Viene de: El infierno mudo (VI)
Penúltima parada antes de dejar la zona de Verdun: el Osario de Douaumont. Nos acercábamos a mediodía pero el día no iba a levantarse. Se alzaba una espesa bruma que cubría la copa de los árboles, desde Souville hasta le Bois de Caures y Ornes. Es decir, todo el margen derecho de la Mosa.
Llegamos al aparcamiento del Osario, apenas dos coches y una caravana. Laura decidió quedarse en el coche con Frasier que se estaba rehaciendo aún de los terrores sentidos en Fort Douaumont. Ana, Jordi y yo nos encaminos por detrás del osuario. A través de esta entrada se accede a la parte superior de la torre central del osario. El precio módico. Pasamos por una pequeña muestra de enseres y armas en la planta baja y encaramos las escaleras que suben hacia arriba. Arquitectura tétrica como pocas. Subo perseguido por el diablo. Ana y Jordi lo hacen de forma más pausada. Llego arriba. Parece la cabina de un faro, ya que en medio de la estancia hay varios focos.
Me sorprendo, ya que con anterioridad había visto postales antiguas en las cuales aparecían haces de luz que partían de la torre del osario, pero pensé que se trataba de un añadido ficticio. Deben encender los focos en fechas señaladas, 21 de febrero, 24 de octubre,... La verdad, no lo sé. Paso de los focos. La torre de forma cuadrada ofrece 4 vistas distintas según los puntos cardinales.
Al norte, el inicio de la batalla (Bois de Caures, Bois de l'Herbebois, etc.); al este Fleury, Froideterre, la Côte du Poivre,etc., al sur la Necrópolis de Douaumont, más a lo lejos Souville, etc. Y al oeste, el sector de Fort Vaux. Impresionante. La vista desde esta atalaya privilegiada y permite entender mucho mejor la dureza de la batalla. En la parte inferior de los ventanales hay la reproducción del relieve del terreno que se puede observar desde cada uno de los puestos de observación. Este detalle permite observar con mejor detenimiento y mayor conocimiento las zonas o sectores que se estan viendo. Me deleito con las vistas. El paisaje es realmente conmovedor. La bruma no ayuda poco. Igualmente, la visión de la necrópolis desde las alturas es aún más impresionante.
Bajamos. Llegamos directamente a la nave central donde reposan los restos de más de 130.000 soldados. Es impresionante. Bajo una ténue luz color fuego deambulo por las minicapillas que albergan los sarcófagos de granito con los restos. Esta especie de capillas marcan los diferentes sectores de la batalla de Verdun donde fueron localizados los restos de los soldados. Sobrecogedor. Siento mucha pena. Aún ahora me emociono. Me llegó al corazón.
Bajamos. Llegamos directamente a la nave central donde reposan los restos de más de 130.000 soldados. Es impresionante. Bajo una ténue luz color fuego deambulo por las minicapillas que albergan los sarcófagos de granito con los restos. Esta especie de capillas marcan los diferentes sectores de la batalla de Verdun donde fueron localizados los restos de los soldados. Sobrecogedor. Siento mucha pena. Aún ahora me emociono. Me llegó al corazón.
Está prohibido tomar fotografías, pero no puedo evitarlo. Saco la cámara y hago un par de fotos de soslayo.
Mis amigos están igual de compungidos que yo.
Siento que Laura se pierda esto. Salgo del osario y voy hacia el coche. Arrecia la lluvia. Laura me dice que no, que no puede más. Demasiado para ella. La comprendo, yo también estoy hecho polvo. Vuelvo.
Justo cuando estoy entrando soy testigo de un momento muy conmovedor. Un grupo de seis o siete militares con uniforme del ejército alemán acaban de salir de la capilla. Dos de ellos no han podido reprimir las emociones y están llorando. No es para menos, yo haría lo mismo.
Doy un penúltimo vistazo y salgo. Yo tampoco puedo más, suerte que está lloviendo...
Nos metemos todos en el coche. El silencio es sepulcral.
Tomó la ruta de Verdun. Paro en los restos donde algún día estuvo la Fermé de Thiaumont. Los demás me esperan en el coche. Me despido en silencio del lugar. Vuelvo al coche y arranco. Frasier suspira, también le entiendo. Ýo también llevaba dos días con ese nudo en la garganta. A veces es bueno tenerlo, sobretodo para saber de qué material está hecho uno.
Reflexionando ahora sobre la experiencia de Verdun me sobrecogen aún determinadas sensaciones.
Verdun es punto y aparte en mi obsesión sobre la Gran Guerra. Como dije en el primer relato, la ha acrecentado más. De hecho, estoy intentando encontrar tres o cuatro días para volverlo a visitar con más calma y detenimiento. Visitar un lugar como Verdun proporciona cierta empatía transtemporal con los hechos y los protagonistas. Quién lo supo mejor fue mi perro, Frasier. El Verdun de 2009 nos sume en una catarsis con el propio ser humano, con su estupidez infinita como diría aquel físico alemán. Verdun no una hecatombe, ojalá hubieran sido sólo cien. Tampoco fue un holocausto, huyo del término y el concepto.
