La guerra naval durante durante la Primera Guerra Mundial siempre ha suscitado numerosos comentarios sobre su caracter transicional. La aparición del submarino como arma novedosa, el bloqueo naval al que fue sometida Alemania y los Poderes centrales y la ausencia de grandes batallas navales de encuentro definieron el devenir de la lucha naval durante la Gran Guerra.
Uno de los historiadores navales más clarividentes, Mateo Mille, escribió poco antes de la Guerra civil española un interesante libro en el que analizaba de forma cronológica los principales acontecimientos de la Gran Guerra en el mar.
Quizá una de las partes más logradas de su Historia es su prólogo. En él, y con un peculiar y directo estilo, el marino reconvertido en historiador naval expone su principal teoría sobre la guerra. Aunque no esté de acuerdo con algunas de sus afirmaciones, estimé interesante transcribir unas pocas páginas donde aparecen sus particulares y claras ideas:
"La guerra de 1914-1918 tiene características especiales; no es posible, en verdad, hacer una historia completa de ella; sino una serie de historias con arreglo a los escenarios en que tuvieron lugar las campañas parciales en que puede dividirse; esta guerra no puede proporcionar enseñanzas nuevas porque fué una guerra de casos particulares. En general, las anteriores tenían una premisa inicial determinada y dos fuerzas contrapuestas para llenar misiones perfectamente definidas. La pasada puede calificarse de universal, no tanto por el gran número de naciones que se considerasen beligerantes, si bien muchas de ellas no lo fuesen más que en el terreno diplomático, sino porque fué el planeta entero el teatro de la lucha.
Los primeros tiempos son los que vieron reminiscencias del clasicismo en la guerra; el intento de bloqueo de Alemania con la presencia de barcos en la zona, el bloqueo real del Adriático por la escuadra francesa, el sitio de la colonia alemana de Tsing Tao, la batalla del Coronel... recuerdan las campañas anteriores. A partir del 22 de septiembre de 1914 -fecha de la hazaña del U9- las cosas tomaron un rumbo diferente. Una nueva modalidad se adentraba por los dominios de la guerra naval y sin variar las esencias de ella en sus postulados, cambiaba indudablemente sus modalidades; en el plano de la lucha surgía la tercera dimensión.
Inglaterra y sus aliados declararon el bloqueo de Alemania para privarla de víveres y materias primas, para asfixiarla biológica y económicamente. Alemania intentó abrirse paso, por mar y tierra, y cuando se vió acosada, recurrió a la guerra submarina para contrarrestar la iniciativa contraria. Pese a algunos "retrasados", todos los técnicos reconocen actualmente que la guerra submarina al tráfico es perfectamente normal.
Alemania no había contado con el submarino antes de la guerra; era una arma experimental a la que nadie concedía toda la importancia que poseía. Es posible que la potencia que más estudió el empleo fuera Inglaterra, por obra del entonces capitán de navío y jefe del servicio de submarinos sir Roger Keyes. Cierto que era en maniobras y con uso exclusivamente guerrero, pero los frutos que revela el almirante Keyes en sus recientes Memorias fueron muy alentadores, pese a la enemiga de Lord Fisher. Y así debió de ser, sin duda alguna, porque la Gran Bretaña arreció en su campaña contra la existencia de submarinos, táctica típicamente británica cuando le estorba algo a su prosperidad.
La guerra puede dividirse en tres períodos, subordinados a la acción submarina, a saber: el primero, clásico, indeciso, forcejeo previo de dos adversarios que, por conocerse, se respetan mutuamente; viene después el repliegue por la acción submarina y la guerra al comercio, con escrúpulos diplomáticos y cierta inocencia por parte de Alemania -que no se distinguió por la clarividencia de sus diplomáticos- con el que los aliados pudieron prepararse para la fase aguda de la guerra a ultranza. Y finalmente la guerra submarina sin restricciones, que da comienzo a principios de 1917 y termina con el armisticio. Sobre todos estos tres períodos se refleja la marcha general de la guerra, dirigida por la situación económica de todos los beligerantes y las influencias subterráneas, como la propaganda disolvente, que hábilmente explotada por sus enemigos, dió al traste con la cohesión y la disciplina alemanas.
