Viene de: R.W. Iley: memorias de un enlace 1916-1918 (3)
Mientras esperábamos el ataque, el sargento mayor me envió a por agua. La encontré juntamente con un poco de whisky, volví con los restos. Justo a la vuelta ví que el enemigo se aproximaba por una colina que estaba a unos quinientos metros más allá. Avanzaban en formación abierta y se estaban agrupando en el espacio vacio donde antes había estado nuestro campamento.Nos mantuvimos en firmes en nuestros puestos a pesar de que los proyectiles pasaban a ras de nuestras cabezas, hasta que de forma súbita, un regimiento de caballería cargó contra nuestras posiciones. Fue una experiencia nueva, mi corazón saltaba dentro del pecho. Disparamos rápidamente y los barrimos, disparamos también a los jinetes caídos que intentaban retirarse arrastrándose. Después de un instante de calma, nos atacó más caballería pero por la derecha. A todo esto, un tanque de los nuestros apareció de la nada y juntamente con nuestras ametralladoras los frenamos.
Al llegar el ocaso enviamos una patrulla de reconocimiento. Nunca volvieron. Se envió una segunda patrulla compuesta por un mayor borracho y yo. Vagabundeamos sin rumbo cuando de repente, a lejos, apareció una luz en la ventana de una cabaña. El mayor me ordenó apagarla. En la oscuridad, apunté mi rifle hacia el punto de luz y disparé. La luz desapareció, sospecho que abatí un alemán fumando un cigarrillo. A la vuelta, el mayor fanfarroneaba entre los compañeros de que yo era el mejor tirador del ejército británico. Más tarde se nos ordenó retirarnos a una nueva linea, unos 12 kilómetros atrás donde se había de frenar al enemigo. Nos situamos justo detrás de Ypres. Allí tuve el privilegio de poder instruir los primeros enlaces americanos que llegaron al frente. De camino al frente, nos pusimos a dormir en un cabaña, cuando de repente me sentí un terrible miedo y se lo comuniqué a los otros. Se rieron de mi. Me levanté y me vestí y justo cuando salí, cayó un obús en la cabaña. Encendimos unas velas como pudimos y encontramos – en la otra parte del habitáculo – dos enfermeros. Uno de ellos estaba hecho literalmente pedazos y su compañero estaba herido. En la habitación del otro lado, el asistente del coronel estaba muerto y en la cabaña contigua había numerosos muertos y heridos. El enfermero herido agonizó con una dignidad admirable. Fumando un cigarrillo, les comentó a sus colegas que ayudasen a aquellos que pudiesen vivir. Murió en la ambulancia, de camino al hospital. Después de todo el trasiego, comprobé que mi casco tenía una pequeña hendidura, que tenía una pieza de shrapnel en mi toalla y que nuestra cabaña estaba destrozada pero yo misteriosamente estaba ileso. Poco después, los aliados iniciamos el contraataque que acabaría con la guerra. Mantuvimos a raya al ejército alemán hasta su retirada, mientras escuchábamos los primeros rumores de armisticio. La mañana del 11 de noviembre de 1918 estaba con una sección en el frente y teníamos órdenes de hostigar a los alemanes hasta que las hostilidades cesasen. A las once paramos, tomé una estamina y nuestra casera asombrada gritó La guerre est finis y nos ofreció cerveza. Al día siguiente, para comprobar la retirada los seguimos y en el camino, encontramos soldados aliados que liberados de su captiverio volvían a sus líneas, muchos murieron por el camino de regreso.
Caporal Robert William Iley, alistado en el 21º Batallón de los King's Royal Rifle Corps (Yeoman Rifles) el 20 de noviembre de 1915. Transferido al 41º Batallón del Cuerpo de Ametralladoras el 19 de marzo de 1918. Herido el 20 de septiembre de 1917. Condecorado con la Military medal en junio de 1917. Mencionado en los despachos de Sir Douglas Haig en abril de 1917. Desmobilizado en enero de 1919.
