Ypres a Passchendaele. A la derecha del cruce se encuentra el memorial canadiense con la escultura de un soldado pensante en el centro del recinto. La escultura es impresionante. En forma de monolito pétreo, se encuentra coronada con la figura de un soldado a medio cuerpo en una postura consternada o reflexiva. En la base del monolito se encuentran los 4 puntos cardinales y las posiciones que señalaban, entre ellas la famosa de Passchendaele. Recinto no muy grande pero de una enorme expresividad y recogimiento. Igualmente impresionante, aunque el tiempo soleado le mengue aspereza al lugar. St. Julien/St. Juliaan memorial
Después de esta dura catarsis decidí volver a Ypres a visitar el museo 'In Flanders fields' en Ypres. Deseaba tener una aproximación más suave al universo de Flandes, y a su significación en el conjunto de la guerra. Desandamos el camino, llegamos a la Gross Markt y entramos en el Salón de telas. Allí nos esperaba el museo 'In Flanders fields' dedicado a la Gran Guerra en Flandes, tomando el título del célebre poema de John McCrae.
La visita mereció. Se trata de un museo bastante interactivo y eminentemente visual, a lo 'americano', digamos. El recorrido, todo en una extensa planta, se realiza de forma cronológica con especial atención a los momentos más trascendentales, como por ejemplo la famosa 'tregua de Navidad' de 1914, el ataque con gas de abril de 1915, la cosmovisión del saliente de Ypres, Passchendaele, etc.
Otorga un carácter preeminente a la intervención británica con todas sus acepciones, es decir con las naciones de los Dominions (canadienses, australianos, neozelandeses e indios), y aporta numerosa documentación, así como la 'puesta en escena' de numerosas reliquias, armas y algún que otro diorama. Destacaría sobretodo la fluidez en la exposición de los materiales y los contenidos, así como una lograda didáctica del conflicto, no sólo para especialistas.
En el plano inferior, es decir en la planta baja del 'edificio de las telas' se encuentra la tienda del museo con numerosos recuerdos y libros dedicados al conflicto en Flandes. Como siempre los precios son prohibitivos, sobretodo para los que procedemos de latitudes meridionales. Para las compras mejor pasarse por las tiendecillas de la Meensestraat, es decir la calle que une la Gross Markt con la Menin gate y que saliendo de la ciudad lleva, evidentemente, a Menin.
Recuerdo que visité tres o cuatro tiendas, todas ellas en el lado izquierdo de la calle. Los precios según, para qué, prohibitivos también. Los libros nuevos, de robo; los de segunda mano, precios muy dignos, incluso más económicos que en la Red. Insignias, badges u otros, precios normales tirando a caros (Es difícil luchar con según que sites de subastas virtuales).
Si no recuerdo mal, el mejor lugar para comprar libros está prácticamente delante del 'salón de telas', a mano derecha. Lo regenta un chico joven, unos treinta máximo. Es inconfundible ya que 'viste' una enorme barba decimonónica a lo 'Rasputín'. Muy amable. Lástima que su librería no tenga todavía un enlace en la web, porque es la librería dedicada a Gran Guerra más bestia que han visto, a día de hoy, mis ojos. Impresionante. A ojo de bibliotecario de buen cubero, diría que en el establecimiento si no había más de 5000 volúmenes no había ninguno. Tenía duplicados, pero bueno, menos de 4000 libros sobre la guerra no había. Un paraíso para un loco como yo. Precios subiditos, lo que pasa es que había que buscar y rebuscar. Salí con tres o cuatro libros, no más. Ya me resarciría en Bruselas. Ypres desde la Menin Gate, atardecer
Hasta aquí lo que dió de si Flandes, en cuanto a Gran Guerra se refiere. Faltaba todavía mucho viaje y no era cuestión de agobiar a nadie con mis particulares historias.