El submarino se consagró como un arma formidable, sobre todo cuando como todo nuevo medio de guerra pudo gozar del desconcierto producido por su aparición en la liza. Nadie puede disimular que su acción disminuyó a medidad que progresaban los medios ideados para combatirlo y que, como sucede en el cuerpo humano, se inspiraban en substituir el sentido que faltaba por otro. Al fin de la guerra, todos los antídotos descubiertos, así como la falta materiales -hubo submarinos construidos con material procedente de acorazados viejos-, la falta de dotaciones entusiastas y bien adiestradas, consecuencia de las enormes bajas causadas en este servicio, el único en cualquier campaña que ha alcanzado el 50 por ciento, y el desaliento ante la situación interior del país, hicieron decaer el valor combatiente del submarino. La disciplina se mantuvo perfecta en las tripulaciones de estos barcos hasta en la revolución, demostración tan elocuente como innecesaria de que la ociosidad es la que produce los fermentos revolucionarios.
[...]
Las batallas habidas en la guerra pueden dividirse en batallas "de encuentro" y "de persecución"; en realidad, todas pertenecen a estas última clasificación, pues en ninguna hubo manifiesto afán de llegar a una solución por parte de ninguno de los combatientes. Jutlandia misma fué una pugna por dar fin al encuentro o por evitar las minas del contrario. El combate de Coronel es acaso el único en que ambos almirantes iban dispuestos a luchar a ultranza; el del banco Dogger, el de las Malvinas, los del Adriático entre austro-húngaros e italianos, entran de lleno en el segundo apartado. Helgoland, los encuentros ruso-turcos en el mar Negro y los franco-austríacos ante la intervención italiana, no pasaron de escaramuzas.
Algunas enseñanzas, que no difieren de las deducidas de guerras anteriores, pueden considerarse inconcusas sin miedo a errar; son la necesidad de poseer acorazados, protegidos concienzudamente y fuertemente armados y que no prostituyan su nombre. Coronel, las Malvinas, fueron victorias para el más fuerte; en ambos casos la superioridad del vencedor era abrumadora, especialmente en el segundo.
Dogger bank y Jutlandia, demostraron hasta la saciedad el error de ceder un sólo milímetro de espesor de coraza en beneficio de la velocidad y que ésta, dentro de ciertos límites, es arma más estratégica que táctica."
Mille , Mateo. Historia naval de la Gran Guerra 1914-1918. pp. 15-18
Los primeros tiempos son los que vieron reminiscencias del clasicismo en la guerra; el intento de bloqueo de Alemania con la presencia de barcos en la zona, el bloqueo real del Adriático por la escuadra francesa, el sitio de la colonia alemana de Tsing Tao, la batalla del Coronel... recuerdan las campañas anteriores. A partir del 22 de septiembre de 1914 -fecha de la hazaña del U9- las cosas tomaron un rumbo diferente. Una nueva modalidad se adentraba por los dominios de la guerra naval y sin variar las esencias de ella en sus postulados, cambiaba indudablemente sus modalidades; en el plano de la lucha surgía la tercera dimensión.
Inglaterra y sus aliados declararon el bloqueo de Alemania para privarla de víveres y materias primas, para asfixiarla biológica y económicamente. Alemania intentó abrirse paso, por mar y tierra, y cuando se vió acosada, recurrió a la guerra submarina para contrarrestar la iniciativa contraria. Pese a algunos "retrasados", todos los técnicos reconocen actualmente que la guerra submarina al tráfico es perfectamente normal.
Alemania no había contado con el submarino antes de la guerra; era una arma experimental a la que nadie concedía toda la importancia que poseía. Es posible que la potencia que más estudió el empleo fuera Inglaterra, por obra del entonces capitán de navío y jefe del servicio de submarinos sir Roger Keyes. Cierto que era en maniobras y con uso exclusivamente guerrero, pero los frutos que revela el almirante Keyes en sus recientes Memorias fueron muy alentadores, pese a la enemiga de Lord Fisher. Y así debió de ser, sin duda alguna, porque la Gran Bretaña arreció en su campaña contra la existencia de submarinos, táctica típicamente británica cuando le estorba algo a su prosperidad.
La guerra puede dividirse en tres períodos, subordinados a la acción submarina, a saber: el primero, clásico, indeciso, forcejeo previo de dos adversarios que, por conocerse, se respetan mutuamente; viene después el repliegue por la acción submarina y la guerra al comercio, con escrúpulos diplomáticos y cierta inocencia por parte de Alemania -que no se distinguió por la clarividencia de sus diplomáticos- con el que los aliados pudieron prepararse para la fase aguda de la guerra a ultranza. Y finalmente la guerra submarina sin restricciones, que da comienzo a principios de 1917 y termina con el armisticio. Sobre todos estos tres períodos se refleja la marcha general de la guerra, dirigida por la situación económica de todos los beligerantes y las influencias subterráneas, como la propaganda disolvente, que hábilmente explotada por sus enemigos, dió al traste con la cohesión y la disciplina alemanas.