Mientras esperábamos el ataque, el sargento mayor me envió a por agua. La encontré juntamente con un poco de whisky, volví con los restos. Justo a la vuelta ví que el enemigo se aproximaba por una colina que estaba a unos quinientos metros más allá. Avanzaban en formación abierta y se estaban agrupando en el espacio vacio donde antes había estado nuestro campamento.Nos mantuvimos en firmes en nuestros puestos a pesar de que los proyectiles pasaban a ras de nuestras cabezas, hasta que de forma súbita, un regimiento de caballería cargó contra nuestras posiciones. Fue una experiencia nueva, mi corazón saltaba dentro del pecho. Disparamos rápidamente y los barrimos, disparamos también a los jinetes caídos que intentaban retirarse arrastrándose. Después de un instante de calma, nos atacó más caballería pero por la derecha. A todo esto, un tanque de los nuestros apareció de la nada y juntamente con nuestras ametralladoras los frenamos.
Al llegar el ocaso enviamos una patrulla de reconocimiento. Nunca volvieron. Se envió una segunda patrulla compuesta por un mayor borracho y yo. Vagabundeamos sin rumbo cuando de repente, a lejos, apareció una luz en la ventana de una cabaña. El mayor me ordenó apagarla. En la oscuridad, apunté mi rifle hacia el punto de luz y disparé. La luz desapareció, sospecho que abatí un alemán fumando un cigarrillo. A la vuelta, el mayor fanfarroneaba entre los compañeros de que yo era el mejor tirador del ejército británico. Más tarde se nos ordenó retirarnos a una nueva linea, unos 12 kilómetros atrás donde se había de frenar al enemigo. Nos situamos justo detrás de Ypres. Allí tuve el privilegio de poder instruir los primeros enlaces americanos que llegaron al frente. De camino al frente, nos pusimos a dormir en un cabaña, cuando de repente me sentí un terrible miedo y se lo comuniqué a los otros. Se rieron de mi. Me levanté y me vestí y justo cuando salí, cayó un obús en la cabaña. Encendimos unas velas como pudimos y encontramos – en la otra parte del habitáculo – dos enfermeros. Uno de ellos estaba hecho literalmente pedazos y su compañero estaba herido. En la habitación del otro lado, el asistente del coronel estaba muerto y en la cabaña contigua había numerosos muertos y heridos. El enfermero herido agonizó con una dignidad admirable. Fumando un cigarrillo, les comentó a sus colegas que ayudasen a aquellos que pudiesen vivir. Murió en la ambulancia, de camino al hospital. Después de todo el trasiego, comprobé que mi casco tenía una pequeña hendidura, que tenía una pieza de shrapnel en mi toalla y que nuestra cabaña estaba destrozada pero yo misteriosamente estaba ileso. Poco después, los aliados iniciamos el contraataque que acabaría con la guerra. Mantuvimos a raya al ejército alemán hasta su retirada, mientras escuchábamos los primeros rumores de armisticio. La mañana del 11 de noviembre de 1918 estaba con una sección en el frente y teníamos órdenes de hostigar a los alemanes hasta que las hostilidades cesasen. A las once paramos, tomé una estamina y nuestra casera asombrada gritó La guerre est finis y nos ofreció cerveza. Al día siguiente, para comprobar la retirada los seguimos y en el camino, encontramos soldados aliados que liberados de su captiverio volvían a sus líneas, muchos murieron por el camino de regreso.
Caporal Robert William Iley, alistado en el 21º Batallón de los King's Royal Rifle Corps (Yeoman Rifles) el 20 de noviembre de 1915. Transferido al 41º Batallón del Cuerpo de Ametralladoras el 19 de marzo de 1918. Herido el 20 de septiembre de 1917. Condecorado con la Military medal en junio de 1917. Mencionado en los despachos de Sir Douglas Haig en abril de 1917. Desmobilizado en enero de 1919.
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