Lo mejor: el ambiente y atmósfera de respeto y agradecimiento hacia todos los que dieron su vida por un pedazo de tierra como fue el 'famoso' saliente; la Menin gate y su simbolismo; los verdes y llanos prados de Flandes; el amanecer en el cementerio de Langemarck; la mejor comprensión de un escenario primordial en cuanto al Frente occidental se refiere y, sobretodo la profunda comunión con los que allí estuvieron aunque mediase casi un siglo.
Lo peor: demasiado en tan poco tiempo. La mente humana, al menos la mía, era incapaz de absorber y digerir todo lo que el lugar le estaba proporcionando. Pero no hay mal que por bien no venga. Volveré.
Gracias a todos por seguirme en 'nuestro' periplo por Flandes.
PS.: Os recomiendo que le deis un vistazo a esta selección de fotografías
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F. Xavier González Cuadra
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5 nov 2010
In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (III)
Después del acto, digamos, de constricción volví al coche donde me esperaba mi pequeño y fiel amigo. A él no le interesan ni los muertos, ni la guerra, ni cualquier estupidez humana. Qué suerte.
Arranqué y deshice el camino hacia Ypres con un pesar, mejor llamarlo pena, por aquellos que salieron de sus hogares como si fuesen a la cacería de los domingos y que no sólo no volvieron con sus 'presas' y sus batallitas que contar, sino que no volvieron. Me acuerdo de esos miles de cartas enviadas a sus familias y que jamás serían respondidas, ni leídas. Siento pena, por esos cientos de miles de jóvenes que jamás volvieron.
Laura me preguntaba cómo podía sentir pena por personas que ni conocí y que quedaban en un universo muy alejado de mi existencia. La respuesta ni fue, ni es, sencilla. Simplemente me transfiguro en esos miles de personas que, inocentemente, fueron a matarse unos a otros por nada. Siento lástima por miles de muertes estúpidas en aras de un conflicto nacido de la estultícia, del haber quién la tenía más 'grande', de unos gobiernos ignorantes y egoistas que jugaron con fuego y enviaron a sus hijos a resolver sus estúpidas y estériles trifulcas. Por eso siento lástima, porque en definitiva, la inmensa mayoría de los que acudieron a la 'llamada de la patria' en agosto-septiembre de 1914 deseaban pocos meses después volver cuanto antes a sus hogares y dejar atrás el infierno en el que se estaba convirtiendo una 'guerra de fin de semana' y que se alargaría más de cuatro años, prologando el sufrimiento, agonía y muerte de millones de soldados, con sus respectivas famílias. Por eso, y por más siento una enorme tristeza.
Quizá resulte difícil entender porque la siento, pero eso es lo que tiene escarbar e indagar en un conflicto tan terrible como fue la Gran guerra. Fue el final de la inocencia de una civilización que auguraba un progreso moral y técnico sin parangón en la Historia y que acabó empañando esa idea casi divina y totémica de progreso. Un progreso unívoco, el industrial, que acabó aplicándose para matar y exterminar a cuantos enemigos se pudiese, de la peor y más salvaje manera. El mundo se brutalizó de tal forma que se perdieron las más elementales formas de humanidad. Se traspasó el umbral. Un umbral que tendría su siguiente etapa un cuarto de siglo más tarde. Por eso siento pena, pero sobretodo porque eran personas con ilusiones, con una vida por delante, con hijos, mujeres, familias... Por eso, que no es poco.
Después del soliloquio deshice el camino hacia Ypres. Frasier estaba más contento. Quizá intuía que íbamos en busca de Laura, que aún debía dormir.
Una vez de vuelta al camino y con el mapa como GPS rudimentario - cómo lo eché a faltar - salíamos hacia Menin por la Menin gate en busca de la zona de la colina 62 (Hill 62), zona de duros combates. Ruta impoluta, vacía. Nos desviamos hacia un rompiente en la derecha, de la carretera que une Ypres con Courtrai. A banda y banda, sin embargo, se encuentran numerosos vestigios de la guerra. Seguimos las indicaciones y a unos kilómetros, a la derecha damos de bruces con el Sanctuary wood cementery. Seguimos hasta que alcanzamos una especie de cabaña de bosque del tipo que uno se encontraría en Montana o Wisconsin.