El submarino se consagró como un arma formidable, sobre todo cuando como todo nuevo medio de guerra pudo gozar del desconcierto producido por su aparición en la liza. Nadie puede disimular que su acción disminuyó a medidad que progresaban los medios ideados para combatirlo y que, como sucede en el cuerpo humano, se inspiraban en substituir el sentido que faltaba por otro. Al fin de la guerra, todos los antídotos descubiertos, así como la falta materiales -hubo submarinos construidos con material procedente de acorazados viejos-, la falta de dotaciones entusiastas y bien adiestradas, consecuencia de las enormes bajas causadas en este servicio, el único en cualquier campaña que ha alcanzado el 50 por ciento, y el desaliento ante la situación interior del país, hicieron decaer el valor combatiente del submarino. La disciplina se mantuvo perfecta en las tripulaciones de estos barcos hasta en la revolución, demostración tan elocuente como innecesaria de que la ociosidad es la que produce los fermentos revolucionarios.
[...]
Las batallas habidas en la guerra pueden dividirse en batallas "de encuentro" y "de persecución"; en realidad, todas pertenecen a estas última clasificación, pues en ninguna hubo manifiesto afán de llegar a una solución por parte de ninguno de los combatientes. Jutlandia misma fué una pugna por dar fin al encuentro o por evitar las minas del contrario. El combate de Coronel es acaso el único en que ambos almirantes iban dispuestos a luchar a ultranza; el del banco Dogger, el de las Malvinas, los del Adriático entre austro-húngaros e italianos, entran de lleno en el segundo apartado. Helgoland, los encuentros ruso-turcos en el mar Negro y los franco-austríacos ante la intervención italiana, no pasaron de escaramuzas.
Algunas enseñanzas, que no difieren de las deducidas de guerras anteriores, pueden considerarse inconcusas sin miedo a errar; son la necesidad de poseer acorazados, protegidos concienzudamente y fuertemente armados y que no prostituyan su nombre. Coronel, las Malvinas, fueron victorias para el más fuerte; en ambos casos la superioridad del vencedor era abrumadora, especialmente en el segundo.
Dogger bank y Jutlandia, demostraron hasta la saciedad el error de ceder un sólo milímetro de espesor de coraza en beneficio de la velocidad y que ésta, dentro de ciertos límites, es arma más estratégica que táctica."
2 comentarios:
Hola Xavier,
Me ausento unos días de tu blog y publicas un par de entradas. ¡Bien!
Interesante post.
Con todos mis respetos y reservas, no llego a estar de acuerdo con Mille cuando dice:
"Dogger bank y Jutlandia, demostraron hasta la saciedad el error de ceder un sólo milímetro de espesor de coraza en beneficio de la velocidad y que ésta, dentro de ciertos límites, es arma más estratégica que táctica."
Precisamente, ese fue uno de los errores de los alemanes. Preferir blindaje a velocidad.
Y si no, ¿por qué en la Segunda Guerra Mundial fabricaron acorazados de bolsillo en detrimento de los grandes y pesados acorazados?
Yo leí en su momento un gran libro (a mi parecer por lo menos) sobre el tema, el cual os recomiendo y seguro que Xavier lo ha leído. "El mar en la Gran Guerra" de Luis de la Sierra. Imprescindible.
Un saludo.
Mille, creo, que opina de esta forma al tener presente el resultado de Jutlandia. Considero que si el resultado hubiese sido otro su opinión hubiese sido otra. Sin embargo, considero que si los navíos alemanes no hubiesen tenido el nivel de blindaje de que disponían, el resultado hubiese sido otro.
Y sobre el libro de Luis de la Sierra, pues opino como tú, el libro es muy bueno. De hecho, sigue muchas de las opiniones de Mille, que algunos casos son idénticas.
Una relectura de algunos libros relacionados con Jutlandia muestran una versión de Beatty que desconocía. Como dirían en mi casa, al bueno de Beatty lo dejan a caer de un burro. Sobretodo durante la discutible maniobra que llevó a cabo con la escuadra de Dreadnoughts de Evan-Thomas. Curiosamente, la misma fuente muestra a un Jellicoe coherente con su forma de pensar.
Un saludo
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