Verdun fue un acto de soberbia, de vanidad, de estultícia, de ceguera. Fue un vano sacrificio a los dioses de la nada, para nada.
Mis amigos están igual de compungidos que yo.
Siento que Laura se pierda esto. Salgo del osario y voy hacia el coche. Arrecia la lluvia. Laura me dice que no, que no puede más. Demasiado para ella. La comprendo, yo también estoy hecho polvo. Vuelvo.
Justo cuando estoy entrando soy testigo de un momento muy conmovedor. Un grupo de seis o siete militares con uniforme del ejército alemán acaban de salir de la capilla. Dos de ellos no han podido reprimir las emociones y están llorando. No es para menos, yo haría lo mismo.
Doy un penúltimo vistazo y salgo. Yo tampoco puedo más, suerte que está lloviendo...
Nos metemos todos en el coche. El silencio es sepulcral.
Tomó la ruta de Verdun. Paro en los restos donde algún día estuvo la Fermé de Thiaumont. Los demás me esperan en el coche. Me despido en silencio del lugar. Vuelvo al coche y arranco. Frasier suspira, también le entiendo. Ýo también llevaba dos días con ese nudo en la garganta. A veces es bueno tenerlo, sobretodo para saber de qué material está hecho uno.
Reflexionando ahora sobre la experiencia de Verdun me sobrecogen aún determinadas sensaciones.
Verdun es punto y aparte en mi obsesión sobre la Gran Guerra. Como dije en el primer relato, la ha acrecentado más. De hecho, estoy intentando encontrar tres o cuatro días para volverlo a visitar con más calma y detenimiento. Visitar un lugar como Verdun proporciona cierta empatía transtemporal con los hechos y los protagonistas. Quién lo supo mejor fue mi perro, Frasier. El Verdun de 2009 nos sume en una catarsis con el propio ser humano, con su estupidez infinita como diría aquel físico alemán. Verdun no una hecatombe, ojalá hubieran sido sólo cien. Tampoco fue un holocausto, huyo del término y el concepto.
Verdun fue un acto de soberbia, de vanidad, de estultícia, de ceguera. Fue un vano sacrificio a los dioses de la nada, para nada.
Valéry tenía razón, Verdun fue una guerra dentro de la Gran Guerra. Lo rectifico: Verdun fue el universo del horror durante más de diez meses y una pesadilla hasta 1918. Hoy es un recuerdo del horror.
Silencio.
Me gustaría acabar este periplo con las palabras de un testigo de excepción. Como diría Pericard, "aquel que no ha estado en Verdun, no puede hablar de Verdun". Lo respetaré y le daré la palabra a Ernst Jünger:
"Las alucinaciones visuales son aquí especialmente intensas. La visión de este mundo de ruinas agobia el ánimo; éste intenta completar lo que falta, reconstruirlo, y llena el espacio con apariciones singulares. Y así se alzan palacios resplandecientes, edificios claros, simétricos, o bien casas sombrías, bajas, que acechan en la oscuridad como tabernas de mala fama o molinos derruidos; las formas fluyen, ondulan, se hunden, se transforman en otras diferentes. La pálida luz de la luna es la que, al parecer, hace surgir esa transparente música arquitectónica que envuelve los pensamientos y los atormenta. De las abandonadas moradas brota un hálito triste y fantasmal; un gran lamento parece haberse quedado rezagado entre las ruinas."
El bosquecillo 125, p. 316.
Silencio.
Me gustaría acabar este periplo con las palabras de un testigo de excepción. Como diría Pericard, "aquel que no ha estado en Verdun, no puede hablar de Verdun". Lo respetaré y le daré la palabra a Ernst Jünger:
"Las alucinaciones visuales son aquí especialmente intensas. La visión de este mundo de ruinas agobia el ánimo; éste intenta completar lo que falta, reconstruirlo, y llena el espacio con apariciones singulares. Y así se alzan palacios resplandecientes, edificios claros, simétricos, o bien casas sombrías, bajas, que acechan en la oscuridad como tabernas de mala fama o molinos derruidos; las formas fluyen, ondulan, se hunden, se transforman en otras diferentes. La pálida luz de la luna es la que, al parecer, hace surgir esa transparente música arquitectónica que envuelve los pensamientos y los atormenta. De las abandonadas moradas brota un hálito triste y fantasmal; un gran lamento parece haberse quedado rezagado entre las ruinas."
El bosquecillo 125, p. 316.
3 comentarios:
Gracias por haber compartido tus sentimientos y experiencias en estos lugares.
Cada pueblo francés muestra con orgullo un Monumento a sus Héroes,los que perdieron la vida en las diferentes guerras ...debidas todas a la estupidez humana
Me alegro que te haya gustado. Son muy sinceros...
Gracias por tus comentarios.
Comprendo a Laura, pero tus otros tres amigos muy bien no?
Estos lugares tienen algo que desde luego no se puede expresar con palabras.
Magnífico relato!
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