El chiringo - llamarlo de otra forma hubiese sido mentir - daba miedo. Laura dudaba, yo tiré pa'lante. En el fondo se trataba de un bar-restaurante cuyo jardín-cobertizo era nada más y nada menos que lo durante la guerra se dio en llamar la Hill 62, una pequeña cresta defendida por tropas británicas y que testigo de episodios de especial virulencia, como lo atestiguan los cementerios cercanos así como los testimonios de uno y otro lado. Pasamos al interior del restaurante siguiendo la preceptiva señal 'To the trenches'. Evidentemente para ir más allá de la rudimentaria barrera que separaba un 'saloon a lo Far West' y el mundo de la Gran Guerra era necesario colaborar con la 'causa' de los regentes y guardianes del 'tesoro' donde demasiados soldados perdieron la vida defendiendo un lugar que 'curiosamente' se convertiría en una naïve atracción turística. Ironías del destino.
3 o 4 euros, no recuerdo bien el precio. Eso sí, nos dieron un billete, de aquellos tipo 'boleto' parecido a los que me daban los viernes cuando iba al cine de Tossa de Mar para asistir a lo que se llamaba 'Gran gala infantil'. Todavía conservo el boleto, el de la Hill 62, claro.
Cruzada la barrera, accedimos a una sala de unos cincuenta metros cuadrados repleta de gadgets, gorras, cascos, proyectiles, cuadros, fotos, ... Vitrinas a lo largo de las paredes de la sala cubiertas de medallas, cascotes, anteojos, etc. No había orden ni concierto en la disposición de las piezas, y no es de extrañar, inventariar aquello hubiese supuesto tarea titánica y visto como tenían el bar, cualquiera se imaginaba como podía acabar aquello. En esa sala aún reinaba cierto caos dentro del orden. En la siguiente, algo más parecido a una chatarrería, el espectáculo era digno de ser inmortalizado. Alambradas, piezas sueltas de cañones, vainas de proyectiles, morteros, algún 'minenwerfer' - en muy buen estado, por cierto -, fusiles por doquier, restos de máscaras de gas... Bueno, que deciros, aquello era impresionante. Impresionante por la cantidades de restos y, sobretodo, por su dispar disposición. Sobrecogía. Laura alucinaba. Yo más.
Hill 62 museum
Después de entreternos un rato en el magnífico ejemplar de mortero de trinchera alemán en perfecto estado, salimos al aire libre ya que el olor a rancio y a herrumbre eran casi insoportables. La salida daba directamente a un tupido bosque de robles que apenas dejaba pasar algún rayo de sol. Para acceder al, digamos, centro o parte central de la colina 62, se pasaba por un dugout (abrigo) cubierto de una uralita o plancha ondulada metálica. No recuerdo el nombre en inglés a pesar de haberlo leído en infinidad de ocasiones. Pasado el tunelete, nos introducimos en lo que debía ser en su tiempo una trinchera de comunicaciones, hasta subir por una ligera pendiente que nos dejó casi en el medio del lugar. La visión era ideal.
Hill 62
Por una parte, se insinuaba perfectamente la línea zigzagueante de trincheras, así como las trincheras que unían la primera línea con la de soporte o la de comunicaciones que llevaba a retaguardia. Cabe decir que las trincheras estaban perfectamente conservadas, pero sin caer en la burda y artificiosa reconstrucción tipo 'Leroy Merlin'. Evidentemente las zanjas o trincheras estaban ausentes de parapetos, pero conservaban perfectamente una morfología primigenia: Tablones horizontales en las paredes de la zanja para contener el peso de la tierra y asegurar, por su parte, las tablas que formaban el suelo de las trincheras. En algunos lugares se conservaban las protecciones superiores. Aunque en tiempo de guerra, ese tipo de protecciones apenas salvaguardaban de una lluvia de shrapnels y a una distancia prudencial. Una lluvia de shrapnels prácticamente perpendicular a la trinchera hubiese dejado la chapa como un colador de rejilla fina, y no digamos al que ahí se refugiase.
Evidentemente, y como no podía de otra forma, subí, bajé, me escondí, observé por encima del parados como si fuese un niño pequeño. Pasado el momento 'saltimbanqui' y con las fotografías ya en el 'zurrón', me dediqué a echarle una ojeada más técnica al lugar, a fijarme en los detalles.
Así, uno de los puntos curiosos fue que desde la Hill 62 se tenía una impresionante vista del paisaje. En este sentido, hay que recordar que esta parte de Flandes, como casi todo el resto, lo configuran espacios y áreas muy planas, con apenas mínimas elevaciones. Por ello, durante los más de cuatro años de conflicto, la guerra en Flandes estuvo prácticamente orientada a hacerse con las pocas elevaciones que el terreno ofrecía ya que ofrecían un punto de observación vital de las posiciones enemigas. Cabe decir que de los pocos lugares en los que los alemanes no contaron con el factor altitud fue, precisamente, en esta zona del frente occidental. De ahí, que los alemanes insistieran e insistieran en hacerse con las elevaciones que cercaban a la ciudad de Flandes. La Hill 62 era una de las más importantes. Por ello, resultaba curioso observar a través de los claros que ofrecía el bosque algunos de los puntos donde estaban apostadas las líneas alemanas.
Cráter de obús en la Hill 62
Girando la vista a retaguardia, comencé a inspeccionar el terreno en busca de detalles, y di con algunos curiosos. En algunos puntos destacan unos enormes cráteres cubiertos con las lluvias de días pasados y que habían formado una preciosa capa de verdete. No cabe duda de que para que semejante resto continue visible, el obús tenía que ser como mínimo de un 150 o 210 mm alemán. De otra forma, el tiempo y los sedimentos naturales lo hubiesen cubierto ya. Así como los cráteres, Laura me hizo percartar de algo asombroso: en algunos puntos de la pequeña colina 'sobrevivían' algunos tocones o troncos desmochados de cuando aquello debió convertirse en paisaje lunar. De hecho, en los tres o cuatro tocones que descubrí, los visitantes se habían dedicado a colgar cruces o rosarios y, en algunos casos, cruces con la 'poppy' británica a modo de recordatorio. Sin duda, la Hill 62 era otro de los lugares de peregrinación británica.
De vuelta del cerro, deshicimos la ruta y nos introducimos otra vez en el 'museo de los horrores' no sin una pequeña sonrisa al encontrarlo un 'poquillo' cutre. Nos despedimos de los 'posaderos', entramos en el coche y dimos media vuelta por la carretera hasta encontrarnos otra vez con el cementerio de Sanctuary wood dedicado a los caidos ingleses y de los Dominions (Anzacs y canadienses).

Sanctuary wood cementery
El recinto, no muy grande, es de una exquisita sobriedad. Las lápidas, dispuestas en forma de abanico, llevan grabado el nombre del soldado, el regimiento y la fecha de su muerte si son conocidos. En caso contrario, llevan grabada una cruz y la inscripción 'Soldier of the Great War'. Los cementerios estan cuidados hasta un extremo insospechado. Cabe decir que tanto Bélgica como Francia cedieron, gratuitamente, los terrenos donde se ubicaron los cementerios para los caidos de los ejércitos británico, australiano, neozelandés y canadiense. Para su gestión, el gobierno británico, en representanción del resto de naciones de la Commonwealth, creó la Commonwealth Graves War Commission que tiene como cometido el cuidado y gestión de los cementerios donde reposan soldados de sus respectivas naciones. Como decía, el cuidado es exquisito, y no sólo el mantenimiento. En el caso del de Sanctuary wood, en cada una de las lápidas hay flores - mayormente rosas - que proporcionan un preciosa imagen de dignidad y calma. En esto, los ingleses son especialmente detallistas.

Sanctuary wood cemetery
Dejé Sanctuary wood, entré en el coche y nos dirigimos hacia la carretera que lleva de Passchendaele para visitar el cementerio de Tyne Cot y sus aledaños.
Sigue: In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (IV)
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24 oct 2010
In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (II)
Viene de: In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (I)
El problema no era encontrar los lugares a visitar, sino como salir de Ypres por la carretera adecuada, ya que si salías por el lugar incorrecto luego tenías que dar un gran rodeo. Salimos bien.
Mi primera intención era ir al cementerio alemán de Langemarck.
Quiénes de los que estamos locos con el tema no ha oido hablar de Langemarck, y la tristemente famosa Kindermord o 'matanza de inocentes', en referencia al estúpido e inútil sacrificio de jóvenes cadetes o estudiantes que murieron en descerebrados ataques a campo abierto en línias absolutamente cerradas al son de canciones patrióticas, mientras los británicos hacían prácticas de tiro sin posibilidad de error??
La historia es cruel y semejante tragedia, como toda la guerra, se repetiría con los ejércitos británicos en el primer día de julio de 1916 durante la batalla del Somme. Contextos aparte, al salir de Ypres nos dirigimos hacia Langemarck por la carretera que se dirige a Dixmude, Diksmuide en flamenco.
El paisaje era precioso, o al menos así lo contemplaba yo. Tierra llana, mayormente cultivada y salpicada aquí y allá de pequeños bosques muy concentrados de robles y álamos. La escena del campo flamenco se completaba con una suave neblina que cubría los campos como si de un velo de fino satén se tratase. En ese momento uno se acordaba de los miles de testimonios de soldados que hablaban de las famosas neblinas flamencas que se producen por los fenómenos meteorológicos propios de una zona cercana al Mar del norte y sin apenas cadenas montañosas que se cierren el paso a las brumas.
Como decía, muchos fueron los testimonios que se referían a este típico fenómeno matutino y que tanto daría que hablar. Bajo estas nieblas matutinas se camuflaron algunos de los episodios más sangrientos de la guerra, desde ataques al amanecer hasta los temidos y terribles ataques con gas venenoso que quedaban enmascarados en medio de estas brumas. Hablar de los campos de Flandes durante la Gran guerra es hablar entre otras cosas de fenómenos meteorológicos y de las brumas y neblinas sobretodo.
De esta forma, y sorteando las fantasmagóricas brumas, llegamos a Langemarck. Crucé todo el pueblo y al final encontré el cementerio alemán, el Friedhof de Langemarck.
El cementerio alemán de Langemarck ocupa aproximadamente una área ligeramente inferior a la de un campo de fútbol, es decir poco menos de una hectárea. Rodeado de un seto en todo su perimetro, las tumbas de los soldados caidos en combate estan diseminadas en forma de losetas en el suelo. Desconozco, sin embargo, si los cuerpos se encuentran bajo de las losas con sus nombres. Justo en medio del cementerio se levanta un especie de muro con los caidos por orden alfabético, donde figuran su nombre, cuerpo o regimiento y fecha de defunción.
Sobrio, muy sobrio. Muy alemán.

Semanas después de haberlo visitado me percato de algunos detalles curiosos pero que en aquel preciso momento permanecieron silenciados por el momento. Hoy que lo pienso, me doy cuenta de que el cementerio estaba situado en medio de los cultivos de maíz que pueblan por doquier los prados de Flandes; la brisa de la mañana balanceaba los altos tallos con una sibilante melodía de calma. Cierto que en uno de los extremos se encuentra la carretera que une Langemarck con el paisaje flamenco, pero el respeto que se profesa por este lugar es total.
El friedhof (cementerio) de Langemarck no es solo un camposanto, es un lugar de reconciliación.
Cuando volví al cementerio de Langemarck horas después con Laura lo constaté. Autocares repletos de alemanes visitaron el lugar en perfecta peregrinación en un acto de sentido recuerdo. Uno se sentía fuera de lugar. Pero aún así permanecimos. El respeto no conoce nacionalidades.
Lo que no hizo la 'Paz' de Versailles lo consiguieron camposantos como este, reconciliación después de la barbarie.
In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (III)
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15 oct 2010
In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (I)
Comenté, como quién no dice lacosa, que podíamos estar dos o tres días en Flandes visitando algunos lugares relacionados con la Gran Guerra pero con el sosiego propio de estar de vacaciones, es decir descansando, comiendo dignamente y, como no, probando las múltiples variedades de cerveza que abundan por tierras flamencas y belgas. Laura, que es una santa, accedió.
Off the record: el otro día en un cena y recordando el viaje, me confesó que le impresionó sobremanera la visita a los tristes 'campos de Flandes'.
Lo que viene a continuación es un breve periplo por los lugares que visité y por las impresiones que me calaron hasta lo más hondo de mi ser. Una confesión antes del viaje: cualquier opinión o reflexión versada es absolutamente personal e intransferible como el resto de contenidos subjetivos que aparecen en el blog.
Veníamos de Tournai, Laura había sugerido que parasemos allí para contemplar la catedral, muestra excepcional del gótico flamenco, así como del baptisterio - que poco le puede envidiar al fiorentino. Buen tiempo, pocas nubes y acabado el paseo partimos para Ypres, Ieper en flamenco. Cometeré una incorreción pero mantendré la versión anglosajona, que es la que más manejo. Perdónenme los nativos.
Tournai-Ypres, poco más de tres cuartos de hora en coche.
Llegamos a Ypres. Cinco de la tarde. Un tiempo espléndido. Tuve la oportunidad de entrar por la Menin gate, pero no osé. Territorio sagrado.
Nos dirigimos al hotel. Precioso. El hall ya prometía. Proyectiles, libros y fliers de agencias dedicadas a la organización de rutas por los alrededores de Ypres. Todo halagüeño, la boca se me hacía agua. Necesitaba ver por mis propios ojos la silueta recortada en el atardecer del 'Salón de telas', el famoso 'Lakenhalle' en flamenco. Para aquellos que se incorporen a nuestro universo, el 'Salón de telas' o 'Lakenhalle' de Ypres es el emblemático y simbólico edificio que presidió la total destrucción de Ypres como ciudad y la suya propia durante los más de cuatro años que duró la guerra. Aprovecho para decir que el 80-90% de la ciudad de Ypres actual fue reconstruida después de la guerra.
La Ypres actual es una preciosa población de edificios de ladrillo cocido de factura flamenca, con un estilo absolutamente cuidado, pavimento de adoquín en las calles, y un respetuoso ambiente de veneración hacia aquellos que mantuvieron el 'enclave a salvo'.
De ruta por las calles de Ypres dos puntos llaman la atención, el ya nombrado 'Salón de Telas' y unos trescientos metros al este, la Menin gate que recibe su nombre porque desde allí se toma la carretera que lleva a Menin o a Menen, en flamenco. La enorme significación de la Menin gate para el imaginario granguerresco vendrá luego.
Un paréntesis necesario. Uno de los fenómenos más habituales que le suelen ocurrir a uno, el que escribe, es que se sienta apabullado por el lugar que pisa, siempre que tenga una significación especial. Ypres no fue excepción.
Me sentía como aquel niño al que le abren una tienda de golosinas para él solo y apenas tiene unos minutos para llenar sus bolsillos de caramelos. Pues si tenéis la imagen en mente, así estaba yo: quería ir al acto de homenaje que se celebra todas los días a las ocho de la tarde en memoria de los caídos en Ypres, quería entrar en las tiendas y comercios de militaria, en las librerías, en el museo 'In Flanders fields' que se encuentra en la primera planta del 'Salón de telas', quería,... bueno, lo quería todo. Suerte que me ayudó mi santa.
Laura me dijo de ir tranquilamente a la tienda del museo para comprar un mapa con el recorrido que haríamos al dia siguiente por los 'fields', me hizo el timing para entrar en dos o tres tiendas de militaria, pasear tranquilamente con Frasier por las bonitas calles de Ypres con sosiego, sentarnos a degustar las increíbles cervezas del país, etc... hasta que a las ocho estábamos como un reloj en la Menin gate para el acto de homenaje. Bueno, miento. Llegamos media hora antes para admirar la Menin gate, porque eso fue lo que hicimos, admirarla. El término que mejor la defina es ...

Conmovedora. Simplemente así. Contemplarla situada allí te traslada en el tiempo. Las paredes y bóvedas plagadas de nombres de hombres que no volvieron jamás pero que en cambio reposan en la memoria de los que los contemplan. Ellos, reposan ahí, con sus camaradas, uno debajo de otro, por unidades, por regimientos, por naciones. Los índios en sendas placas en las bases de las pilastras del oeste, las que dan a Ypres; los canadienses en las escalinatas que suben hacia el plan superior, allí donde se reunen con los australianos que contemplan el sol del atardecer, igual que lo hacían en sus trincheras unos cientos de metros más al este y al norte. Todo confluye en la Menin gate y todo parte de ella, lo sabían ellos y lo inmortalizaron los artistas. Longstaff & co. Todos ellos narran la vuelta de los muertos a la Menin gate, con una suerte de magia y una mezcla de admiración y respeto eternos. Eso es la Menin gate, uno monumento de recuerdo y de admiración hacia aquellos que dieron su vida por una guerra fuera de sus confines. Unos, los más, a unas decenas de millas allende el canal, otros cruzando los océanos y unos pocos desde tierras asiáticas. Eso es lo que impresiona, su sacrificio. Su sacrificio tiene su recompensa diaria. Se celebra un emotivo y sincero homenaje que conmueve a familiares remotos y a extraños, como nosotros. Un clarín de trompeta, un silencio sepulcral y una ofrena bajo los sentidos pasos de dos militares marcan el clímax a un acto, repito, de respeto no de pompa. Todo eso y más es la Menin gate. Partir de la Menin gate para visitar los campos de Flandes es visitar el monte Calvario de los que ahí reposan y de los que sobrevivieron pero jamás volvieron a ser los mismos.

Parentesis.
La ruta 'In Flanders fields' está señalizada mediante paneles en distintas partes del recorrido. Mi opinión al respecto es que si no sabes muy bien donde vas te pierdes con una facilidad pasmosa. Lo suyo es o contratar un servicio de excursiones diarias donde te llevan a los principales lugares de interés o bien lo que hacemos el resto que es comprar un mapita al uso y carretera y manta, y mucha paciencia. Un inciso: las visitas con los grupos organizados de excursiones es ideal para aquellos que vengan del lado 'aliado'. Si quieres visitar cementerios o lugares de interés relacionados con el bando alemán coge el mapa
Después de la emotiva visita a la Menin gate, decidimos 'aparcar' a Frasier e ir a cenar tranquilamente después de una intensa tarde.
Inciso: Frasier como buen perro asistió al acto de homenaje en la Menin gate. De hecho lo sujeté durante todo el acto y restó impávido al sepulcral silencio del momento. Aún me sobrecoge cuando lo pienso. Cierro paréntesis.
Cenamos en la misma plaza del 'Salón de telas', a pocos metros del edificio en un acogedor restaurante. Nos retiramos pronto. La mañana sería intensa.
Continúa en: In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (I)
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